Gracia y el reloj de arena
Con los grandes el reloj nunca suele ser tu aliado, el tiempo se eterniza, parece de arena, con su incesante caída. Miras de reojo el marcador, te agobia, porque lo tienes a mano, porque es cuestión de eso, de tiempo. De repente, un silbato suena tres veces. Y el tiempo, aunque sea por un instante, se detiene. Es todo para ti.
Al Málaga el punto se le pega en el paladar, como el jamón caro. Gracia tuvo una idea y a partir de ahí construyó un partido que se puede colgar en su solapa. Galones en el pecho. Y todos sus hombres, metidos a fichas de ajedrez. Y una lección para el Barcelona, que llegaba como equipo intratable. En el fútbol hay que correr, como mucho puede haber una excepción.
Seguramente, salvo Javi Gracia, no hay ser humano en el planeta que se imaginase una apuesta semejante ante el Barcelona. ¡Juanpi y Castillejo! Un descaro absoluto por parte del navarro, como el que gastan estos dos chicos que, por cierto, no desentonaron dentro del marco que dibujó su míster.
Pero luego llegó el balón y, por lo tanto, la verdad. Y el Málaga tejió un plan para tratar de anular a un Barcelona que venía de atemorizar a sus rivales. Y el resultado fue que los de Luis Enrique no lograron un tiro entre los tres palos que salvaguardaba Kameni. Algún acercamiento peligroso sí, que menos, incluido un intento de Messi de marcar un gol con el pecho.
El Málaga tampoco dispuso de mucho más, un tiro de Amrabat, otro de Darder y algún amago. Sí consiguió el Málaga, mérito de Gracia, ganar la batalla táctica. No es cualquier cosa. Como tampoco lo era seguir con vida para jugársela en la segunda mitad ante un Barça que ya empezaba a mirar al césped con desdén cada vez que un centro o un pase se marchaba por el sumidero.
Las cartas estaban boca arriba para la segunda mitad. Tocaba ver qué lectura hacía Luis Enrique y cómo pensaba destejer el planteamiento del Málaga. También hay que valorar a los estrategas cuando toca menear las piezas sobre la marcha, mucho más difícil que lo que se prepara durante los días previos a un duelo. Y Gracia tenía en su mano enamorar aún más si cabe a una afición que ya le banca a muerte.
Y después de amarrar este empate épico ante el Barcelona, raro será que no le pongan en los altares del malaguismo. Prometió ir a por el partido, hacer que su público viese que se habían dejado la piel más allá del resultado. No engañó. Liga hay una y con 38 partidos. Ahora a pensar en el Getafe con miel en la comisura de los labios.
La segunda parte confirmó que la primera no había sido casualidad, que esto era un texto escrito. El Barcelona apenas encontró espacios, no remató entre los tres palos. Lo buscó desesperado Luis Enrique, que quitó a Neymar y Pedro para ver si la frescura de Sandro y Munir desarmaba al Málaga. Pero no tocaba.
Tal fue el punto de desesperación que en los minutos finales trató de llevarse el partido a terrenos pantanosos, con Messi tirándose al suelo tras volver a verse las caras con Weligton y Piqué haciendo de fiscal y follonero al mismo tiempo.
La escena final, con celebración triunfal del verde a la grada, pudo ser más bella aún. Rosales estuvo a punto de marcar un golazo y Luis Alberto otro, de una falta con cicuta que Bravo y el poste desviaron. Habría sido la coronación absoluta de este Málaga entregado a la causa, honesto en el campo y que, como anunció gracia se dejó trocitos de piel para sumar un empate que tiene más connotaciones de las que dice una tabla de clasificación.