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Anticapitalistas

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Juan Carlos Aragón

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O arreglamos este desaguisado conceptual o nos ponemos otro nombre. El anticapitalismo, si queda dentro de las reglas del juego democrático, es una defensa de la miseria, y, si se sale de ellas, es una imposición de la igualdad. Las imposiciones no pueden ser democráticas, pero la democracia no es más que el pseudónimo que usa el capitalismo para infiltrarse en la naturaleza e ingresar en la historia, de una forma tan hábil que si te declaras anticapitalista te quedas en fuera de juego, y si te declaras demócrata no puedes ponerte en contra del capitalismo, con lo cual los anticapitalistas terminan siendo más antidemócratas que los capitalistas. Jodido, pero es así. Y la pregunta debe ser: ¿qué hay de malo en renegar de la democracia?

La democracia lo mismo condena a Sócrates a beber la cicuta que declara a Jerusalén capital de Israel, lo mismo instaura un Reich que ordena un desahucio. La democracia se aprovecha del pobre y del tonto como ningún otro régimen. Por eso es el sistema favorito del listo y del rico. El anticapitalismo, si guarda un mínimo de filantropía, no puede combatir al capitalismo con sus mismas armas porque, en democracia, el capitalismo juega en casa y ahí no hay quien le gane. Si lo hace, es un anticapitalismo pactado, lo cual es una contradicción. El anticapitalismo democrático no puede ser. Te pongas como te pongas. El anticapitalismo, o se impone por las malas o se pierde por las buenas. Con lo cual, volvemos a caer en la trampa aquella de darle la razón a los que dicen que los comunistas son malos. Pues sí. Lo son. De eso se trata. A un comunista bueno le pasa lo que le pasó a Anguita, que demostró cómo repartiendo las horas extras del Metro de Madrid se creaban mil puestos de trabajo y en el Metro de Madrid lo votó su padre. Hay que ser comunista malo como Castro, que prometió elecciones democráticas en Cuba y todavía las están esperando. Pero Cuba está a salvo del imperialismo. Cuestión de escoger: ¿queremos ser buenos como los malos o malos como los buenos?
Sé, querido lector, que te puedo estar liando un poco, pero es tan fácil salir del lío como meterse dentro de él, que es lo que ha pasado hasta ahora. Bastaría con llamar a las cosas por su nombre, aunque no nos guste. Si no nos espabilamos pasaremos a la historia como la Edad Estúpida. Los tres grandes goles que el Poder le ha metido al pueblo han sido el de Dios, en el primer minuto de juego, el de la Democracia, a la media hora, y el de los Derechos Humanos, en el descuento. Si nuestra Edad es Estúpida es sencillamente porque ni siquiera ha visto los goles y se cree que con la democracia actual el partido va empatado a uno. El anticapitalismo es el único que puede sacarla del error. Pero para ello tiene que mantenerse fuera de las instituciones, con otro discurso, tal vez en otro idioma. Dentro de ellas se disuelve, como estamos viendo… ¿o tampoco lo estamos viendo?
“El cielo se toma por asalto”, que decía Paolo Church. ¿Metáfora? Un carajo. Muchos creen que la no violencia sirve para salvar la vida. Cierto. Pero el precio es la agonía eterna. Cuestión de escoger: ¿queremos estar vivos como los muertos o muertos como los vivos? Urge un cambio de camello, de religión o de sexo. De cualquier cosa. Pero urge un cambio. Cataluña se ha convertido en una nación más importante dentro de España que España misma, sin ser ni siquiera nación, mostrándonos una soberana lección de cómo no hay más lógica que la perversión de la propia lógica, ni realidad más real que la apariencia. No es una redundancia. Es la traducción geográfica de la ideo-logía, es decir, la lógica de la idea.
Aun estando —como estoy— hasta la torre de preferencia del Catalonia Gate, mentiría como un Rajoy si no reconociera que los envidio, no en el fondo pero sí en la forma. Han sido capaces de inventar un relato lo suficientemente creíble como para que muchos de ellos se tiren a la calle, luchen, sueñen, hasta deliren. Pero el éxito del relato no ha sido otro que haber pasado por encima de la Ley, la Constitución, la Democracia, la Unidad de España y demás valores que ya no ponen cachondo a nadie. Desde 1978 deberíamos saber que “luchar desde dentro” no cambia nada. De hecho, esa propuesta es una trampa del centro para absorber a la periferia. Las grietas del sistema no deben servir para penetrar en él sino para salirse definitivamente… a menos que estés a gusto en el centro, en la capital, en el capital. Epicuro montó su jardín a las afueras, retirado del bullicio de la urbe ateniense. Y fue un pelotazo. De pasta, cortitos, pero de felicidad, hasta arriba. Créanme. Vayan —vayamos— tomando nota los anticapitalistas. Si seguimos jugando así, el partido de vuelta volverá a ser en campo contrario. Donde nunca hemos ganado.
Y ahora, al final, querido lector, te confieso que esto no era un artículo sino un mensaje cifrado. ¿Lo has cogido? Po eso. ¿No? Mejor. Me conformo que con algún párrafo te haya hecho soñar.
EL RUBIO (en su jardín de Alaska por idéntico motivo)

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