Ojalá que no...

Ojalá que no... pero hay quien tiene claro que sí. Ojalá que con el Athletic Club no volvamos al gris pálido y monótono de la intrascendencia, de deambular por la Liga como uno más, ni arriba, ni abajo, sin cruzar los Pirineos unos cuantos jueves al año. Ojalá que no... pero se ha instalado ya en parte de la afición que estamos en un cambio de ciclo, que se acabaron las finales por algún título; como antes, por fortuna, se extinguieron las finales por no descender de categoría. La flaqueza en la que no se puede caer nunca/jamás.

Que se acabó lucir en la parte noble de la clasificación. Mirando al cuarto de reojo. Al cuarto por arriba se entiende. Ojalá que no, pero algunos (no sé si muchos, pocos, demasiados o demasiados pocos), creen que llegan las vacas flacas. Que no hay nada en el filial para asentarse rápidamente en la primera plantilla, que fichar cada vez está más complicado (y caro), que los demás equipos se están reforzando económicamente a cuenta de las televisiones, que nuestros mejores jugadores se están haciendo mayores o se han acomodado, o se les ha pasado el arroz del crecimiento. Incluso que a algunos les pueden volver a tentar, y esta vez van a saltar la valla.
Incluso hay quien duda de la continuidad del entrenador, ese hombre no muy alto y de la tierra, Ernesto Valverde, que sin apenas darse importancia, ha llevado al equipo a una tranquilidad y una salud deportiva que probablemente recordaremos después. Pero repito, ojalá que no. Ojalá que no sea para tanto y estemos precisamente en todo lo contrario. En la continuidad de esa fase que en los últimos años nos ha guiado por donde se supone que siempre debimos estar.
Ojalá que no, pero Chipre y sus consecuencias aún están demasiado cerca para olvidar así como así.
Por Javier Corral, Jerry, periodista