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Cuando las bolas se suben y los porteros se caen

Cuando las bolas se suben y los porteros se caen

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Kuitxi
Esta semana escribe en ElDesmarque Kuitxi.
Esta semana escribe en ElDesmarque Kuitxi.

Cerca de ciento treinta años ha tardado la 'Internacional Football Association Board' (Asociación internacional encargada de definir las reglas del fútbol a nivel mundial (Londres, 2 de junio de 1886), luego de reuniones de días de agua y noches de bourbon y champagne, dar un giro de noventa grados para dilucidar que el saque desde el centro del campo, para dar inicio a cada acto de los dos de cada partido y reanudar el juego tras la consecución de un gol, debería efectuarse desplazando el balón a campo propio, y no, como hasta la fecha del cambio, haciéndolo rodar hacia campo rival.

Con tal decisión, el fútbol, en lo que respecta al estruje del tiempo reglamentario, se veía beneficiado en la ganancia de ese segundo que al protocolo se le robaba, al hecho de ser un toque, y no dos, los necesarios para que la pelota empezara  a rodar "con fundamento", como diría Arguiñano, Karlos, el amigo guipuzcoano de Javier Clemente, Zarautz y su playa, horizonte tras el cual nos saludan desde sus islas los inventores del balompié...  Tal acontecimiento nos viene a demostrar que las leyes que rigen el mundo del reglamento están más encorsetadas que el traje de luces de un torero. Aprovechando la inercia de la medida, los encargados de velar por el buen devenir del juego del 'foot-ball' deberían hacer otra quedada para debatir entorno a dos secuencias que se repiten de una manera enfermiza en todos y cada uno de los partidos de fútbol de manera directamente proporcional a la categoría en la que se vean inmersos los equipos en liza y cuestión.  Dado que de boca de árbitros retirados y gente del fútbol no se escucha ni una sola palabra al respecto, aquí me veo por enésima vez, en 'mi esquina' ("in the corner"), alimentando un debate para que comensales, entre los que no me incluyo, se pasen las horas muertes, y las vivas, entorno a una mesa con cuchillo y tenedor, y servilleta colgando del cuello para defenderse del derrame de la bebida y las grasas que se deslizan generosas desde la boca hacia los pechos.
El primer punto del día, o de la noche, debería ser seguido por el anuncio de, "Señores (las señoras no están presentes), tomando en cuenta la tendencia, que en plaga se está convirtiendo, de un tiempo, mucho tiempo, hasta el presente, acusada en grado sumo, de que los futbolistas del equipo que por el marcador se ven beneficiados tiendan a desplomarse al verde de manera inversamente proporcional al tiempo que le queda de vida al partido, y con el fin de evitar el medro de la trampa y la ganancia del tramposo, y procurarle al tiempo de juego el respeto que se merece, proclamamos, en presencia de notarios y abogados, que el reglamento, con respecto a la cuestión apuntada, se verá alterado de la manera siguiente"...  Primer punto:  En esos minutos 'calientes' de los partidos, cuando la atención del árbitro se ve atacada y requerida desde puntos decisivos y situaciones cruciales, cada vez que un futbolista del equipo por el marcador  beneficiado se desplome, cual aquella manzana que despertó a Isasc Newton de la plácida dormida que se estaba echando, y dado el alto grado de probabilidades de que el futbolista en cuestión este inmerso en un acto de engaño y no en un proceso de daño real provocado por la tensión del encuentro y una fatiga física que tenderia a cebarse con los futbolistas que más tuvieran que ganar conque el tiempo de juego real se vea una y otra vez interrumpido, para regocijo de los entrenadores que, desde el banquillo, utilizando un lenguaje gestual tan solo al alcance de su tribu, marcan las últimas pautas para que el tiempo real se distorsione si necesidad de recurrir a los científicos expertos en las leyes de la física cuántica. Recapitulemos...  Dejamos a un futbolista del equipo con ventaja en el marcador tirado sobre el césped, haciendo aspavientos que denuncian un dolor insoportable, o inertes, provocando la llegada presurosa de un árbitro agitado que, por curarse en salud, llama a las asistencias y gesticula como dando a entender que la ayuda de un desfibrilador no vendría nada mal: no vaya a ser que...  Dicho lo cual, cansado el lector y la lectora, extenuado el que escribe, se trata por parte de uno de ofrecer soluciones, y hasta ofertarlas: un puñado de euros me vendrían de película para seguir haciendo frente a mis expediciones de montaña.  Pues bien. Tres alternativas. Primera: hacer caso omiso porque la policía no es tonta y se huele a leguas el engaño. Ya se levantara. Y si no lo hace, que se espere a que la pelota supere los limites del terreno de juego. Queda a la innegociable decisión de cualquiera de los futbolistas, sean de casa o forasteros, la detención del partido arrojando la pelota fuera para provocar que así el árbitro, así las asistencias salten al verde y ausculten al herido...o al fingidor, y, por tanto, tramposo y caradura.  Segundo:  El juez del encuentro, sin necesidad de correveidiles, preso y esclavo de una ética cristiana adquirida en familia colegiada en los Hermanos de la Salle, o inculcada como miembro de los 'boy scout',  cogiendo el toro por los cuernos se postula como médico capaz de medir el hipotético daño desde la larga distancia. Su proceder le libera de toda culpa, al mismo tiempo que lo convierte en un hipotético canelo, cooperador necesario en el arte del engaño. Ahora toca mojarse...  Cada vez que un futbolista se derrumbe en extrañas y sospechosas circunstancias que atemperen el alto ritmo de juego que beneficia al equipo que no encuentra ventaja en los guarismos del luminoso, el árbitro detendrá por ley el juego, si, pero, al mismo tiempo que advierte al capitán del equipo del jugador derrotado que el tiempo de juego se alargará a razón de un minuto por cada caída y detención. Así, solo así, se sabrá si el futbolista derruido lo ha hecho por una sacudida y temblor soterrados a la altura de sus cimientos o por obediencia a una orden dictada por su antideportividad, alentada en la caseta por un técnico mezquino y ruin.  El segundo punto de la asamblea de la 'Internacional Board' versa sobre un hecho más novedoso en el tiempo; al menos en el tiempo que uno ha vivido y recuerda. A saber...  Cada vez que un portero bloca un balón en salto o sin mover los dos pies del suelo, tiende, así que el marcador le beneficie y sin que el momento del partido le condicione para su proceder, hecho suyo el balón como si a una criatura protegiera, tiende, se estaba diciendo, a lanzarse al suelo, brazos que estrechan el esférico tesoro por delante, ojos dominando el escenario, piernas sobre el verde, como arrodillado, ojea al árbitro, uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, está contando, no sigue porque teme quedarse dormido por el efecto nocturno de las ovejitas, lo suyo es comerse el tiempo, así se le dice a esta treta, porteros hambrientos, voraces, la gula no cabe.
"Tener no es signo de malvado; y no tener tampoco es prueba de que acompañe la virtud". Es el caso. El que apura la copa del punto, o de los tres, como brindis del necesitado que se libra del abismo.  Proposiciones...  Proposición. Tan solo una...  Cuando al guardameta la acción de blocar el cuero sin despegar los pies del suelo no le afecte al mantenimiento de su verticalidad. Cuando atrape el balón en vuelo pero caiga al suelo de pie tal cual el más habilidoso de los gatos. Cuando, en fin, terminar en el suelo cual león sobre la sabana sea un gesto antinatura, premeditado, con la intención de comerle segundos al cronómetro del trencilla. En estos supuestos, y a fin de terminar con ellos para que solo el portero que arrastrado por la inercia pierda la verticalidad y esta coyuntura sea del todo asumible por el árbitro que interpreta el reglamento, castiguese, por perdida deliberada de tiempo, con falta en contra de los suyos, libre indirecto, y la consiguiente amonestación con tarjeta amarilla...  Cuando las bolas se suben, y los porteros se caen, que el reglamento venga, de una vez y para siempre, al socorro de un juez que, a medida que los partidos se dirigen al ocaso, se ven como en medio de un campo de batalla en el que los futbolistas caen como tiroteados, como afectos de una súbita bajada de tensión. Tómense medidas cuanto antes. Por el bien del fútbol. Y para evitar esas tanganas tan tristes y denigrantes para todos aquellos a los que la violencia nos espanta.  Post-Scriptum: En el Athletic Club - Leganés, Asier Garitano, mister 'pepinero', me demostró que su fair-play inglés, su decencia castellana, también tenía un precio.
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi'. Futbolista, periodista, montañero, pero sobre todo escritor: cuentos, relatos, cronicas, artículos radiofónicos, literatura de viajes. 

@LuismaPrezGartz

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