El hambre que no cesa

El hambre del Málaga no conoce límites. Desde el fútbol más preciosista o desde el fango, el equipo quiere siempre. Más, más y más. Encima, con las alas que da conseguir triunfos desde el sufrimiento. La anécdota está dejando paso a las certezas por repetición, por insistencia. Se instala arriba el equipo de Gracia, que ya sabe ganar desde distintos registros.
No pasará a la historia la primera parte del partido en Anoeta, eso es obvio. Sin goles y poca actividad cerca de las áreas. Sin embargo, deja sus lecturas. El Málaga dio la sensación de tener el choque controlado, justo donde quería. No tocaba una cita como las anteriores, era cuestión de madurar el encuentro, de cambiar la electricidad por la fontanería, de ver si estos chicos tan avispados y hambrientos eran capaces de hacer también grandes labores de intendencia.
Era buena prueba para ver el empaque del Málaga, del que ya se sabe que con espacios es letal. Y no se desenvolvió mal. Todos a una, con unos repliegues absolutamente armónicos, con los puntas corriendo hacia Kameni como jabatos.
El riesgo de estos duelos es que el más mínimo desafine te puede costar el partido. Y a punto estuvo la Real de lograr el desequilibrio en el marcador en un córner aparentemente inocuo que acabó con Zurutuza enviando el balón a la base superior del larguero. Un aviso.
En su cuenta, los de Gracia apenas sumaban una falta directa de Antunes con poca chicha, un remate de cabeza defectuoso de Weligton, un balón que a punto estuvo de alcanzar Juanmi tras ganar la espalda a la zaga realista...
Casi logra el Málaga romper la igualada con una entrada por el extremo derecho de la marca Amrabat, que dio un centro perfecto a Samu Castillejo. Zaldua le derriba y no se ve bien si toca balón, porque la sensación en directo es que pudo ser penalti.
Ahí empezó a afearse el partido. Primero Sergio Sánchez tuvo que pedir el cambio por lesión para dejar su sitio a Miguel Torres. Y luego dos acciones seguidas con Weligton de protagonista. Primero recibe una agresión y después, en una acción posterior, soltó un manotazo a Vela que le costó la amarilla.
Y siguieron los problemas para el Málaga. Antunes también se rompió y tuvo que dejar su lugar a Duda. Dos lesiones en el mismo partido sin haber nada de por medio.
En mitad de este desconcierto, la cuestión era que la Real empujaba al Málaga cada vez más hacia sus adentros. Había un cierto desgobierno en el equipo blanquiazul y Gracia optó por recuperar algo de presencia por el centro con Recio, sacrificando a Samu y optando por una especie de 4-3-3.
Aunque no terminaba de carburar, este Málaga tiene un hambre insaciable. Lo ejemplifican a la perfección Casti, Juanmi y Amrabat. Gestaron el gol, golazo en realidad. Primero por la fe del niño progidio, metiendo sus elásticas piernas para robar un balón en el medio y tocar rápido para Amrabat. Con la contra montada, Amrabat cabalgó por la derecha, donde suele hacer muchísimo daño. Metió un balón de los suyos, imposible para que el portero pueda ir a cazarla y lo justo para que los defensas no terminen de llegar al corte. Y la guinda la puso Juanmi, que marcó su segundo (cuarto...) gol de la temporada. No era fácil engancharla, pero su toque sirvió para incrustarla en la escuadra.
Aun así, tocaban minutos de mucha faena. La Real quería y quería (Miguel Torres sacó una ocasión jugándose el penalti de manera espectacular). Arrasate quemó sus naves y retiró a Canales para situar a otro delantero, Finnbogason.
Con todo, fue el Málaga quien tuvo el remate final en la botas de Darder. Amrabat casi calcó la acción del gol y asistió a Darder, cuyo toque se fue al palo cuando lo tenía todo a favor. No hizo falta, pero aun si el fútbol hubiese querido que este partido acabase con la Real empatando, eso no cambiaría lo que está demostrando la escuadra de Gracia.
Su hambre, decíamos al principio, es ilimitada. Cuatro triunfos consecutivos. Igual hay que empezar a dejar de llamar a este equipo con el término boquerón. Porque son pirañas, tiburones... depredadores al fin y al cabo.