Allá van dos campeones
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Han muerto a la vez. Samuel Budría, portero de fútbol sala, 31 años, de camino a Quinto de Ebro, yendo a entrenarse, a glorificar con su paleta de obrero su pasión hecha deporte. Y Perico Fernández, excampeón del mundo de boxeo, pintor de cuadros, nebulosa de recuerdos de una ciudad que primero se rindió a sus pies y luego lo relegó a la memoria de un puñado de amigos.
A los dos conocí. A los dos traté. A Samuel, por el cariño infinito que le tengo a su hermano Abel, una de las mejores personas que el fútbol sala me dio el honor de conocer. A Perico, por muchas conversaciones en el bar Mito, donde alguna vez disfruté con sus anécdotas y muchas sufrí viendo descascarillarse a un hombre que recibía de la vida, en diferido, los golpes que casi nunca consiguieron tumbarle en el ring.
Algunos pensarán que la muerte es así de cruel y caprichosa. Que igual se lleva a un campeón del mundo que a un campeón de pueblo. Déjenme pensar a mí que la Virgen del Pilar lo ha querido así. Y que hoy tiene a su lado a dos campeones. Dos campeones y la tristeza infinita de una ciudad que, en su medida, a los dos quiso por igual. Descansen en paz.