¡Que acabe esto ya, por favor!

No hay afición que merezca esto. Los 14.000 valientes que han acudido a La Rosaleda en este día festivo deberían tener un reconocimiento público. Lamentable la imagen de este Málaga que ha decidido convertir el final de temporada en una sonrojante vergüenza colectiva. Perdió un nuevo partido el equipo de José González ante un Alavés serio, ordenado y con las ideas muy claras. Desde su entrenador hasta el último de los futbolistas que pisaron el verde de La Rosaleda. Un estadio que necesita olvidar cuanto antes el daño enorme de este curso futbolístico. El penúltimo partido de la temporada en casa acabó con una goleada infame.
Uno cree, iluso, que cada partido que le resta al Málaga para acabar con este año horrible, debería ser un alegato a la profesionalidad, al orgullo al menos. Pero nada. Hay honrosas excepciones sobre el verde, pero el global, la imagen genérica de lo que uno observa y sufre, es un grupo de jugadores incapaces de ofrecer algo mejor, superados notablemente por la situación y exentos de la mínima vergüenza torera.
No es de extrañar, por tanto, que la grada haya decidido sin tapujos soltar en cada partido toda la frustración, el hartazgo con los jugadores. Unos futbolistas que, a los tres minutos de partido ya habían arrojado la toalla. Rosales, otra vez Rosales, salía retratado en el gol visitante. Jugada por la derecha del Alavés, centro, error garrafal del venezolano y Manu García no desaprovechó la ocasión para batir a Andrés Prieto. 
No empezaba bien el debut del alicantino que se repondría bien con el paso de los minutos. Se sacudió los nervios sacando dos buenas manos a tiros de Guidetti y Dani Torres. El portero blanquiazul evitaba así un mayor ridículo local antes de que los equipos se marcharan al descanso.
Nada pudo hacer para evitar la goleada en la segunda mitad. El segundo y el tercer gol de los vascos fueron dos obras de arte que retrataron la diferencia de calidad e intensidad entre las dos escuadras. En apenas dos minutos, Ibai destapaba el frasco de las esencias para, primero dejar solo a Demirovic en su gol, y más tarde marcar un señor golazo por toda la escuadra. De tal belleza el zurdazo del centrocampista vasco que hasta La Rosaleda rompió a aplaudir.
Los pitos y la frustración la tienen reservada para los suyos que parecen no entender que aún defienden unos colores y un escudo que, a día de hoy, les pesa enormemente. Por suerte para el malaguista, sólo quedan dos capítulos de este aciago curso.

 

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