Aquí no hay amigos
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La sutil ruptura del Real Zaragoza con el Numancia se veía venir. Se diría que la relación entre ambas entidades no pasaba por su mejor momento desde hace tiempo y la actitud implacable e incomprensible del club soriano, convertido de motu propio en adalid de la oposición a una mayor adaptabilidad de los clubes a la delicada situación económica de los aragoneses, ha dado al traste con jornadas de convivencia o desplazamientos masivos con entrada adqurida en la capital aragonesa.
En verdad, la decisión del Real Zaragoza no va más allá de un asunto burocrático, una disputa empresarial, un problema entre altas esferas. Nada que afecte en demasía al aficionado de a pie, que, si así lo desea, seguirá disfrutando de un desplazamiento plácido, buena compañía y ambiente de fútbol y compadreo. El viaje a Soria y la preciosa procesión de zaragocismo en Los Pajaritos viene siendo una de las pocas cosas positivas de la Segunda División. La ciudad castellanoleonesa sigue a la misma distancia, mucho menor que la que separa ahora a las directivas de ambos clubes.
Se diría que el Zaragoza ha perdido, parece que definitivamente, un amigo si es que algún día lo fue. El asunto, en todo caso, se antoja baladí, aunque recuerda tiempos no demasiado lejanos, los del soriano Agapito Iglesias, en los que la mala relación con otros clubes era la nota predominante . Al zaragocismo, querido y valorado tradicionalmente en el resto del país, no le gusta dar la nota ni ser objeto de la animadversión de sus semejantes. En Primera o en Segunda. Pero lo que de verdad no soporta es que alguien se adueñe de su club, que lo convierta en un coto cerrado y acumule enemigos a base de despojarle de toda identidad. Por eso Agapito es historia. Claro que tampoco consiente puñaladas traperas en la espalda. Y más de un supuesto amigo.