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Athletic Club-Real Madrid, como una rosa en el barro

Athletic Club-Real Madrid, como una rosa en el barro

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Kuitxi

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Finalizado el 'clásico' Athletic Club-Real Madrid, partido que, por demorarme en exceso a la hora de comprar mi entrada de socio, lo disfruté en las alturas del córner que da a la Ria, en lugar de sufrirlo casi a ras de hierba detrás de la portería que los leones atacan en el primer acto de los partidos, saldado con la segunda derrota de la temporada jugando como local, me levante de mi asiento, pero no para dirigirme a la boca de salida que me quedaba a la izquierda, sino para permitir que los compañeros de fila pudieran hacerlo. Terminado el desfile, me volví a sentar.

Trataba de entender, pero no lo comprendia. Mirando hacia el verde como si lo hiciera a ninguna parte. Girando de vez en cuando el cuello con la intención de ver si los funcionarios  de seguridad o los empleados del Club, como en acucio, me invitaban gestualmente a abandonar la Catedral en la que se había oficiado el sagrado rito de una misa de sábado y vespertina...
Si no hubiera sido porque no había traído saco de plumas y tienda de campa, y el debido permiso del Club para pernoctar, me habría quedado pegado al plástico rojo, color como anuncio de la sangre, como secuela de esa amarga derrota que se equipara a fenecer por no haber sido capaces de mantener el gol del empate logrado más allá de los tres minutos y lo zafio, grotesco, asquerosa manera de ponerse por delante de una vez y para siempre.
El gol de Benzema, provocado por la la desidia de un Óscar de Marcos que no termina de entender que lo suyo ya no es desmarcarse de nadie, sino marcar al que percute por su banda, pues es Ernesto Valverde el que oficia, y no su adorado y añorado Marcelo Bielsa.  El gol del empate había sido una delicia, Wilians, que, con su endiablada velocidad, se iba hasta de los recogepelotas, le puso un balón a Rulo, desmarque delicioso el suyo retrocediendo con sigilo y agudeza,  pelota a la testa de la que se sirve para marcarse un pase aéreo y de la muerte que Aduriz agradeció para cabecear a bocajarro. Para que. Para nada. La suerte del campeón fue el infortunio de un Athletic que mereció irse al vestuario con los tres puntos de la victoria...y terminaron sus futbolistas bajo el chorro de las duchas para aliviar su dolor...  Estoy en la explanada. En nuestra 'Zona Cero' particular, pues si allí fueron dos torres las que cayeron irremediablemente, aquí fue un templo sagrado el que fue derruido aún a sabiendas de que lo que se desmoronaba era una catedral, la Catedral de San Mames...  No sé adónde voy. Sin rumbo. Desnortado. Anulada mi voluntad, son los fieles en masa o marabunta, es el gentío cuando deja de ser afición. Qué fácil dejarse llevar cuando uno no tiene fuerzas. Acechado por la muerte, piensa que quizás no sea buena idea dirigirse a Portugalete, porque hay casa, si, pero no hay hogar. Porque no hay un perro que te ladre y que te lama las heridas. Porque no hay un gato maullando en petición de cariño: las almohadillas de sus manos, oh, qué delicia compartida...  Poza es un estadio a cielo abierto. Una calle abarrotada. Me fijo en la gente, así en sus cuerpos como en la mirada de sus ojos y la sonrisa o tristeza de sus labios. Debería estar triste la afición, abatida, hundida, no en vano el Athletic ha perdido, y de aquella manera: tan cruel, tan antinatura, presa del infortunio, abandonado por esa diosa pequeña que siempre milagrea hacia el lado de los grandes. Bendita afición la de este Athletic.
Son las seis y media. Repostando en los bares. Calentando motores. Como si el partido estuviera a punto de empezar en lugar de haber sido ya jugado. Podría ser. Podría ser que fuera yo el rojiblanco equivocado. Que, a nada de empezar el clásico Athletic-Real Madrid, indispuesto y no es noticia, me dirigiera  a la casa de los sueños por aquello de la soga y de la fuerza.
El partido, a nada de empezar. La gente es una masa de luciérnagas atraída  por la luminotecnia de un estadio. El Athletic-Real Madrid, a punto de caramelo, baldositas  en Bilbao, de 'la pajarita' en 'los madriles'.  Pero yo desciendo, me soterro, me subo al tren. Dirección Kabiezes. Me bajo en Portu. 'Carlos VII' murió, tan solo queda la calle. 
Asciendo hasta La Florida. Busco las llaves hasta reparar en que me estaban esperando encajadas en la brecha de la cerradura. Me tumbo en la cama. El folio en blanco es la pantalla de un IPAD gigante. Y me pongo a escribir las memorias de un partido que ya vi y del que salí rabiando. Se acerca la medianoche. Yo ya cumplí con lo mío: la derrota y el dolor. Mientras,  en Poza, hay una afición, grande, enorme, pinta bonito la alegría que derrocha. Y he aquí, ahí, allí, que la exhibición de tamaña algarabia no se sabe si es la elegancia por haber ganado, o la chuleria por haber sabido perder.  Por Luis María Pérez, 'Kuitxi'. Futbolista, periodista, montañero, pero sobre todo escritor: cuentos, relatos, cronicas, artículos radiofónicos, literatura de viajes. 

@LuismaPrezGartz

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