Puy de Dome: abriéndole puertas al campo al Tour de Francia
Al día siguiente no se cayó nadie. No hubo hombros capaces de soportar el peso de un cuerpo que cede a la altura de la clavícula. Qué frágil es el esqueleto humano. Todo un año preparándose para disputar la mejor carrera del mundo por etapas, el Tour de Francia, y basta que uno pierda el equilibrio para que el grupo que lo acompaña se precipite al asfalto. La insoportable fragilidad del ser humano cuando decide subirse a una bicicleta en busca del sueño del Tour. Al día siguiente no se cayó nadie porque, tras la 'novena' etapa, llegaba la primera jornada de descanso.
Novena que suena a oración, a ritual religioso; novena, también, de sinfonía. Suene la música de Van Morrison. 'Himns to the silence'. Himnos para el silencio. Apártese el fútbol. Que ya cansa. Y aburre. Recién ha terminado la temporada y ya han pasando lista en Lezama. No hay tregua. No hay dios que se quite de encima este balón que va y viene, que viene y va. Y los pobres Agirrezabala, Paredes y Sancet, en plegaria, suplicando el descanso del guerrero, unos cuantos días, por favor, para comprobar que no es fútbol todo lo que reluce. Existe el tenis de Wimbledon. Y, elevándose hasta el cono de un volcán, este ciclismo que me sigue volviendo loco a pesar, o por ello, de tanto tiempo como va desde hoy hasta la cuna.
Había sido Johnny Weltz, danés como Jonas Vingegaard, el que mantenía encendido el fuego de su antorcha. En 1988 se adjudicó la etapa que coronaba el místico Puy de Dome. Por la tarde, relajada su musculatura por las manos sabias de su fisioterapeuta, creyó ver en la habitación del hotel la figura de una mujer. Tan fatigado estaba el ciclista, que se aferró al fantasma que le quedaba más a mano. "Quédate a dormir", le dijo, "es todo lo que quiero en esta vida insana"; "Quédate a dormir", continuó, "que pasen treinta años antes de mañana".
Se sumieron en un sueño profundo, así el ciclista como su 'bella durmiente'. Llegó 'mañana'. Se despertaron. Repasaron todos los calendarios del Tour, y comprobaron que no habían sido treinta los años, sino treinta y cinco. Entre 1988 y 2023 les había cabido la noche más larga en la historia del Tour. Es por eso que parece que fue ayer cuando Pedro Delgado se anotó la ronda en la que Weltz había coronado en solitario la cima de un volcán llamado Puy de Dome.
Me pilló en el 'Siglo', 'Siglo XX' [bar y terraza en el muelle viejo de Portugalete] la apasionante ascensión a este volcán que, de lejos mirado, es la viva estampa del Pico Serantes si se pretende atacarlo por la derecha, Kabieces arriba, subida integral que recorre los dos promontorios que van a parar al campo base donde se haya el pequeño y coqueto refugio que sabe de tremendas nevadas que llegaron a tapiar la puerta de entrada. En la cima del Puy de Dome, algo así como el castillo del Serantes y un racimo de antenas que dan cobertura a la zona. A la derecha, como si fueran jorobas ardientes que un tupido manto de hierba cubrió, esos promontorios que permiten disfrutar del 'Puy' desde La Florida, Los Hoyos, Kabiezes, El Villar, no va más, Tadej Pogacar acaba de atacarle a Jonas Vindegaard con la decisión del que pretende adjudicarse su tercer Tour.
Qué bello, qué heroico, qué épico ["Epopeya", que diría nuestro poeta nacional Miguel Suaña] y hasta titánico el 'tete a tete' que al mundo le están regalando un danés y un esloveno. Por detrás en la tabla, Pogacar está obligado a atacar si es que quiere ir mermando la desventaja de segundos y décimas que le separan de Jonas. La ballena eslovena intentando tragarse al profeta de Dinamarca. Está la subida marcada como en Andalucía trazan pasta en el aceite hirviente los maestros churreros. En espiral. Nata dibujando una curva constante en el verdoso cono de un volcán. Ni fútbol. Ni tenis. Nada es comparable al ciclismo cuando se diseñan puertos verdes que no caben en en la lista de las categorías. Sobra todo en ese momento.
Con dos ojos basta. Y una sensibilidad que permita entender que toda la grandeza del universo cabe en esta subida al Puy de Dome cuando en ella median dos gigantes de la talla de Jonas y Tadej. Pogacar debe atacar. Y ataca. Le deja de rueda a Vindegaard. Un trecho de metros. Una distancia de segundos. Ni los Juegos Olímpicos, ni un Mundial, ni el fútbol, ni siquiera el Athletic. Cuando julio se empina. Cuando San Cristóbal protege. Cuando Massanella en la Tramuntana y Puy de Dome en el Macizo Central son dos 'montañas de pago'. En lontananza, las Montañas del Jura, el Macizo de los Vosgos, lo que de los Alpes quede. Ni el tenis, ni el fútbol, ni siquiera el Athletic. Es el Tour. Son Vinegaard y Pogacar. Es el ciclismo lo que puede hacerme enloquecer.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista