Sin perdón
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Claro que hay que buscar culpables. Cierto es que ya no hay vuelta atrás y, tras la mayor vergüenza en la dilatada historia del Real Zaragoza, el equipo aragonés jugará, por cuarta temporada consecutiva, en Segunda División, pero precisamente por eso es obligatorio señalar a los responsables. Por eso y por tener claro qué, quién o quiénes no pueden seguir formando parte del futuro.
Plantilla y entrenador acaparan la mayor parte de culpa. En verdad, ellos son los que actúan cada semana ahí abajo. A Carreras le ha venido grande el escudo y ha decepcionado a muchos, entre los que me incluyo, que querían creer en su método y en su trabajo. Me equivoqué y lo digo alto y claro. El catalán ha fracasado y no ha sido capaz de mejorar a un nefasto entrenador como Popovic.
Los jugadores han dejado patente su incapacidad. Presos de una fragilidad mental impropia de futbolistas de élite y de una estrechez competitiva indigna de este escudo, un descendido a Segunda B desnudó todas sus vergüenzas en apenas un rato.
Pero convendría extender la indignación y mirar más arriba. Así lo impone tamaña afrenta al zaragocismo, al que se sigue humillando. Porque cuatro entrenadores y dos directores deportivos en dos años son demasiados y la Ciudad Deportiva, que debería ser el gran asidero, funciona igual o peor que con Agapito. Es ahí, en el palco, donde reside gran parte de responsabilidad de esta ignominia y donde se deben rendir cuentas. Porque, si la gestión económica de la fundación está siendo intachable, la deportiva lleva camino de llevarse todo por delante.
No hay perdón. Para ninguno. El zaragocismo llora huérfano. Su club, su vida, ni siquiera le ha pedido disculpas. La primera comparecencia del consejo de administración tras la colosal humillación fue para pedir de todo menos perdón por, seguramente, la mayor afrenta de la historia. El presidente, Cristian Lapetra, se centró en presumir de gestión económica y en pedir apoyo, ayudas y fe, pero olvidó lo más importante: la gente, que exigía un gesto y se quedó aún peor de lo que estaba. Ni cambios ni perdón. Nula autocrítica e inoportuna prepotencia en el peor momento. Un club perdido.