El Valencia no escapa a la burbuja de las cláusulas de rescisión
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En el mundo del fútbol, de los traspasos y de las renovaciones y ampliaciones de contratos, se ha llegado a un punto en el que se habla de los millones de euros como si de cifras corrientes se tratase o como si fuera calderilla que pudieran llevar los aficionados en sus bolsillos. Pero lo cierto es que no. Lo cierto es que estas cifras están aumentando cada vez más y más y contribuyendo a la conocida burbuja futbolística, de la que tanto se habla y que no se sabe si acabará como su hermana inmobiliaria hace unos años.
El Valencia CF, club reconocido y empresa más representativa de la Comunidad Valenciana, también está inmerso dentro de esta corriente de gasto desmesurado e inconsciente de millones, y a pesar de que los resultados deportivos hace tiempo que no son los esperados, la entidad sigue gozando de prestigio y con futbolistas a los que puede blindar con las famosas cláusulas de rescisión que marcan hoy en día el devenir de las carreras profesionales de los futbolistas.
Carlos Soler y Lato
Basta con comprobar las cláusulas que el club ha fijado y oficializado en los comunicados sobre las últimas renovaciones de futbolistas y fichajes para la nueva temporada. A las dos jóvenes perlas que acaban de incorporarse al primer equipo después de haber crecido en la cantera, Carlos Soler y Lato, se les ha fijado y blindado con cláusulas de 80 millones de euros para cada uno, la supuesta cifra que protege al Valencia CF si un club todavía más poderoso en lo económico decide venir y llevarse al jugador antes de que acabe su contrato.
¿Sirven de algo estas cláusulas?
Y decimos 'supuesta' porque las cláusulas de rescisión acaban pareciéndose muchas veces a las estratosféricas condenas y sentencias de prisión, que acaban por no cumplirse en la mayoría de ocasiones y se llega a acuerdos entre partes que las hacen desaparecer.
Las dos últimas incorporaciones del club valencianista, Maksimovic y Neto, también siguen la misma tónica, y a estos se les han fijado cláusulas de 100 y 80 millones, respectivamente, unas cantidades que parecen ser elegidas al azar pero que, según los entendidos, se basan en lo que el club pagó por el jugador, los años de contrato y su salario.
Lo que en un principio comenzó en el mundo del deporte rey como un mecanismo empleado por los clubes pequeños ante las forradas carteras de los grandes clubes europeos se ha convertido en una manera de hacer caja -si se tiene suerte de que algún jeque pique- y de seguir hinchando una burbuja cuya explosión no tenemos ni idea de la repercusión mundial que podría tener en la economía y en el futuro de lo que, aunque cada vez lo parezca menos, es un juego.