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El Pichón

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Carlos Puértolas

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Juan Castaño Quirós fue el primer futbolista del Real Zaragoza de quien la Puerta 14 aprendió su nombre y dos apellidos. Quizá por respeto. Por bagaje. Por carisma. Por rebeldía. Por día. Por noche. Por ganar una final en Sevilla y otra en Montjuic. Por fútbol. Por todo. Juan Castaño Quirós. Don Juan Castaño Quirós merece mucho, lo primero que su figura supere un simple apodo traído de Mareo.

El primer recuerdo de Juanele está en un banquillo, el del Molinón. La imagen y, sobre todo, el sonido lo recogió el mítico “El Día Después”. García Remón preguntaba como un loro al más talentoso de la Quinta de los Yogurines “¿Estás bien Juan? ¿Estás bien? ¿Estás bien Juan?” El pollito rubio hacía gestos afirmativos con su prominente barbilla mientras miraba la grada de Ultra Boys con un hambre voraz. Lo último que me contaron fue que pagaba sus maldades recibiendo clases en el módulo de respeto de una cárcel asturiana, junto al resto de villanos. Era un tipo educado, dicen. Entre una imagen y otra: todo.
El Pichón de Roces siempre jugó contracorriente. Acudió al Mundial de las perillas pero de su cara jamás había salido un pelo, marchó a Tenerife cuando apuntaba a más grande, pudo emigrar al Calcio y se quedó en la Liga, utilizó las manos en algún bar cuando lo suyo eran los pies, golpeó el retrovisor equivocado y se cuidó menos cuando debía cuidarse más. Juanele reconoció que sufre de bipolaridad y que sólo el fútbol había logrado calmar esa patología. La Puerta14 intentó siempre quedarse con su yo pillo, habilidoso y carismático; el yo capaz de romper el Hierro más duro en un baldosa. El otro tampoco lo olvida.
Juanele fue mucho pero le faltó otro mucho para ser demasiado. Y no en lo futbolístico sino en lo mental. Llegó a Zaragoza tras vivir una montaña rusa en Tenerife y por petición de Chechu Rojo en un trueque fantástico. Hasta allí se marchó Pier y por aquí vino un pichón semifinalista de UEFA pero venido a algo menos. Necesitaba un incentivo, un cebo que perseguir y sobre el que volar. Se lo colocó un vasco con carácter. Txetxu Rojo, posiblemente uno de los entrenadores más incomprendidos de la historia reciente, no se lo puso fácil; cinco partidos le costó ser titular. El asturiano reconoce que Rojo le pidió más y más, ahora lo agradece.
En aquella primera temporada el Real Zaragoza asaltó el Bernabéu. Juanele anotó dos goles al borde del descanso, en una manita histórica. Un tal Bizarri contra un rubio de clase excepcional, colocado detrás de un serbio que lo remató todo: 1-5. Estuve allí, en el gallinero merengón, y también estuve aquí una tarde en la que la Puerta 14 soñó con levantar una Liga en Mestalla. Nos quedamos a sólo tres errores arbitrales de la gloria. A mis dieciséis añitos pedí a mi padre volver a casa sin hora si campeonábamos. Mi primera vez. Tan seguro estaba de que no ganaríamos la Liga que dijo sí. La realidad es que ni siquiera jugamos la Champions League. A las doce estaba en la cama, eso sí , después de saborear un Ribeiro estupendo en el legendario Bar Rías Bajas.
Juanele no cantó el alirón entonces pero sí dos años después, en Sevilla, tras una tarde asfixiante. La Puerta14 jamás había pasado tanto calor, jamás había visto la Rianxeira celtarra en nuestras narices, jamás había visto una final con una grada llena y la contraria semivacía y jamás había visto como cuatrocientos se comieron a cuatro mil. Aquella copa fue la primera vivida en primera persona. A mi lado un sportinguista se apuntó a la finalísima. Trajo una bandera de su Asturias y vistió un siete prestado. Le importaba una mierda el Zaragoza, lo que quería era ver a Juanele triunfar en un partidazo. Y lo hizo. Con el trofeo en el bote, se acercó a la grada y le gritó como un poseso pidiéndole la camiseta; Juanele se tocó el corazón, lanzó un beso a su paisano pero no hizo caso. De asturiano a asturiano no hubo recompensa.
Juanele recibió mil alabanzas. Paco Jémez le define como el tipo con más talento con el que ha jugado. “40 kilos de un muchacho escuchimizado que te hacía las mil diabluras y se iba por donde quería”.
En Montjuic nos hicimos adultos. Primero en la grada, Quique Guasch lo dijo en la retransmisión de TVE “Impresionante la afición del Zaragoza que lleva en volandas a su equipo por encima de la del Real Madrid” y en el campo con el gol de Galletti. Juanele apenas jugó un puñado de minutos pero le dio tiempo a vacilar a Zidane y celebrar en su cara galáctica que nosotros éramos muy buenos. Casi los mejores.  Perdió protagonismo en el verde y no tanto fuera. Marchó a Tarrasa con Lillo durante cinco meses que le sobraron y se retiró del fútbol en el Roces con más pena que la gloria merecida.
Pero también hablemos del otro Juanele. El amigo de José Ignacio, de Villa y de casi todos, el que no volvió a la selección de Clemente por volver de una fiesta sin camiseta, el tipo a quien un par de conocidos acompañaron algún jueves a casa y el que necesitó un trato diferente. El que vivía en otra realidad.
Cuando los focos se apagaron, lo oscuro le atrapó. Una depresión, acompañada de problemas familiares graves, le condujeron a la UCI. Se intentó quitar la vida. El pichón devoró todo tipo de pastillas y la moneda al aire cayó de cara. Los deprimidos, dice, no piensan en la muerte; no piensan en nada.
Sus problemas no sólo estaban ahí. En casa vivió su particular calvario. En plena efervescencia por su ruptura sentimental, Juanele rompió el retrovisor de su coche. Al parecer, su expareja no quería devolvérselo. La historia fue tan rocambolesca que se equivocó y rompío el espejo equivocado. Sólo le podía pasar a él. Aquello, una reyerta en un bar, en la que él niega haber participado, y un papel no mandado a tiempo (ejem) le condujeron a la cárcel de Villabona. La cárcel light, dice porque residió en el módulo de respeto, donde convivía con “parejas en la vida real”. Un papel, un maldito papel. (ejem)
De su estancia en prisión contó a El Periódico que le tenían todo el día haciendo actividades, en clases con las que ganarse algún postre de más.  Pensó y repensó y salió. Pero cuando los cables se cruzaban, el otro Juanele incumplía la orden de alejamiento con su ex mujer. Tanto que un día apareció con un bate de beisbol en una peluquería y le agredió en presencia de su hija. 500 metros de alejamiento y cinco meses de cárcel. Más cárcel, más clases, más terapia y más fútbol. Porque en el verde, en lo suyo, con el equipo de la prisión vuelve a ser el amo. Mejora Pichón.
Juanele quiso ser entrenador pero no lo ha logrado, al menos de momento. Sí Radomir Antic, un tipo que jamás aprenderá a hablar en español de forma correcta. Pero eso ya es otra historia.

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