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El mejor jugador de la historia del Real Zaragoza (según Equipo)
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El mejor jugador de la historia del Real Zaragoza (según Equipo)

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Carlos Puértolas

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Recuerdo los lunes por la mañana cuando, lloviese o no, la Puerta 14 acudía puntual al kiosko, y con un puñado de cobres, compraba El Punto Deportivo, y después el periódico Equipo. En aquellas páginas desmenuzaban uno por uno los noventa minutos del Real Zaragoza. Una disección de cirujano combinada de opinión e información con la cual, según recuerdo, jamás estuve de acuerdo del todo. Jamás. Enfadados con los plumillas de postín buscábamos la reconciliación al fondo del pasillo, en las crónicas del fútbol base, ansiosos porque, alguna vez, saliesen nuestros nombres en el partido de la jornada de Primera Alevín (acompañados de una puntuación generosa) #Puértolas3.

El caso es que en aquel Equipo, un lunes, decidieron hacer una encuesta en la que elegir al mejor jugador de la historia del Real Zaragoza. Tras semanas de votación el ganador fue Juan Señor.
No entendí aquel reconocimiento. Señor era demasiado reciente para ser leyenda. El olvido todavía no había corregido sus fallos ni inventado fábulas legendarias. En el patio de los mayores nos habían hablado de Lapetra, Canario y de Arrúa, de los Alifantes y de Yarza, de Marcelino y de Violeta; “aquellos sí que eran buenos, no éste que rajaba de Antic”, decían. El Típico aragonés ensalza el pasado y minusvalora el presente frente a quien no lo ha vivido. Hoy ya sí, Señor es leyenda. Y lo merece porque este aragonés de Madrid ha sido uno de los grandes. Un futbolista menudo, de pelo rizado, verbo excelente, exquisito toque de balón con su derecha, líder, capitán e internacional en la Eurocopa de Arconada, el Mundial de México y goleador en el mítico España - Malta.
Señor fue la primera gran estrella que conoció la Puerta 14. El primer gran pelotero que vimos los ojos de los chavales nacidos en los alrededores del 80. Todo el caviar anterior nos lo habían contado y esta era la primera ración de salmón noruego y rico que regustaba nuestro paladar de comulgante.
Llegó a Zaragoza desde Vitoria para quedarse. Para mejorar. Para capitanear un grupo repleto de futbolistas de aquí y de allí con hambruna y calidad y pelear por estar entre los grandes.
Señor debutó en 1981 y nunca más se quitó la camiseta del Real Zaragoza. Casi 33.000 minutos como blanquillo, 369 partidos y 69 goles. Pero de Señor recuerdo un gesto: su forma de celebrar cada tanto. El capitán levantaba el dedo índice de su mano derecha al cielo y eufórico corría a celebrarlo. El dedo del número uno. Del mejor jugador de una época en la que compartió vestuario con futbolistas excelentes: Amarilla, Rubén Sosa, Casajús, Valdano, Barbas, Juliá (Narciso o Narcís) y García Cortés.
De eso se dieron cuenta los grandes. Señor reconoce que un verano sonó la filarmónica de Madrid en su teléfono: llamaba un Leo Beenhakker quien le había enseñado mucho en La Romareda. Criado en la Fábrica pudo volver al Bernabéu. Tuvo en su escritorio tinta mareante destilada en Concha Espina pero dijo no; prefirió Zaragoza. Cabeza de un ratón con dientes y uñas y no cabeza de un León en pleno reinado, porque en sus piernas guardaba talento para triunfar al lado de Butragueño, Rincón, Camacho y Maceda.
Esto de la fidelidad y el amor a los colores, hoy, se lleva menos. La hucha está vacía y los gerentes necesitan papel para sobrevivir en un fútbol en el que, para escalar al escalón de los poderosos, necesitamos cordajes alpinos imposibles de pagar. Lo bueno se vende. Vallejo ha sido el penúltimo en un Zaragoza que ya no es la última estación de los buenos futbolistas.
Años después se lo escuché a Arconada en la Universidad de Navarra. El portero nunca se quitó la camiseta de la Real. “En San Sebastián ganaba títulos, mandaba y jugaba con la selección. ¿Para qué cambiar?” Este argumento es plenamente extrapolable a la voz de Señor.
Luis Costa le mimó y con el ocho a la espalda levantó una Copa al cielo con verso de poeta uruguayo. Fue su cenit como jugador del Real Zaragoza. Luego llegó Antic con una mentalidad diferente en un tiempo nuevo. Desavenencias con Radomir le dieron un papel secundario. Los protagonistas nunca pueden ser figurantes y Señor mostró su rebeldía en el campo.
Ya era tarde para más discusiones y broncas públicas. Un desvanecimiento y un viaje a un cardiólogo italiano con 32 años provocó que Señor dijese basta. Se retiraba el capitán y se cocía la leyenda del mejor de la historia según aquella vieja encuesta del difunto Diario Equipo.
Coincidió con Señor un portero mediocre. Un tipo al que el show le iba más que el trabajo. Basta de homenajes: hablemos claro de José Luis Chilavert. Pero eso ya es otra historia.

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