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Bouchard se hace mayor

Bouchard se hace mayor

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Bouchard, durante su semifinal.
Bouchard, durante su semifinal.

Una espectadora detiene el desempate de la primera manga entre Eugenie Bouchard y Simona Halep. Se juegan las semifinales de Wimbledon y es el día más caluroso del año en Londres. Durante unos minutos, que las rivales consumen sentadas en el banquillo, el tie-break se interrumpe para que los médicos puedan atender a la mujer golpeada por el calor en la grada y sacarla de la pista. La vuelta al pulso deja una reacción sorprendente coronada con la victoria: la canadiense, que recupera un break tempranero (de 1-2 a 2-2), escala desde el 2-4 de esa muerte súbita, abrocha la primera manga de zarpazo en zarpazo y en un suspiro hace suyo el partido derrotando 7-6 y 6-2 a la número tres del mundo. 

El triunfo tiene valor triple: a los 20 años, Bouchard se convierte en la jugadora más joven capaz de alcanzar la final de un grande en cinco años (Wozniacki en el Abierto de los Estados Unidos de 2009), la primera tenista de Canadá en llegar al partido decisivo de un Grand Slam y se regala la oportunidad de ganar un duelo de los cambian una carrera. Dos temporadas después de levantar el título de campeona como niña (ganó Wimbledon júnior en 2012), la chica de Montreal peleará como una profesional por el trono en la catedral de la hierba.
“No puedo esperar para jugarla”, dice Bouchard sobre el encuentro que el próximo sábado le medirá por la copa a la checa Kvitova, vencedora 7-6 y 6-1 de Lucie Safarova, y ganadora de 2011. “Es mi primera final de Grand Slam y voy a salir a por ella”, avisa con la mirada . “Nunca digo que estoy sorprendida porque he trabajado muchísimo. Esto es el resultado de años”.
El partido comienza con abanicos en la grada. Los paraguas se usan para repeler los rayos del sol, que queman como agua hirviendo. Arde el pasto mientras Halep y Bouchard libran una duelo de voluntades. La primera busca lo que nadie logra desde Justin Henin en 2006: mutar de la tierra al césped para hilar finales en Roland Garros y Wimbledon. La segunda, que alguien le abra la puerta para luchar por un lugar en la historia tras dejarse los nudillos llamando. Después de salir derrotada de las dos semifinales de Grand Slam anteriores (Australia contra Li y Roland Garros frente a Sharapova), la número 13 ataca el encuentro como si ese recuerdo fuera un trampolín y no un yugo.
Halep, sin embargo, negocia mejor los nervios en el arranque. La primera rotura del encuentro es suya, rápidamente anulada por su oponente. La rumana, a la que acompaña un aparatoso vendaje en el muslo de la pierna izquierda, pierde el equilibrio en los albores del duelo y se dobla el tobillo en el fondo de la pista, donde la hierba ya es no es hierba. Entra entonces el fisioterapeuta para atenderla. Cuando regresa lo hace con la articulación protegida, pero con limitaciones para desplazarse con ligereza, como la mariposa que revolotea un jardín de flores. Halep se desploma desde ese momento con el primer servicio, corre con la mirada a bolas imposibles porque las piernas no le dan para ello, aunque resiste. Se combate entonces a corazón abierto, de poder a poder. Tanto es lo que hay en juego, tan alto el premio, que las dos gestionan los puntos importantes con mimo, no queriendo perder el tino.
Bouchard compite subida encima de la línea y agachada como un francotirador que busca la mejor posición para que su disparo sea certero. La número 13, con las piernas bien flexionadas, se fabrica a golpetazos situaciones en las Halep solo puede tocar la pelota sin otra intención que cruzar la red. El revés de la rumana, un tiro para desarmar a todo un ejercito, queda apocado por la extraordinaria derecha de su oponente, que atraviesa la hierba despidiendo fuego en mil direcciones, siempre de arriba a abajo, siempre violento, casi siempre definitivo. Tras el desempate, que la canadiense gobierna con energía y maestría, Halep desaparece.
El final del partido presenta a Bouchard, la candidata. Esta es una competidora todoterreno, capaz de adaptarse con paciencia a la tierra, energía al cemento y decisión a la hierba. Esta es la cara del futuro, que desde el sábado podría ser la del presente. Esta, en definitiva, es una adolescente con nervios de hielo. Lo muestra la celebración posterior al triunfo: Bouchard apenas sonríe tras llegar a su primer final de Grand Slam. Eso solo puede significar una cosa. Lo conseguido no es suficiente. Es el gen de las campeonas, ese que no entiende de edades ni currículos.

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