Athletic Club: Cuando sufrir es lo normal
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“Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”. Este y no otro era el análisis que gran parte de los “gurús” del periodismo bizkaino realizaban de la victoria del Athletic Club. Ver sufrir al Athletic para sacar adelante los partidos de casa no está contemplado en el ideario futbolístico de algunos. Considerar que cualquier equipo que visite la catedral está cualificado para tutear a los locales e incluso ganarles es considerado una herejía.
El resultado de esta forma errónea de pensar es sencillamente demoledor. Minusvalorar al rival, generalmente por desconocimiento, lleva implícito depreciar la victoria del Athletic, ponerle paños calientes. Error. La segunda vuelta del campeonato ha comenzado, el margen de error cada vez es más pequeño, los equipos sabedores de que está en juego su supervivencia juegan como si no hubiera un mañana y quien más quien menos te puede complicar la existencia.
Obviar que el fútbol es cada vez más igualado, despreciar la calidad del rival, su excelente físico ó la competencia de su entrenador es hacerle un flaco favor a un Athletic Club que por méritos propios se ha convertido en uno de los mejores equipos del campeonato en casa. Remontar al rival en los últimos minutos no debe ser considerado como una debilidad sino todo lo contrario.
El Athletic rara vez le pierde la cara al partido, siempre lo intenta hasta el final y esa fe da sus frutos. Cuando Aduriz marcó el gol de la victoria yo me sentí orgulloso del Athletic, en ningún momento me puse a pensar en los quebraderos de cabeza que me había causado el Deportivo, quizás porque de antemano sabía que el Dépor (bien entrenado, con buenos jugadores y acechado por urgencias de índole clasificatorio) nos iba a poner las cosas muy difíciles.
En la “liga de las estrellas” sufrir para ganar un partido es lo normal, lo lógico. El día que no respetemos este “dogma de fe” habremos perdido muchas cosas. La más importante: no darle el valor real a los logros de nuestro equipo del alma. AUPA ATHLETIC!
Por Alfredo Irasuegui, periodista