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Turismofobia

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Juan Carlos Aragón

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Lo políticamente correcto es condenarlo. Como yo no lo soy, no me da la gana, porque lo entiendo aunque no lo comparta. Hay mucho turismo pero pocos turistas, o sea, viajeros que escojan su aventura a la izquierda de la oferta. ¿El turismo es una fuente de ingresos? ¿Para cuántos? Como todo en este saturado mundo occidental, cuando sólo se ve con los ojos del capitalismo salvaje deja de ser turismo para convertirse en consumo de tiempo libre, que es igual pero no es lo mismo. En temporada, no queda en el mundo un rincón pleno de encanto y libre de marabunta, con lo cual turistear ya no me pone nada.

La mayoría de la gente que vive en ciudades turísticas, no solo no vive de él sino que lo padece como una lumbalgia de dos meses. Normalmente, se forran 4, explotan a 20 y los 76 restantes a mamarla. Ni aparcamiento, ni hueco para la sombrilla, ni mesa en el bar ni melón en la frutería. Yo, como nativo de zona turística “moderada” y perteneciente al grupo de los 76 que la maman, me conformaría con que los 20 del segundo grupo no fueran explotados. Al menos que el turismo deje algo, si no a ti, a tu vecino que lo necesita. Pero a esos 20 solo suele dejar explotación y limosna. Y es que el asunto es incómodo porque el poliedro del turismo tiene muchas caras —y muchos caras—. Hay turistas que honran con su visita y turistas que son para visitarlos en su propio Tempú. El nativo que tiene un bar en el pueblo se queja de que el turista no se sienta, o no pasa del café, pero es que la Doña le ha clavado dos mil por la quincena, y España se estará recuperando pero los españoles no. Además, el turista ve la lista de raciones y, a la vez que adivina que todo es congelado, multiplica por cuatro y el precio supera el seguro del coche. “El guiri es guiri pero no guiripollas…” Mercadona, macarrones, tomate, y al carajo el chiringuito. Después querremos un “turismo de calidad”, o sea, un atajo de imbéciles que se fundan sus ahorros como propongan los piratas. Y los pobres que se queden en su casa, que no tienen dinero para caer en la trampa y terminan haciendo botellón. A ver si nos aclaramos.
Hay quienes dicen que la turismofobia es otra forma de xenofobia. Pero la diferencia es que el xenófobo odia al extranjero pobre y el turistófobo odia al extranjero rico porque visita (invade) la ciudad sin dejar un dinero que le compense. El muy cabrón, mucha foto pero poca compra de “objetos exclusivos de artesanía”. No obstante, no se preocupen los turistófobos. Que lo digan claro y no vamos: será por sitios en el mundo para visitar —para invadir, según ellos. A ver, yo veo que en la playa no cabe un alfiler y no bajo. Pero la mayoría sí. La gente que no tiene sentido del estorbo tampoco se siente estorbada. Y la gente que está acostumbrada a vivir como sardinas en latas no tiene el menor problema en viajar en las mismas condiciones. Yo cuando fumaba porros también soñaba con una ciudad desierta para mí. Pero no la hay. Oh.
Tengo la fortuna de haber nacido en la ciudad más bella del mundo (la fortuna —no el mérito, como sienten algunos que parece que la han hecho ellos—). No puedo dejar de sentir orgullo cuando la gente viene a admirarla… y vergüenza cuando algún paisano intenta desplumar al que se sienta en una terraza, cual impuesto revolucionario por cruzar las Puertas de Tierra. Confieso que me agobia la falta de aparcamiento y las colas en algunos supermercados, pero sé que tengo el resto del año para disfrutar esta ciudad de otra íntima manera. Lo malo sería tener que volver el día 30 al pueblo aquel donde Suli perdió el iPhone. Estar empadronados y pagar los impuestos municipales nos da algunos derechos y poco más. El mundo no tiene dueños, si acaso ladrones de paraísos. Nadie es quién para cerrarle a nadie las puertas de ningún lugar, sea para trabajar, contemplar una estatua o emborracharse en una piscina. Otra cosa es el patoso y el incívico, el que primero fomentaron y ya no les compensa; pero ese impresentable no cuenta como turista, pues no lo es.
El encanto de las ciudades no está en sus monumentos, vistas, sardinas u hoteles sino en la sonrisa de sus habitantes. El mundo no empieza ni acaba en ninguna ciudad. Solo en la provincia de Cádiz hay más rincones que visitar que hijoputas en el Congreso. Pero lo del turismo invasivo ya tampoco depende de nosotros. Cuando los tour operadores quemen España, Italia y Francia, seguro que encuentran o fabrican otros paraísos en la zona ya descongelada de los Polos y en los ya floridos desiertos actuales. Es cuestión de dinero y poco más. Será por dinero…
EL RUBIO (sacando el carné de residente en Alaska)

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  1. Carolina

    Mejor no se podía explicar. Soy y vivo en Alicante y llevo 20 años trabajando en el sector. Leyendo este artículo creía estar leyendo el guión de mi vida profesional. Excelente!

  2. Manuel Galiano Lopez

    Sencillamente fantástico.

  3. Juana

    Llevas gran parte de razón aunque , desgraciadamente y provocado por nuestros ineptos gobernantes éste es el monocultivo que tenemos para sobrevivir durante el largo invierno en la provincia gaditana.Intencionado o no es lo único que hay para nuestra juventud.Y claro , de ello se aprovechan los dueños de establecimientos temporeros.. Espero que en un futuro se luche por un nuevo proyecto educativo donde triunfe , como en otros países europeos , una Formación Profesional de calidad. Y , aunque sea mucho pedir haya un gobierno que luche por nuestros jóvenes . No con limosnas , sino con puestos de trabajo dignos.

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