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Palabra de gitano
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Palabra de gitano

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Carlos Puértolas

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Jesús Seba tuvo un sueño: retirar a su padre. No lo logró. Ni de lejos. No consiguió firmar un sueldo grosero para sacar al oficial de primera Seba de la albañilería. En Zaragoza apenas cobró 100.000 pesetas y en Inglaterra unas cuantas libras más, no muchas. Este gitano del Barrio Oliver fue posiblemente la gaseosa más sabrosa que vivió la Puerta 14. Creció y se disolvió como un champán bueno. Un ídolo efímero. Un tipo menudo, ratonero y listo que nos redujo la distancia entre un partido de infantiles en La Camisera y otro en La Romareda a un puñado de goles y menos de diez años de distancia. No. No y no. Después, aquel gas se disolvió el ídolo fugaz desapareció de nuestras vidas.
Jesús Seba, como muchos otros, se aprovechó de una enfermería superpoblada para jugar en la elite. El overbooking camillero y los debuts de canteranos son un perfecto ejemplo de causa-efecto en el mundo del fútbol. Tras una pretemporada a las órdenes de Víctor Fernández y un arranque bajo la tutela de José Luis Iranzo en el filial de los Cuartero, Celso Mostacero, Roberto Martínez y Sánchez Broto una llamada cambió su vida. Víctor le reclamó para viajar a Atocha el mismo sábado de partido en sustitución del lesionado Higuera. Seba jugó como titular por delante de Moisés ante la Real Sociedad de Toshack, Kodro y Oceano. Buen partido. Buen nivel. Lucha, pelea y garra. Pero en Primera se necesitaba más.
La mostró quince días después en Copa de la UEFA. Ante el débil Frem de Copenhague, anotó dos goles y se convirtió en ídolo. La Puerta 14 nunca hizo ascos a un buen bocado casero y Seba nos empachó de buen producto de la Zaragoza más profunda. 
La calificaron como la noche de las charangas. Una Romareda semivacía de público rellenó sus huecos con el sonido festivalero de varios grupos de trompetas, timbales, bombos y tambores. Tararearon los dos tantos de Jesús y tres de Dorin Mateut al ritmo el Tractor amarillo, Te huelen los pies o Paquito Chocolatero. Los mejores hits de aquel loco 92. No necesitó música tres días después. Contra el Tenerife de Valdano en el viejo Heliodoro marcó otro gol y el remolino de la fama engulló a un muchacho de apenas 18 años.
Le costó digerir semejante atracón de focos. La prensa le llegó a comparar con la otra gran promesa del fútbol nacional: Julen Guerrero. Fue convocado por la selección sub-21 y ocupó portadas en toda España. Los titulares facilones de la época vendieron la historia de un gitano salido de un barrio humilde, hecho a sí mismo sobre la tierra regional y goleador en Copa de la UEFA. No era para tanto. Cuenta que entonces lo veía normal pero pronto descubrió que su nivel futbolero ni mucho menos merecía esas alabanzas ni disputarle el puesto a los Pardeza, Higuera o Juan Esnáider.
Jamás llegó a tener ficha del primer equipo y Víctor, cuando la enfermería se vació, le envió rumbo al filial. Las 100.000 cochinas pesetas y un puñado de dietas fue todo su botín para retirar a papá Seba. Jugó veinte partidos en total y una maldita rotura de los ligamentos de su tobillo frenó la progresión natural en seco. Además, como todo muchacho noventero, debió cumplir con el servicio militar. Los mandos le permitían ir a entrenar pero no le libraron ni de las guardias nocturnas, ni de la instrucción ni de los madrugones. Dos trabajos en uno, mal pagados y complicados de combinar acabaron definitivamente con el sueño en La Romareda. Al acabar la mili marchó al Villarreal de Segunda División. Allí compartió vestuario con Sánchez Broto, el canterano Cornago o Jesús García Pitarch. Seba anotó un solo gol. Poco botín para ganarse un contrato mejor.
Pero en 1995 las casualidades de la vida le llevaron lejos de Zaragoza. El excéntrico millonario inglés Mister Whelan acababa de comprar el Wighan de la Tercera División inglesa. Este extravagante vendedor de ropa deportiva, preguntó a su delegado de tiendas en España, Paul Hodges, por alguna promesa buena bonita y barata. Hodges, residente en Zaragoza, no dudó en hablarle de tres muchachos sin suerte: Roberto Martínez, Isidro y el propio Seba. Una mañana Paul se acercó por la Ciudad Deportiva y les tentó. Tras asimilar que aquello no era una broma, los tres comenzaron a dudar.
Dudaron mucho. Pero mucho. Un vuelo sin compromiso y a gastos pagados para ver las instalaciones les acabó de convencer. Sin saber una sola palabra de inglés, hicieron las Inglaterras. Apenas acertaron a comprender el titular que les persiguió desde entonces: “Los three amigos”. El primer balón que tocó Seba en el primer amistoso acabó en gol. Tremendo. Increíble. Jesús is a Wiganger, le cantaba a diario la afición del Wigan tildándolo de nuevo mesías.
Halló el lugar perfecto para trabajar pero no para vivir. Tras un tremendo revuelo mediático inicial, el fútbol y el ocio rellenaban las veinticuatro horas del día primero en un hotel donde vivieron seis meses y luego en una casa más acogedora. Poca luz, mucha lluvia, un idioma incomprensible y la lejanía con su casa complicaron la aventura. Entrenaban, asistían a clases de inglés y comían y cenaban en un restaurante italiano regentado por un gallego que les permitía jugar a la baraja en un aire españolizado.
En el campo todo fue fabuloso. Ascendieron y se convirtieron en ídolos pero Jesús seguía echando de menos su casa. Año y medio después y con varias ofertas sobre la mesa de Inglaterra volvió al filial de Luis Costa y Manolo Villanova. Soñó que en La Puerta 14 corearíamos de nuevo eso de “Seba, Seba” pero nos habíamos olvidado y él tampoco mostró argumentos para recordárnoslo. Debía volver a emigrar, esta vez para siempre.
Las maletas le llevaron de nuevo fuera, a Portugal, al Chaves donde relanzó su carrera con un ascenso a Primera pero en una Liga menor. El Os Belenenses pagó un traspaso por un muchacho más maduro. Jugó mucho y bien pero un problema cardiaco le devolvió a España a Segunda B. Para poco habían servido los treinta partidos en la elite jugados en el país luso, para fichar por un Orihuela y por un Palencia paupérrimo antes de volver a casa, al Andorra y al Oliver de su vida. Tocaba reinventarse, pinchar una burbuja futbolera lánguida y dedicarse a vender seguros como nuevo modo de vida, además de ayudar a Roberto Martínez en busca de promesas que exportar al Everton inglés.
Lo peor estaba por llegar: la cárcel. Envuelto en una trama junto a su suegro, según cuenta la hemeroteca de El Mundo Deportivo en mayo de 2013, “el magistrado del Juzgado de Instrucción número 1 de Zaragoza ordenó su ingreso en prisión sin fianza después de que el Grupo de Delitos Económicos de la Policía le atribuyera la presunta participación en al menos de ocho fraudes a compañías de seguros con los que habría ingresado unos 110.000 euros en los últimos cuatro años (…) Seba está imputado por estafa y por formar parte de un grupo criminal, ya que junto a él se detuvieron a otras diez personas y cinco de ellas fueron a prisión. Supuestamente, se inventaban o exageraban siniestros, un total de 156. Entre los encarcelados está también su suegro”.
Seba tuvo un lugar al que volver, al fútbol, a lo suyo, a los de siempre; a la dirección deportiva del Mirandés donde hoy trata de devolver al equipo a Segunda. No pasó por prisión Rubén Sosa, quizá porque fue principito. Pero eso ya es otra historia.

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