Subidón en el Tartiere

Llegó el día. El Pucela se desató y demostró el potencial que se le ha presumido durante meses y meses. Y, especialmente, desde el mercado de Invierno. El equipo se redimió del ridículo frente al Huesca y sacó a relucir el arsenal de Braulio Vázquez. El Real Valladolid es imparable cuando está enchufado e insufrible cuando no tiene el día. En Oviedo, escenario para gigantes, el equipo obró la machada y tumbó a los asturianos, que no perdían desde septiembre en el Carlos Tartiere.

Lo hizo, además, ante más de 1.500 aficionados en las gradas. Una dosis de pucelanismo en vena para todos ellos. Muchos viajaron decaídos tras el fiasco de la última jornada y vuelven con un subidón y, sobre todo, con la esperanza de que el equipo esté a tiempo de engancharse a la parte alta de la clasificación. Por lo pronto, el Real Valladolid recorta tres puntos al Oviedo y se queda a cinco, una distancia recuperable en las 13 jornadas restantes. Los tropiezos de Girona y Mirandés también alientan la escalada blanquivioleta.

Arranque espectacular

No hacía falta ser enólogo para ya percibir en el minuto 1 que nada tenía que ver la cosecha con la de seis días atrás. La piña que el equipo formó segundos antes de comenzar el partido fue el primer síntoma de que era el día. Los jugadores sabían que no se podía fallar y que había que dar un golpe encima de la mesa. Las buenas sensaciones se confirmaron en las primeras jugadas, con un Rennella muy asociativo y con Roger y Mojica desenmascarados. La presión a Esteban, que pareció más un debutante que el portero más veterano de la categoría, descompuso muy pronto a un Oviedo desconocido y a merced del Real Valladolid. Los azulones dieron un paso adelante superado el minuto 8, tras una grave pérdida de Tiba que le costó la amarilla y que obligó a Kepa a estirarse ante la buena intención de Susaeta a balón parado. Fue de los pocos errores del portugués, que tuvo encañonado al centro del campo del Real Oviedo durante todo el encuentro.
Cuando estaba a punto de cumplirse el primer cuarto de hora del partido, una conducción de Roger Martí, que contemporizó hasta encontrar el pase perfecto, asistió a Juan Villar para plantarse en solitario delante de Esteban. Se cantaba el gol de Rennella, completamente solo en el punto de penalti para empujarla. Villar se la jugó. Miró a la cara a Esteban y le dibujó el pase al francoitaliano. Pero la enjauló el andaluz con un golazo de nivel. 

Lluvia de goles

Sin tiempo para imaginar los tres puntos, el Oviedo respondió con el empate de Koné. Juanpe se precipitó y perdió la marca dejando un vacío en el flanco izquierdo que ni Nikos ni Marcelo Silva llegaron para tapar. Borja Valle condujo en solitario y cuando parecía que el Real Valladolid se recomponía, centró a los pies de Koné, que superó a Kepa y colocó el 1-1.
El contratiempo no desmotivó al Real Valladolid, que tardó tres minutos en volver a levantar a los aficionados pucelanos de sus asientos. Tiba puso un balón perfecto a la cabeza de Juan Villar y el pichichi blanquivioleta hizo el segundo gol. De nuevo, no fue una definición cualquiera. Fue de delantero grande, de goleador. Balón abajo, donde duele, para botar antes de hacer inútil la estirada de Esteban, desesperado ante el empuje de los de Portugal.
Pese a que el partido se convirtió en un correcalles, la pegada del Real Valladolid se impuso a la de los locales. Como si el partido estuviese viviendo sus minutos finales, el Oviedo adelantó filas en busca del empate y abrió unos huecos que Roger no perdonó. El valenciano se acomodó un balón largo y pese al extraño remate, que no fue ni mucho menos del gusto de pistolero, se envenenó a ras de césped y el balón se coló en la portería de Esteban. El 1-3 antes del descanso, inimaginable en la previa del partido, hundió a los aficionados oviedistas y revolucionó a los pucelanos presentes en el Tartiere. El único punto negativo hasta el momento era la lesión de Nikos, que obligó el regreso de Mario Hermoso al lateral izquierdo.

Segunda parte controlada

Tras el descanso, el Real Valladolid no modificó el guión. Salió beneficiado del juego de la primera parte y pretendió que todo siguiese por los mismos cauces. El comienzo lo tradujo en un acierto. Pedro Tiba bailó con el balón superada la divisoria, sacó el periscopio y le puso un balón a Mojica que el colombiano aprovechó para centrar a los pies de Juan Villar, que conseguía su tercero de la tarde y el cuarto gol del Pucela.
El Oviedo despertó por la inercia, pero lejos estuvo de meter el miedo en el cuerpo al Valladolid. Koné, aprovechando un balón servido por Carlos Peña desde el lateral izquierdo, superó a Kepa e hizo el 2-4 con media hora por delante. Había tiempo hasta para alcanzar el histórico 3-8, pero el Real Valladolid tuvo la frialdad suficiente para resistir hasta el pitido final con un resultado plácido que vuelve a poner su nombre en la lista de candidatos a ser nominados por el ascenso. El Pucela sigue vivito y coleando. Que no es poco.