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Buenas noches presidente
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Buenas noches presidente

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Carlos Puértolas

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Hubo una mañana en la que un setentón arrugado, con poco pelo y vestido con un chándal de colores llamativos entró, con el mentón arriba, en el viejo gimnasio del Real Zaragoza. No cogió ninguna pesa, ni siquiera se acercó a las viejas bicicletas estáticas apartadas al fondo de la nave. Saludó a cada una de las personas de la sala, con exquisita educación, y ocupó una de las sillas preparadas para los asistentes a la Junta ordinaria de accionistas del Real Zaragoza. Serio, estirado y con un puñado de papeles sobre sus piernas esperó paciente el comienzo de la infinita enumeración de mentiras, números falseados, falacias y tedio del pérfido dueño Agapito Iglesias. Aparentaba ser un friki, un tipejo con ganas de llamar la atención. Nada parecido. Aquel señor era Don José Ángel Zalba, el último presidente electo de la historia del Real Zaragoza.

Zalba jamás había vestido un chándal. Me lo contó una voz cercana al dirigente en un viejo Meriva mientras resonaban por los altavoces del coche los mejores chistes de Eugenio. No hacía falta. Cualquier ojo avispado sabía que aquella indumentaria ocasional incomodaba a un conquistador acostumbrado al nudo Windsor diario, pañuelo de seda y güisqui caro.
Viste así desde que tenía poco más de veinte años, cuando llegó a la directiva del Real Zaragoza a finales de los 60. Su don de gentes, buenos trajes y dicción fácil de día y de noche resultaron definitivas para que el entonces presidente Alfonso Usón le encomendase la labor de entenderse con los escasos medios de comunicación que seguían a diario la actualidad del club. Entabló una buena amistad con el locutor Eduardo González y compañía con los que llegó a viajar en el mismo coche a los desplazamientos y compartir neones y hielos en noches oscuras por toda España. Quizá aquella simbiosis resultó demasiado profunda para una directiva poco acostumbrada a los flashes y los chismorreos. Usón desconfió de su labor y culpó a Zalba de las filtraciones impresas en las primeras páginas de los periódicos. El presidente forzó su salida, quizá de manera inmerecida.
Zalba no se lo perdonó. Católico no practicante, español por los cuatro costados, elegante y enamorado de la piel fina, los buenos coches y una espectacular Harley Davidson en su garaje, decidió presentarse a las elecciones poco más de un año después. No tuvo rival ante el defenestrado Usón, quien emigró a Filipinas a ganarse la vida. El 19 de abril de 1971, 183 votos a favor le convirtieron en máximo mandatario de un club con poco más de 13.000 abonados, 18 millones de deuda a corto plazo y un aval personal de Zalba y su nueva directiva para impedir la salida del gran Planas primero al Barça y luego al Espanyol. Rosendo Hernández fue su primera mano derecha en el plano deportivo y, juntos, comenzaron un plan de reconversión del club. Más por menos, era el mensaje frente a los futbolistas y al técnico José Luis García Traid quienes le superaban en edad pero no en astucia y pillería. A final de la primera temporada el propio Hernando se hizo cargo de la plantilla en sustitución de García Traid y con el equipo descendido a Segunda División.
La deuda superaba el veinte por ciento del presupuesto y el club vio como le embargaban el Trofeo Carranza conquistado un verano loco. Aquella afrenta hizo reaccionar al mundo del fútbol. El Barça y el Espanyol se ofrecieron a visitar La Romareda gratis para hacer caja, además del anuncio del Ayuntamiento de Cádiz de pagar íntegramente el embargo del trofeo. Las profundidades del balompié se removieron para salvar al Zaragoza y los aficionados dieron un paso adelante y duplicaron el número de socios.
Rosendo Hernández duró nada, pero sí su tercer técnico, el devoto Rafael Iriondo, de quien Zalba sólo recuerda sus rezos y rosarios durante los partidos y cómo funcionaron para ascender a Primera.
Poco a poco aquel proyecto austericida comenzó a ver la luz. La operación 25.000 abonados y la implicación de toda la sociedad aragonesa le dio un impulso a un club repleto de telarañas magníficas. Miró más allá y bajo su mandato llegarían todos y cada uno de los Zaraguayos. Supo caer y levantar tras haber pisado la gloria.
A la par y cuando las luces rojas se encendían, Zalba también lució palmito en la noche zaragozana más exclusiva. Jamás negó su afición por el papel cuché. Amante del teatro entabló amistad con Fernando Esteso y su vedette, la bella Norma Duval, con los mejores toreros, actrices, cantantes y las figuras más rutilantes que pasaban de gira por Zaragoza. Con todos compartió unos minutos junto a una buena copa de balón.
Zalba decidió dar músculo al club. Con el equipo en Primera arrancó la reconstrucción comenzando por la nueva Ciudad Deportiva. Tras vagabundear de campo en campo, aquella dirección decidió dotar de un espacio propio a la cantera más importante de Aragón, en un monte seco en la Carretera de Valencia. En su bar se llevaron a cabo importantes compras y ventas. Además instaló redes de deriva en Sudamérica, junto a Avelino Chaves, donde pescaron pez paraguayo: bueno, bonito y barato.
El Real Zaragoza se puso de moda y pronto alcanzó los puestos altos de Primera. Octavo, tercero, segundo y finalista de Copa una noche triste con el calvo y bigotudo Segrelles como colegiado y protagonista. A aquellos tiempos sólo les faltó un trofeo con el que decorar el saloncito del chalé del presidente.
Presumió de intentar contratar buenas personas aunque aquello no siempre lo lograse. A los futbolistas les trataba de usted, con un respeto que ya no se lleva. Nino Arrúa, el mejor pelotero de entonces, entabló una relación de amor-odio con la directiva que acabaría con el guaraní apartado debido a un conflicto con el tímido Jordao tras un penalti en Salamanca. “Era un egoísta y un divo”, dice Zalba de un melenudo que le había dado casi la gloria. Otros lo niegan. A Carlos Diarte le tilda de caprichoso: “Le tuve que comprar una guitarra de doble cuerda para que jugase en Vigo. Si no hay guitarra no hay delantero”. Diarte anotó dos goles en Balaídos y después cantó en el especial de Nochevieja de Televisión española.
Chaves se convirtió en su mano derecha e izquierda en el plano deportivo. El gallego jamás se la jugó al desconfiado Zalba quien sí unió operaciones brillantes con claroscuros e intereses extraños como la venta express del propio Diarte al Valencia tras una comida secreta en la flamante Ciudad Deportiva.
El descenso a Segunda, el cansancio y la dejadez de funciones al ser nombrado directivo en la organización del Mundial 82, como él mismo reconoce, provocó su dimisión del presidente en 1977. Amante del buen fútbol y los manteles de tela, de tenedor de plata y verbo fácil, acostumbraba a visitar los mejores restaurantes y a vivir de una manera acomodada. Don José Ángel era un tipo exclusivo.
No quiere contar qué le llevó de nuevo a la presidencia, en 1988. Dice que se vio invitado a presentarse unas elecciones tras una conversación con un buen amigo suyo, político de la comunidad. Ganó por más de 2.000 votos a Luis Oliver. Una goleada electoral que le colocaba en el trono a pesar de las quejas sonoras de Oliver, por el trato de los medios de comunicación hacia su candidatura. Zalba respondió con claridad meridiana “Ha ganado el sentido común”.
La segunda etapa fue más cómoda. Quizá la experiencia acumulada en los setenta le ayudó en la gestión. Pero había un grano, una china en los mocasines del Presidente: José Luis Chilavert. Según cuenta, al llegar se encontró un contrato que obligaba a la entidad a pagarle el dinero en Canadá. Zalba se negó y le abonó en suelo patrio. Un tipo como el Chila, con un carácter tan controvertido y problemático, le hizo las mil y una al coquetear en comidas y cenas con una melena conquistada por el presidente. Chilavert y su verbo ágil se las hizo pasar canutas.
En el banquillo apostó por Radomir Antic y por Víctor Fernández, quien según Zalba, puso el carné para que el serbio entrenara al equipo. Antic ni mucho menos agradeció el gesto y se las hizo pasar canutas a Víctor. La realidad es que el presidente nunca creyó en los entrenadores a quien calificaba como actores secundarios del fútbol. “Con que no sea gafe es suficiente”. Víctor era barato, educado y no era gafe, razones de peso para que el mandamás le confiara el equipo tras la salida de Radomir.
Ese nuevo fútbol, quizá le venía grande. Sus métodos no casaban con los Giles y Loperas quienes promovieron las Sociedades Anónimas deportivas. Los clubes se convirtieron en empresas en las que los socios redujeron su importancia a meros figurantes del negocio.
El Real Zaragoza necesitó de cuatro rondas y la presión estatal de Gómez Navarro y Rafael Cortés Elvira en el Ayuntamiento. La reconversión la pagó Alfonso Soláns Serrano, dueño de Pikolín, quien puso sobre la mesa 270 millones de pesetas para cubrir el cien por cien del capital.
Zalba odia este fútbol de, según él, política e intereses económicos. Él también los tuvo, junto a un puñado de amigos, durante sus dos etapas. Aquella mañana en chándal reprobó la gestión del soriano vestido como nunca pero con su verbo de siempre.
No fue un enamorado del fútbol Javier Planas. Un pelotero excelente que llegó al césped casi sin querer.

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