Confiemos en Víctor Fernández

Se acabó. Con el cuerpo en Londres, el corazón en Heliópolis y la calculadora en Irún se ha ido esta Liga que, desgraciadamente, nos deja en el mismo lugar donde empezábamos: en la Segunda División.
 
Recuerdo que cuando empezó este camino por el Infierno futbolístico muchos querían que el equipo no subiera. Era la mejor forma de demostrarle a Lopera que debía irse. Pero el corazón, por mucho que uno intente ir contra él, bombea sangre verde cuando uno es bético de verdad. Y por eso esta tarde estábamos todos apiñados como balas de cañón, como dice nuestro himno.
¡Queríamos que subiras, Betis! Y no lo has hecho. Queríamos ver a Jesús Capitán salir del estadio más grande de la Segunda División llorando, por última vez, pero de alegría por el deber cumplido. Pero Capi se ha ido triste, dejando al equipo en Segunda y ya no volverá más, al menos con la camiseta de las trece barras.
Y aquí estoy, a miles de kilómetros, sin saber muy bien qué hacer o qué sentir. Lo fácil es pensar en la marcha de Lopera, en el abandono de los jugadores que no parecen implicados, en la salida del equipo de planificadores que no saben hacer las cosas año tras año. Pero he decidido ser constructivo y pensar en cosas que puedan ocurrir y no en las que me gustarían.
Ya no espero que Lopera se vaya, aunque sí que deje hueco a otras personas a su alrededor y que dé un voto de confianza a Víctor Fernández que ha hecho una segunda vuelta muy buena. Con una primera ronda igual, el Betis estaría ahora pensando en qué jugadores se enfrentarían el año que viene a Messi, Cristiano Ronaldo y compañía. Creo que eso sí sería bueno. Y espero que así ocurra.
Finalmente, me acuerdo mucho de mis amigos de Cádiz que se van a Segunda B precisamente el año que celebran su centenario. Me acuerdo de ellos porque, como ya sabéis, conocí a mi Betis gracias a una barbacoa en el Carranza. Por eso hoy es un día doblemente triste para mí. Mi solidaridad también para los cadistas.