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El penúltimo gran héroe
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El penúltimo gran héroe

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F. G.

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Ataviado con una camiseta sin mangas, un pantalón pirata -que entonces era lo que se llevaba- y unas sandalias. Portaba además una pequeña bolsa con sus enseres y una sonrisa. Nos miramos Juan Jiménez, entonces delegado del diario AS en Málaga, y yo. ¿De verdad era futbolista ese flaco que pasaba delante de nuestros ojos por la zona mixta de La Rosaleda? "Parece un hamaquero", bromeamos. Créanme que sin maldad.
En aquel tiempo La Rosaleda era la casa de todos, de los futbolistas, de los aficionados que entraban a ver los entrenamientos, de los periodistas que pasábamos inolvidables mañanas en el templo entre risas y fútbol. Sí, algo de trabajo también, de cuando en cuando. Disculpen, menudo despiste, avanzar en la historia sin señalar al protagonista...
Era Antonio Hidalgo, un tipo normal. Nacido en Granollers, criado en la cantera del Barcelona, terminó de hacerse hombre y futbolista en el Tenerife. Después de cinco temporadas en las islas, recaló en el Málaga en el verano de 2005. Era un Málaga raro, pre-apocalíptico, con un dueño que sólo veía al club como una caja registradora que desvalijaba; unos dirigentes (Mendoza, Manolo Hierro) absolutamente negados pero que hacían y deshacían según sus antojos; un entrenador casi recién llegado que venía de obrar un milagro (Tapia); y una plantilla huérfana de Miguel Ángel y a la que pretendían arrancarle Duda de cuajo.
No hace falta decir que fue un año difícil en todos los sentidos. Hidalgo, como otros muchos, o como prácticamente todos, acabó a la deriva en aquel conjunto blanquiazul que terminó con sus huesos en Segunda. Pero él, que tenía experiencia sobrada en la categoría de plata, ayudó a sostener al Málaga en ese año de transición en el que Sanz había pasado de lucir brazalete en pretemporada a ser el presidente. Acabó el curso con 10 goles en un equipo blanquiazul que ya estaba en manos de Muñiz.
Pero le deparaba algo bueno a Antonio Hidalgo después de dos años de sufrimiento. Muñiz le dio galones en el equipo, ya fuera por delante de Carpintero y Apoño o como un mediocentro más. Pero donde estaba más cómodo Hidalgo era acercándose al área. 14 goles en ese curso 2007-08, incluidos los dos últimos, los del Tenerife. Aunque estaban por allí Weligton, Salva Ballesta, Nabil Baha, Eliseu, Javi Calleja o los mencionados Apoño y Carpintero, el gran héroe del ascenso fue el tipo normal de Granollers, el hamaquero Hidalgo.
Quizás después de ese momento no tomase las mejores decisiones de su carrera en el plano deportivo. Llegó a un Zaragoza también convulso y le tocó rodar por plazas como la de Osasuna, Albacete, regreso a Tenerife, Sabadell y, por último, Cornellà. Cambiar La Rosaleda por La Romareda supuso un antes y un después para el bueno de Antonio Hidalgo. Hoy, a 10 de noviembre de 2015, con 36 años, anuncia que cuelga las botas. Que las traiga a Málaga y las pongan en el museo, que es donde tiene que estar la historia. Buena suerte, héroe.

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