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Los fichajes sin ficha
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Los fichajes sin ficha

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Carlos Puértolas

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Valeriano Jarné fue un revolucionario en esto del periodismo deportivo en Aragón. Un pionero. Conserje de una finca en el centro de Zaragoza comenzó a teclear la máquina de escribir de Heraldo de Aragón pasados los cuarenta. Nada le costó saberlo todo. Espabilado como pocos, fumador de puros buenos y no tan buenos, de poco pelo, churrasco bien hecho, poco hielo y menos peso Valeriano fue el primero en subir a diario a la Ciudad Deportiva y conocer a los futbolistas en el bancal verde de los entrenamientos y no sólo en el césped dominguero. “Este es el periodismo que me gusta” le escuché decir durante una de sus últimas mañanas sobre la hierba de la carretera de Valencia después de entrevistar al entrenador del filial.

  Su estilo grueso y una dicción irregular las suplía con una tremenda empatía frente a su público, además de incontables noticias, exclusivas y chismorreos que nada ni nadie soñaban con contar. Los titulares no están en la redacción sino en la calle, en la barra de un bar y en algún rincón del vestuario, y eso lo sabía bien. Se peleó con muchos e hizo amistad con otros tantos, en los despachos y también en el resto de medios. La Puerta 14 leía sus artículos en Heraldo de Aragón, le escuchaba en Radio Zaragoza, junto a Paco Ortiz y e incluso le vio comer magdalenas en el plató de Fútbol & Fútbol, en la vieja Antena Aragón. Entre libros y meriendas hacíamos un hueco para escuchar a las siete el Estudio de Guardia deportivo de la Cadena SER. Jarné sacaba “la perrita a pasear” para anunciar fichajes y rocambolescas alcahueterías que sólo él conocía. Un día de 1997 Valeriano dijo que el Real Zaragoza estaba interesado en Eric Cantoná, y le llamaron loco. Lo que sólo él sabía era que, en aquel rumor, mucho había de verdad. No era una marcianada ni una locura con la que rellenar una columna y la posterior tertulia, lo había dicho Valeriano. Los veranos sin su voz, su pluma y su perrita ya son menos veranos.  Y es que, de rumores también se alimentó la Puerta 14 y más durante el largo mes de julio. Necesitábamos alpiste con el que lubricar nuestros finos paladares en las charletas estivales. Fichajes ilusionantes y glamurosos que nos hiciesen creer que, cuando nuestra madre escondiese el bañador al fondo del armario, empezaría la liga de nuestras vidas.  La primera ilusión sin final feliz y dulce la recuerdo en julio del 93. Un año antes, Dinamarca se había acostado con las chancletas y la toalla bajo el colchón cuando fue reclamada por la UEFA para sustituir a Yugoslavia en la Eurocopa de Suecia 1992. La tierra balcánica se resquebrajaba a golpe de sable y no había sitio en el deporte para un país desintegrado y descompuesto por el genocidio de Slobodan Milosevic y los fusiles patrios. Los daneses se despertaron de un plumazo y cambiaron el billete a Ibiza por uno a Estocolmo pero sin dejar de soñar. Porque ganaron enamorando a todo un continente futbolero.  En su plantilla un portero rubio y alto lo paró casi todo, Peter Schmeichel, y un muchacho habilidoso y guapo en la zona de creación fue definitivo: Brian Laudrup. El hermano malo se convirtió en bueno, en un excelente pelotero de toque sutil y refinado, para levantar un trofeo que la Puerta 14 (en su versión rojigualda) no alzó hasta 2008.  Sin España en aquella cita todos fuimos un poco daneses. Lo que no imaginábamos era que un año después su estrella Laudrup (Brian), la diestra que los había hecho grandes, protagonizaría titulares en la prensa nacional con el Real Zaragoza como acompañante. Decían que el acuerdo era total y que sólo faltaba la última rúbrica para traerlo a nuestra casa. Y fue verdad. Javier Paricio formuló una oferta en firme a la Fiorentina y al jugador quienes aceptaban la cesión con opción de compra millonaria. Aquí se dijo que el otro Laudrup (Michael) había recomendado a su hermano recalar en Zaragoza, que era una plaza donde se proponía buen fútbol, lo que nos llenó de orgullo. Disfrutamos de ese sueño, de un rubio con raya y flequillo desteñido de blanco y azul sin haber vestido jamás nuestra camiseta.  Cuentan las hemerotecas que fue Valeriano el primero en soltar la liebre. Le llamaron loco, una vez más, pero, de nuevo, fue verdad. Luego, cuando se confirmó el interés, el resto subieron a su carreta. Durante días tildaron la operación de inminente. Y era así; tan sólo faltó la firma del danés. Pero faltaba uno por hablar, la voz golfa de un presidente con pelo resembrado, Mamma Chichos en la cadena amiga y una ingente cantidad de billetes en sus cuentas por todo el mundo: Silvio Berlusconi. De sus vacaciones en Copenhague marchó al gran Milán de los holandeses y no a Zaragoza. Allí fue cola de león y no cabeza de un cachorro con el colmillo afilado que años después fue un felino devorador de triunfos. La primera alternativa aragonesa fue el malogrado Peter Dubovsky, entonces un jovenzuelo en el Slovan de Bratislava, quien fichó por todo un Real Madrid. Aquí acabó Juan Eduardo Esnáider. Al peso, salimos ganando.  Porque de rumores se han desperdiciado litros de tinta y voz, y, quiero creer, que no de manera malintencionada. Simplemente el capricho de las infinitas partes que intervienen en una operación y que la dan por hecha en la oreja del plumilla espabilado, cambian poco después sus intenciones, el contrato redactado y el destino del pelotero miles de kilómetros. La credibilidad de las portadas desciende a un pozo negro con el periodista como culpable público pero no real. O sí.  Hubo más de uno y de dos julios en los que el argentino Matías Almeyda buscaba casa en los barrios buenos de Zaragoza hasta que se confirmaba su traspaso a Sevilla, Roma, Palermo y Milán. Como las vacaciones Santillana, las sombrillas baratas y los alquileres en Salou aparecía el nombre del mediocentro en la órbita aragonesa. A la Puerta 14 le había salido mostacho y calabazas en sus notas cuando minutos antes de estudiar los exámenes de septiembre se bebía un café con leche junto al rumor en página par de que Matías era casi blanquillo. Jamás vino aquí pero nos entretuvo veranos de tedio antes de aprobar todo. O no.  Y como ellos han fichado futbolistas fantasmas a decenas. Un paseíllo de jubilado por la hemeroteca da para recoger una lista tremenda; Cosmin Contra, al Jardinerito Cruz, Xabier Eskurza, De la Red y así un millón de futbolistas que pudieron ser pero no fueron. Valeriano lo sabía. El resto nos ilusionamos y nos entretuvimos siguiendo su pluma. Benditos veranos.  Fue y mucho Enrique Yarza, el mejor portero de la historia del Real Zaragoza, un guipuzcoano que vino a Zaragoza a estudiar. Pero eso ya es otra historia.

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