Las luces y las sombras de Pekerman
Apenas 357 días después del adiós al Mundial de Brasil con una campaña sin par en la historia del fútbol colombiano, pues por primera vez llegaba a cuartos de final, en esta misma fase pero de la Copa América acabó el viernes otro sueño del país depositado en José Pekerman y sus jugadores.Hernán Bahos Ruiz
Once meses y veintidós días pasaron desde que James Rodríguez abandonó llorando el estadio Castelao tras la eliminación ante Brasil.
Ese 4 de julio del 2014 hubo un reconocimiento unánime a quien terminó siendo el máximo goleador con seis tantos y al desempeño de su selección, que ganó cuatro de sus cinco encuentros, marcó doce tantos y apenas recibió cuatro.
La edición 44 de la Copa América despidió el 26 de junio en Viña del Mar a la selección colombiana integrada por muchos de aquellos jugadores, pero esta vez la gloria no compareció al acto.
Del equipo goleador de antaño, hogaño queda un grupo de nombres con cartel al que se sumó Radamel Falcao García, ausente por lesión de la cita mundialista pero que aún adquiere su forma.
En cuatro partidos, tres de la fase de grupos y uno de cuartos de final, los de Pekerman apenas marcaron un gol, y gracias al central Jeison Murillo, el que mejor pinta para suceder a Mario Yepes.
James esta vez resultó intrascendente, como lo fue también Juan Guillermo Cuadrado o, cuando tuvieron minutos, Jackson Martínez y Carlos Bacca, dos delanteros que se visten de goleador en sus clubes pero cuando se ponen la camiseta amarilla quedan debiendo.
Es cierto que Pekerman perdió soldados por el camino: por sendas lesiones quedaron fuera de la lista de veintitrés convocados los volantes de primera línea Freddy Guarín y Abel Aguilar; por sanción no llegó a la cita con Argentina Carlos 'la Roca' Sánchez, y una rotura de ligamento cruzado de la rodilla derecha sacó de carrera a Edwin Valencia, a quien otra lesión ya le impidió ir al Mundial.
La sorprendente derrota ante Venezuela en el debut por 0-1 puso a remar contra la corriente a los colombianos, que se quedaron con el único mérito de haber derrotado en la segunda jornada de la fase de grupos a un Brasil con el temido Neymar en la cancha.
Este revitalizador triunfo parecía dar esperanzas a los colombianos antes del encuentro con Argentina que, hasta entonces, tenía como más significativo resultado la victoria sobre Uruguay, aunque sin Luis Suárez, el país que conquistó el título de la pasada edición jugada hace cuatro años.
Aguantar un empate sin goles con la Albiceleste en tiempo reglamentario con un equipo hecho una colcha de retazos por las dos bajas en la mitad de la cancha y los múltiples cambios posicionales no es poca cosa y más si se tiene en cuenta que oportunidades de anotar tuvieron Lionel Messi, Sergio Agüero, Javier Pastore, Ezequiel Lavezzi y Carlos Tevez.
Pero deja mal sabor de boca a una selección que menos de un año atrás ganó cartel por su juego refinado y vocación ofensiva.
Ya de vuelta a casa, al entrenador argentino José Pekerman le queda la convicción de que para la preparación final de las eliminatorias del Mundial que comienzan en octubre, tiene un excelente portero, David Ospina; y dos centrales fiables a partir de Murillo, la revelación, y el sobrio Cristian Zapata.
Pena que la sanción interrumpió el ciclo ascendente del mediocentro Carlos Sánchez, y que habrá que esperar, al menos nueve meses para evaluar las condiciones del regreso de Edwin Valencia.
Alexis Mejía insinuó condiciones para acompañar a Murillo, pero mucha preocupación debe tener el técnico con el desempeño de sus laterales Camilo Zúñiga, Pablo Armero y Santiago Arias.
Cuadrado puede tener la excusa de haber llegado con poco ritmo, como Falcao; y James la del cansancio tras una temporada exigente.
La paradoja de morir de sed frente al mar parece tener sentido para un equipo que tuvo en sus filas al goleador sevillista Carlos Bacca, y el ex jugador del Oporto, ahora con aparente domicilio fijo en el Atlético de Madrid Jackson Martínez.
Mientras Pekerman resuelve misterios y ajusta piezas, tendrá que lidiar a la vez con el nerviosismo de un país que se desborda en los tiempos buenos y pierde la cabeza en los que no lo son tanto.