La estabilidad en los banquillos es una quimera de otros tiempos, y la Real Sociedad lo ha dejado ya claro en su historia reciente. El antaño reacio a cesar entrenadores Jokin Aperribay ha entrado en una dinámica en la que solo tres técnicos han conseguido completar un curso entero en lo que llevamos de década. Asier Garitano venía para ser el antídoto a esa vorágine. Un técnico humilde pero que a priori encajaba con los valores de la casa, guipuzcoano y trabajador, que fue capaz de sostener al Leganés en Primera y alcanzandoademás unas semifinales de Copa que la Real solo ha probado una vez en los últimos treinta años, y con un reconocimiento de la cantera que le permitiría seguir manteniendo activo el mayor valor que tiene este club.
¿Qué podía fallar en ese esquema? Y aún así falló todo. Para empezar, los siempre dañinos rumores hicieron que Garitano nunca pareciera la primera opción para entrenar a la Real, pero fue quien finalmente se hizo con el banquillo. Y para continuar, eso desembocó en una aparente falta de comunicación con la Dirección Deportiva de Roberto Olabe. Garitano pedía fichajes que no llegaban y Olabe le dio exiguas armas para acometer un cambio de filosofía profundo que tampoco pareció calar en los jugadores, algunos de ellos con algunas declaraciones en público que desvelaban esa falta de sintonía, declaraciones que se escucharon durante la estancia de Garitano en el banquillo de Anoeta, incluso desde la pretemporada, y también después.
El frío análisis de lo que vimos en el campo no es demasiado benévolo con Garitano, que fue cesado después de lograr apenas quince puntos en diecisiete jornadas, una media que no hubiera bastante para lograr la permanencia en Primera, y un único triunfo en el remozado Anoeta sin pistas. Dilapidar ese caudal tantas veces ansiado desde la estructura original del estado donostiarra es algo que, por fuerza, pasa factura. Su Real, a pesar de unos números tan flojos, nunca llegó a estar en descenso. La derrota en Anoeta contra el Alavés, la cuarta consecutiva de una racha que dio con Garitano en la calle, dejó al equipo txuri urdin decimoquinto, en su punto más bajo de la temporada. Fuera de casa, eso sí, el técnico llevó a sus jugadores a lograr nada menos que cuatro victorias en sus siete primeros partidos, dejando a la Real más que viva después de un exigente inicio con tres jornadas consecutivas lejos de Anoeta.
Pero el escollo de Garitano, el principal, el que realmente hizo que su apuesta no cuajara, estuvo en el campo. Los jugadores no entendían lo que su técnico les pedía, y eso se veía partido tras partido, con una Real indescifrable. Los pilares del equipo estaban perdidos en las misiones encomendadas. Illarramendi, con parte de su terreno pisado por Zubeldia, no encontraba su lugar, ni para defender ni para construir; Oyarzabal corría y corría, pero a veces sin saber hacia dónde ni para qué; y Willian José jugaba tan lejos de la portería que parecía desesperado. Y para colmo, los otros pilares que quiso unir Garitano a esta ecuación se le cayeron sin remedio. Los fichajes fueron un desastre, bien por su nivel o bien por arrancar la temporada lesionados. Y Januzaj, en el que no paraba de fiar sus esperanzas el técnico, llegó tocado del Mundial. Y a eso hubo que unir los tremendos errores de Rulli que costaron puntos y que para la tercera jornada ya tenía dos lesionados de larga duración con Llorente y sobre todo Merquelanz.
Las cuatro derrotas seguidas del mes de diciembre no solo invalidaron la reacción que parecía llegar de la mano de dos victorias consecutivas, 1-3 ante el Levante y 2-1 ante el Celta, además de una más que solvente clasificación copera ante los vigueses, sino que provocaron el cese de Garitano, cese que le cogió por sorpresa, a él y a muchos. Dio la sensación de que Aperribay no quiso perder esta temporada el mismo tiempo que perdió un año antes tratando de mantener a Eusebio contra viento y marea. Nunca sabremos qué habría sucedido de haber continuado Garitano, pero sí es evidente que no consiguió aportar lo que prometía, sobre todo solidez defensiva. Su Real encajó veinte goles en esos diecisiete partidos y poco a poco fue perdiendo pólvora, de nueve goles en los seis primeros partidos pasó a marcar los mismos en los once siguientes, con siete de ellos marchándose a los vestuarios sin celebrar uno solo.
Un cambio de sistema fallido, un ineficaz intento de ganarse la confianza de los pesos pesados, una incomprensión del potencial que tenía su plantilla y una alarmante fragilidad defensiva son las causas por las que Garitano no cuajó. La paciencia de antaño quizá le hubiera dado la razón, pero en el fútbol moderno su equipo se convirtió en algo difícil de entender, sin una idea clara, capaz de hacer actuaciones sólidas y de enorme mérito, como el gran triunfo en San Mamés, y de verse superado con una claridad tan rotunda como sucedió en Butarque, un partido que además dominaba tranquilamente por 0-2. Entre errores propios y condicionantes ajenos, y por mucho que la Real protegiera muy poco a su técnico, mucho menos de lo que lo hizo con algunos de sus antecesores, su cese fue una decisión cargada de lógica y que llegó, quizá de forma sorprendente, pero a tiempo de que la temporada no estuviera arruinada. Lástima que un técnico que entiende la casa no haya podido triunfar en ella. El suyo ha sido un sueño, el de dirigir a la Real, que queda incumplido.