Opinión | 5 razones por las que Moonlight se merece su Oscar
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Si por algo va a pasar la historia la 89ª edición de los Oscar es por el fallo de principiantes que tuvieron a la hora de anunciar el premio a Mejor Película. Cuando La la land acariciaba la idea de haber conseguido el máximo triunfo, el aviso del fallo se extendía entre los confundidos presentes hasta que un productor de dicha película salía a enmendar el error. De golpe y porrazo Moonlight se convertía en ganadora.
Este desafortunado accidente ha ensombrecido la victoria de la película de Barry Jenkins. Para muchos, la dirigida por Damien Chazelle era la verdadera merecedora de la estatuilla, declarando así que Moonlight no es tan ‘buena’ película. Para otros, su victoria es un movimiento político para redimirse del #OscarSoWhite. Entre medio, el trabajo que hay en Moonlight se discrimina y se obvia.
A título personal Moonlight me parece una preciosidad. No es una típica película de Oscar, sino que parece hecha para triunfar en circuitos independientes. Tanto es así que ha hecho historia por ser la cinta con menor presupuesto en conseguir el premio. En este artículo pretendo dar las razones por las que yo, en caso de ser jurado de los Oscar, la hubiese votado como mejor película (aunque hubiese dudado entre ella y La La Land, he de decir).
La poesía
Moonlight tiene un cierto aire al cine poético. Este término, acuñado por Pasolini, hace referencia a ese cine que deja más al espectador que lo que muestra en pantalla. Ese cine que te induce a la reflexión, a crear los puentes entre sus tramas, a mirar la historia que nos cuenta con otros ojos.
Moonlight es pura poesía en todo: sus colores, sus personajes, sus elipsis… Exhuma sensibilidad pese a la crudeza de su discurso, teniendo en su haber una de las escenas más bonitas que he visto nunca. Además no esconde su naturaleza teatral. En la utilización de los espacios, más evocadores de lo que pensamos, es donde más se percibe el origen teatral de su argumento.
El uso de los silencios
Siempre se alaba lo bueno que es el sonido en el cine norteamericano, lo impresionantes que son las mezclas en estudio de algunas películas o los diálogos rápidos e ingeniosos de las grandes películas. Sin embargo, pocas veces apreciamos los silencios.
En Moonlight se trabaja con ellos de manera magistral. Cuando Chiron todavía es Little, el silencio es su escudo, lo deja que lo envuelve y acaba por ser parte de sí mismo. Al pasar a ser Black, Chiron ya lo maneja como quiere y aprende a expresar todo lo que no dice con la mirada. Son esas miradas, esas palabras que hay en el aire pero que nadie pronuncia las que convierten esos silencios en auténticos gritos, aunque no haya un solo sonido.
En particular existen tres escenas que ejemplifican mi argumento. La primera es la de Little tomándose un baño. La segunda la de Chiron en el metro hasta llegar a la playa. Y la tercera es la de Black comiendo en un restaurante frente a Kevin antes de que este comience a preguntarle qué tal le ha ido la vida. No hay una sola línea de diálogo, si acaso una melodía de fondo, pero no necesita más.
El trabajo técnico de la fotografía
La fotografía de Moonlight es una maravilla. Cada etapa de la vida del personaje está determinada por un color, tal y como se señala en el póster. Para que se apreciaran estos matices, así como para que la piel brillase –los rangos dinámicos de las cámaras suelen dar problemas a la hora de captar la piel de los actores negros– y se apreciase la diversidad de tonalidades, Moonlight hizo un trabajo de edición digno de admirar.
La intención de Jenkins además era emular el tono de la película analógica y alejarse del tono documental, así que pese a trabajar en digital, el director le dio un tratamiento a la imagen que emulaba al analógico. La etapa de Little está realizada emulando el carrete Fuji, con un interés especial en resaltar los tonos de piel. La de Chiron se hizo imitando al Agfa, para resaltar el azul cian. Y para la de Black se usó una técnica que emulaba a un carrete de Kodak modificado.
La dirección de actores
Desde mi punto de vista, el trabajo actoral en Moonlight es intachable. Pese a que solo Mahershala Ali ganase el Oscar, lo cierto es que no hay una interpretación que no me guste. A mí especialmente me fascina de la Naomie Harris, quien da vida a la madre de Chiron. La actriz, que aceptó el papel a última hora y tan solo porque se enamoró de la historia, rodó sus escenas en tan solo tres días. Lo hizo sin ensayar, aunque cualquiera lo diría.
He de decir además que el talento de Jenkins, más allá de su buen ojo para montar la historia, se encuentra en la dirección de actores. Los tres chicos que dan vida a Chiron trabajaron individualmente con él, rodando sus escenas por separado y sin haberse visto ni una sola vez. Jenkins no quería que el trabajo de uno influyese en otro, para evitar que cogiesen tics o se limitasen a imitar. Este riesgo no se aprecia en el filme: los tres actores consiguen hacer de Chiron de la misma manera, creando un personaje muy único y esto solo es posible con un director muy en sintonía con el protagonista.
La relevancia histórica
Si van a acusar a Moonlight de ‘bienquedeísmo’ académico, yo digo sí. Puede que ahora no seamos conscientes, pero en una coyuntura como la actual, Moonlight es un faro de luz. Cuántos chicos como Chiron se habrán visto reflejados con esa historia. Cuántos prejuicios nos logra romper. Se tacha al ‘malote’ de turno de una cierta manera de ser, pero quizá esa persona jamás tuvo la elección de ser otra diferente.
Es la Brokeback Mountain de una nueva generación, así de simple. En un ambiente opresivo, en el que la homosexualidad casi parece un mito, de pronto surge una historia de amor que trasciende décadas. Después del ‘robo’ a la anteriormente mencionada, y con Carol todavía en la memoria como otro desplante de la Academia, el colectivo LGTB+ tiene una pequeña gran victoria en el terreno cinematográfico comercial.
Quizá se olvide con el paso del tiempo, pero ahora, en este momento, Moonlight es la película que necesitábamos que ganase.