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Djokovic tiembla menos

Djokovic tiembla menos

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TENNISTOPIC
Djokovic está más cerca del número uno.
Djokovic está más cerca del número uno.

Abrasa la pista bajo el sol y sobre el pasto combaten a tumba abierta un campeón y un candidato. Entre ráfagas de viento se discute el primer finalista de Wimbledon. Se forman pequeños torbellinos de aire que balancean la bola como un niño en un columpio.

Bajo esas complicadas circunstancias se miden Novak Djokovic y Grigor Dimitrov en un pulso que el número dos gobierna 6-4, 3-6, 7-6 y 7-6 después de un baile de temblores al que sobrevive porque es perro viejo y su rival apenas un cachorrillo. El serbio, irreconocible en el corazón de la semifinal, tiene la ocasión de ganar la copa y volver al número uno del mundo, que será suyo si derrota en la final del próximo domingo al vencedor del Federer-Raonic.
"Es increíble estar en mi tercera final de Wimbledon", dice Djokovic tras clasificarse por duodécima ocasión para un partido por el título en los grandes. "Dimitrov merece todo el respeto porque es una futura estrella de nuestro deporte", sigue, reconociendo el mérito de su oponente. “Necesitaré mi mejor nivel para ganar, no importa el rival", avisa el serbio.   Antes, un pulso de veteranía, arrojo y miedos. Al comienzo, la experiencia espolea a Djokovic. La tensión encadena a Dimitrov. Cuatro errores imperdonables le cuestan la primera manga al joven de 23 años. Son los síntomas de la inexperiencia, el peaje del novato, los fantasmas ante lo desconocido. Es 2-2 y el búlgaro volea mal una pelota destinada a marcharse, comete una doble falta y estrella dos tiros sencillos contra la red. El break, al que el serbio recibe como el mejor invitado de la velada, le acompaña en una galopada hacia lo que debería ser la victoria, el triunfo, el pase a la final encima de una alfombra roja.  Djokovic arranca sacando como si por raqueta tuviese una catapulta. De la mayoría de sus juegos al servicio sale sin un solo rasguño porque no tiene que defender su suerte en los intercambios que más tarde le retratan como un tenista al borde del abismo. El reloj lo dice todo: media hora tarda Dimitrov en hilar dos puntos al resto y para entonces ya ha entregado el primer set. Luego, Nole se desploma. La vuelta al partido del búlgaro se explica desde el servicio del número dos, que pasa de un 80% de puntos ganados con primer saque en el primer parcial al 58% en el segundo, que irremediablemente pierde.  En un ejercicio de autodestrucción, Djokovic se lleva por delante a Djokovic: del 6-4, 3-2 y saque, con la semifinal bajo control, pasa a competir en un encuentro nuevo (6-4 y 3-6), con el marcador igualado y las dudas tan vivas como las flores en primavera. El campeón de seis grandes no hace honor a su leyenda: pega corto, resta mal y sube una y otra vez a la red para buscar allí las soluciones que desde el fondo no encuentra. Es un suicidio. Huyendo del incómodo aire, quizás escapando también de los latigazos del búlgaro, Nole hace saque y red, el santo y seña del alemán Becker, su actual técnico, y se equivoca.  El partido está empatado y los oponentes ya no juegan al escondite. Dimitrov tira largo. Dimitrov defiende contraatacando, que es la mejor forma de hacerlo en una superficie donde los apoyos son imposibles. Djokovic hace lo que puede, explotando algunas de sus virtudes hasta hacerlas estallar. A ratos, el serbio se monta encima de la línea y desde allí se pone a repartir con sencillez, como si ir de línea en línea fuese un juego de críos. Dimitrov pega estacazos con la derecha y usa el revés cortado con inteligencia para desequilibrar al campeón de seis grandes. Ese golpe, emblema del juego sobre césped, invoca a los demonios que atenazan a Djokovic. El pulso está en un suspiro y hay una imagen que refleja lo que vale cada punto: los dos acaban por los suelos, con la cabeza sobre el césped, tras un intercambio eterno.   Dimitrov parece dispuesto a todo. Con 3-3 en ese tercer parcial, tiene una bola de rotura que Djokovic defiende disparando un revés que se fabrica agazapado porque es la única forma de devolver esa pelota, con las rodillas dobladas y las manos por delante del pecho en una posición imposible. La bola, milagrosamente, pasa la red. Esa opción de break desaprovechada, la única que los tenistas encaran en todo el set, deja paso al desempate, donde el jugador de Haskovo aterriza entre tiritones que le coartan (un error impropio aquí, una doble falta extraña allí), entregándole el set a Djokovic.  "¡Más! ¡Dame más!", grita el número dos a la tarde mientras su contrario le sacude a martillazos minutos después. Lejos de sacar bandera blanca, Dimitrov recupera una rotura inicial en la cuarta manga y tiene punto al resto (con 5-4) para llevar a Djokovic al quinto set. El serbio lo anula con un saque al cuerpo y enseña los colmillos. Grita tras sobrevivir. Con la soga en el cuello, Nole brama. Es otro tie-break. Son otras tres pelotas de set para el búlgaro (6-3), que desaprovecha dos al resto y una al saque y deja escapar el partido después de caerse mil veces persiguiendo bolas imposibles. Ni cambiar el modelo de sus zapatillas le ayuda porque vive de resbalón en resbalón y todavía está demasiado verde, demasiado tierno, para ganar un duelo así.
Al final del encuentro, las dobles faltas desnudan la cabeza de Dimitrov: el número 13 comete una en cada momento importante del partido (break en la primera manga, en el tie-break de la tercera y también en el la cuarta). Djokovic, que es un sabueso, lo aprovecha para ganar y buscar en el partido decisivo del domingo su séptimo grande y el trono del circuito. Tras aullar, Nole está en la final.
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