Joaquín Peiró, el 'abuelo' de todos los malaguistas
Con el fallecimiento de Joaquín Peiró (Madrid, 29 de enero de 1936 - 18 de marzo de 2020) se apaga una parte dorada del Málaga CF, aquella en la que el club salió del barro, renació de sus cenizas y consiguió colarse incluso en cuartos de la Copa de la UEFA maravillando y cautivando a partes iguales. Los recuerdos, al nombrar al técnico madrileño, se aturrullan tanto como las emociones. Y es que es imposible disociar el nombre del ‘abuelo’ malaguista -apodo cariñoso de los jugadores y parte de la afición- con todo lo que el club vivió años después. Cinco temporadas -desde la 98/99 en Segunda hasta la 02/03 en Primera- en las que asentó el proyecto blanquiazul entre los mejores y lo dotó de una personalidad atractiva.
El legado de Peiró tomó importancia con el paso de los años. Pero al técnico madrileño le llegó el proyecto de su vida posiblemente tarde. Él no lo sabía, pero aterrizó en Málaga en el verano del 1998 a los 62 años de la mano de Fernando Puche en una apuesta arriesgada a la par de insólita. El conjunto blanquiazul, recién ascendido de Segunda B, prescindía de Ismael Díaz para darle la alternativa a Peiró, que hasta la fecha no tenía una carrera especialmente pomposa tras su paso por el filial del Atlético de Madrid, Granada, Figueres, primer equipo del Atlético -sólo diez partidos-, Murcia y Badajoz.
Pero en Málaga, entonces ávida de fútbol, encontró la pócima perfecta. Ese mismo año subió de golpe a Primera División. Y en la élite asentó al equipo durante cuatro temporadas. El fútbol que practicaba entonces el conjunto blanquiazul era fácilmente reconocido por el fútbol nacional. Un equipo atrevido, ofensivo y que tenía a jugadores carismáticos. Inolvidables fueron aquel 1-2 en el Camp Nou, aquel ascenso en La Rosaleda ante el Albacete, o la Intertoto frente al Villarreal.
Su carácter afable, su mejor estrategia
Ése es el legado futbolístico de Joaquín Peiró, que dirigió al conjunto blanquiazul en 224 ocasiones. Pero posiblemente la clave del éxito del madrileño fue su carácter afable, su mano mano izquierda para manejar algunos jugadores y su impecable educación.
Las plantillas de aquellas épocas recuerdan con cariño al técnico malaguista. Era un entrenador posiblemente de otra época en un fútbol que comenzaba a mirar al futuro. Pero tenía esa capacidad para dejar hacer durante la semana y exigir al máximo en cada partido. Los jugadores casi lo veían como un abuelo para ellos, en una figura paternal que respetaban y también querían.
A Peiró se le recuerda que supo manejar con astucia a Darío Silva para convertirlo en uno de los referentes del malaguismo. Que ensalzó las mejores virtudes de Dely Valdés para ser un gran goleador. Convirtió a Sandro en una superclase para exprimir sus momentos de magia. Dotar a Fernando Sanz del liderazgo suficiente como para acabar dirigiendo al equipo. O apostar por extremos como Agostinho, Musampa o Rufete en ese fútbol vertiginoso y alegre. O que apostó por Basti y Bravo como materia prima de la tierra, entre otros. Roteta, Movilla, De los Santos, Gato Romero, Larrainzar, Contreras, Josemi.... Un equipo inolvidable.
Tal fue el calado del Málaga en Peiró que cuando se marchó de Martiricos, a los 66 años y tras cumplir una impecable misión en reactivar el fútbol en Málaga, sólo dirigió al Murcia en Primera un curso más, que no llegó ni a terminar.
Como futbolista fue top en los años 60
El técnico colgó la pizarra y comenzó a disfrutar de una merecida jubilación de una vida entera dedicada al fútbol. Y es que si Peiró fue una icono para el Málaga como entrenador, también lo fue como jugador para el Atlético de Madrid, donde formó parte de época dorada de los colchoneros. 219 partidos y 127 goles. Fue un velocísimo extremo izquierdo que se ganó el apodo del ‘Galgo de Metropolitano’. Fue internacional absoluto disputando incluso dos Mundiales (Chile 62’ y Inglaterra 66’) y también fue uno de los pioneros de llevar el fútbol español al exilio, marchándose al Torino pero haciendo historia en el Inter de Milán del Calcio italiano, donde ganó dos Copas Intercontinentales, una Copa de Europa o dos Ligas italianas. Acabó su etapa de jugador en la Roma en el 1970.
Peiró vivió los últimos días en familia, dando paseos por el Retiro de Madrid y saboreando los momentos de lucidez que posiblemente le transportaban a una Rosaleda llena y aún vibrando con su fútbol. Su llama se apaga, pero su legado y su figura seguirán vivos en el malaguismo hasta la eternidad.