¿Cuánto vale un derbi?

Terminó al fin una de las semanas más desagradables que se recuerdan por la Sevilla futbolera. Las manitas de Julen Guerrero determinaron un incomodísimo derbi que nadie quería pero que nadie imaginó antes de lo sucedido en Vallecas. Ni el Sevilla FC, concentrado en su hoja de ruta de la temporada, que marcha por otros derroteros que la Copa. Ni el Real Betis, enrabietado por el arbitraje contra el Rayo y la inminencia de la visita del eterno rival. Ha sido una semana de las de hace 15 años, de las del más visceral Betis de Lopera y sus secuaces, muchos de los cuales no dudaron en renegar de él y encuentran hoy otro foco de calor al que arrimarse. Una semana que nadie esperaba y que vuelve a hacer las delicias de los que no encuentran freno en cebarse con esta ciudad.

Una semana que nos deja una secuencia que creíamos que no íbamos a volver a vivir. Otro comunicado más del Betis contra los árbitros, consejeros del club denunciando la enésima conspiración contra las trece barras, a cierto sector presumiblemente cabal de la sociedad sevillana (incluidos algunos periodistas) tirándose de cabeza hacia un ridículo histórico producto de la indigestión acumulada y a un cafre que puso un lamentable colofón a seis días de esperpento. Un remake de serie B de algunas de las películas loperianas de hace 15 años.

Tirar de populismo barato es una fórmula antigua pero vigente en su eficacia, toda vez que el porcentaje de gente inculta y maleducada crece irremisiblemente por todo el país. Pero precisamente por eso es peligrosísima. Se han vuelto a traspasar rayas que creíamos ya olvidadas, que producen indignación, vergüenza ajena y que elevan a muy alto el precio a pagar por alcanzar la victoria, por desesperadamente que se necesite.

Una semana, eso sí, que nos deja a gente por encima de la indignidad. Manuel Pellegrini ha vuelto a elevar su pedestal. Ha quedado muy por encima de los complejos endémicos del entorno de poder del Betis. Ha ganado su primer derbi, mejorando en la pizarra los errores de noviembre. Ha llenado de ilusión no populista a toda una afición que, mucho me temo, volverá a ser castigada injustamente. Me gustó también la intervención de Ángel Haro, que sigue despojándose poco a poco de cualquier atrezzo de los que se cosían por el Fontanal.

La inmensa mayoría del beticismo, por enésima vez, demostró cordura al señalar y condenar el sábado el foco del problema. Igual que en el periodismo, en la política o cualquier otro colectivo, intentemos que la minoría no eclipse a la mayoría. Tampoco en el deleznable comportamiento de varios compañeros de profesión de Joan Jordán. Otra raya traspasada que perseguirá a sus autores para los restos y que, además, tuvo continuación tras el partido. ¿Creen de verdad que un futbolista estaba en condiciones físicas y sobre todo psicológicas para continuar después de recibir un palazo en la cabeza? ¿Creen que el Sevilla falsificó un dictamen médico? Piénselo el que quiera, pero no se queden resguardados en la insinuación si abren la boca.

Pero también hay que pararse en Julen Lopetegui. Con permiso de Monchi, otro de los que volvió a poner cordura. Pese a perder su primer derbi y no estar especialmente hábil en los cambios en la segunda parte, cuando su equipo empezaba a manejar mejor el guion, los increíbles acontecimientos lanzaron a Julen a la primera fila y a pecho descubierto. Explotó en la sala de prensa ante la vergonzosa continuación del partido este domingo. Si habitualmente lamentamos sus anodinas conferencias de prensa, ahora merece un destacado. Fue encomiable su intervención tras el partido. Primero por no buscar excusas en la derrota (y podía elegir). Segundo, por alzar la voz. Hemos llegado a un punto en el que alguien ha tenido que recordar exaltado delante de un micrófono que el agredido era Joan Jordán y no el palo. Lo único que ha faltado, tras las risas por la no visita de los exaltados al domicilio de Medina Cantalejo y las burlas Jordán, era que le pasen al Sevilla la factura del palo de PVC, ya inservible.

Lopetegui explotó ante la barrabasada del Comité de Competición, recordando lo evidente, que el perjudicado era él por acumular la enésima baja. Que el que de verdad luchó contra todos y contra todo fue el Sevilla. Un discurso que llegó al corazón del hincha sevillista, henchido de orgullo tras el sábado pero necesitado de algo de visceralidad este domingo. Comprobar que su club iba a jugar sin alzar al menos la voz contra el despropósito era inasumible. Es más, me atrevo a aventurar que la decisión de plantarse hubiera sido aplaudida, aunque conllevara la eliminación. Pero ahora ya es para nada.

La guerra del Sevilla continúa, más que antes, en otro lado. Concretamente en Mestalla. Allí tiene que volver a demostrar que tienen que pasar mil cosas para que hinque la rodilla. Ni un minuto más al derbi de la vergüenza a partir de este lunes. Igual debería hacer el Betis, que tiene un partido en menos de 48 horas. Se acabó el derbi con una victoria que debe relanzar al equipo en la Liga. Si en Nervión se sueña con la campanada, en Heliópolis no se debe tener miedo a pronunciar la palabra Champions. Mientras, eso sí, que cada uno haga examen de conciencia de lo que ha hecho o dicho en esta infame semana. Y que cada uno se pregunte de verdad hasta cuánto merece la pena pagar por ganar un derbi.