Joyas de algodón o poliéster para el Centenario del Celta: la colección de camisetas que todo celtista querría tener

Pocos lugares huelen más a Vigo como el popular barrio de Teis. La instalaciones de la antigua Escuela de Transmisión y Electrónica de la Armada, conocida popularmente como la ETEA, son el escenario perfecto para hablar del Celta. La Ría de Vigo, con el Puente de Rande vigilando desde el fondo, se une a los astilleros que recuerdan el glorioso y siempre duro pasado industrial de la urbe más populosa de Galicia. Un entorno que se convierte en un incomparable escenario para mostrar y deleitarse con tesoros. Tesoros que no son oro, plata o joyas. Esos se esconden en el fondo de la Ría desde un 23 de octubre de 1703, cuando Manuel de Velasco y Tejada perdió 2.000 hombres y todos sus barcos procedentes de las Indias ante la flota inglesa de Sir George Rooke. Los tesoros que ahora relucen 300 años después son de tela. Joyas de algodón o polyester, testigos de una historia centenaria, la del Celta de Vigo.

Manuel de Velasco y Tejada no pudo defender su botín ante la 'pérfida y siempre ávida Albión', eso dice la historia popular. Ese almirante había evitado navegar hacia lo profundo del Atlántico por miedo a la piratería. Durante tres años se olvidó de sus deberes para ocuparse de su harén de concubinas en Veracruz. Quien sí defiende sus tesoros con celo y cariño es Miguel Caride. Su colección, con más de 270 joyas recopiladas en la última década, son el testigo de el club de sus amores, el Celta de Vigo. Hace 321 años la Flota de Indias, con sus galeones de guerra y sus naves comerciales, perdió ante las naves inglesas. Ahora en 2023, entre las bateas, se cree que el Santo Cristo de Maracaibo navega como si se tratase de el Holandés Errante. Un galeón que luciría este 23 de agosto un pabellón celeste para conmemorar que el mayor símbolo de la ciudad celebra su primer centenario.

Unos galeones pobremente armados porque Velasco y Tejada decidió reducir en menos de la mitad el número de cañones para cargar más oro y plata se perdieron en la inmensidad de la Ría. El resultado de la batalla estaba escrito. Así le ha pasado en infinidad de ocasiones al Celta, aunque siempre se ha querido revolver contra su trágico destino como el pueblo que ese 23 de octubre de 1703 terminó obligando al almirante Rooke a retirarse con un exiguo botín . En el centro de Londres, en homenaje a esa victoria anglo-holandesa llegada de Finisterre, existe una pequeña calle llamada Vigo Street.

Una victoria pírrica por el botín obtenido pero que Inglaterra celebró como una gesta. Habían atacado y destruido el mayor cargamento de oro y plata jamás enviado desde el descubrimiento de América en 1492 al Viejo Continente. De victorias pírricas y sueños efímeros también está regada la historia celeste.  Ese 1703 la mayoría del oro y la plata que traía la Flota de Indias ya había sido descargada antes de llegar a Vigo. Una ciudad que ha crecido mientras se hacía mayor su equipo de fútbol, íntimamente relacionado con Inglaterra. El fútbol llegó a la España con los trabajadores del cable inglés en 1876 en el Malecón, la actual Plaza de Compostela. El Exiles Football Club sirvió de ejemplo para que en la ciudad se fundasen muchos equipos. El Vigo Sporting y el Fortuna fueron dos de ellos, los más exitosos. De su unión nació el 23 de agosto el Celta de Vigo.

Pero volvamos a 1703, desde Teis, Rande y Corbeiro la artillería española destrozó una docena de naves inglesas que vararon en la Isla de San Simón, ahora símbolo del celtismo con 'Oliveira dos Cen Anos'. Solo cuando se les acabó la munición fueron tomadas al asalto por las tropas inglesas para usar estas baterías contra la flota franco-española. Una historia de oro, muerte, fuego y gloria que cautivó a uno de los grandes genios de la literatura mundial. El francés Julio Verne, aún presente en forma de estatua en Vigo, narró en sus '20.000 leguas de viaje submarino' como el Capitán Nemo navegó por las mismas aguas que ahora son testigo de una colección histórica. La de Miguel Caride. Una colección que también está íntimamente relacionada con Inglaterra. Con Liverpool, Manchester o Londres. Plazas donde el Celta peleó con el cuchillo entre los dientes defendiendo sus colores con entrega y pasión. Ganando o perdiendo, pero siempre respetando un escudo grabado "no peito".

En esta colección no hay oro, pero sí la camiseta con la que Hugo Mallo jugó las semifinales de la Europa League en Old Trafford. Tampoco hay plata. En su lugar brilla la elástica con la que Fernando Cáceres vio en primera persona como José Ignacio marcaba un gol que clasificaba al Celta para los octavos de final de la Champions en San Siro ante el poderoso Milán. La última camiseta de Orellana, la de Mostovoi liderando por el Viejo Continente al EuroCelta o la de Jorge Cadete en la primera victoria de la historia del Celta en competición europea ante el Arges Pitesti parecen casi abalorios ante una joya de valor incalculable como la que posee Miguel.

El muelle de la ETEA pudo sentir el cálido tacto de un trozo de tela histórico. A lo mejor ni siquiera pesa "los 150 gramos de una camiseta para toda la vida". Una frase con la que el celtismo sigue llorando cada vez que se escucha las palabras del Toto Berizzo pero sí son unos gramos de historia, no solo del Celta, sino de todo el fútbol español. Un objeto tan único como irrepetible porque ese momento jamás se podrá volver a repetir. Los segundos en los que Haim Revivo regateaba a Heggem para acomodarse su pierna derecha batiendo a James en Anfield y darle la victoria al Celta el 8 de diciembre de 1998 se quedarán para siempre en el imaginario colectivo del celtismo. Nunca antes en la historia de este deporte un equipo español había logrado batir a los Reds en su estadio. Esa camiseta sigue en Vigo. No en un museo, está en una colección fruto del esfuerzo y el trabajo de una sola persona.

De las Indias sí que llegó la camiseta más antigua que posee Miguel Caride. De Brasil, una elástica con más de 70 años de vida a sus espaldas. Una elástica con un escudo bordado sin corona como la que lució el equipo hasta 1931, cuando se instauró la II República en España, y no se recuperó hasta 1957. Gudelj, Vicente, Atilano, Michel Salgado, Karpin, Mazinho, Gustavo López o Berizzo, todas las leyendas del Celta tienen cabida en la casa de Miguel Caride. Por supuesto Iago Aspas o Gabri Veiga junto a otros canteranos como Hugo Mallo, Sergio Álvarez o Denis Suárez.

Camisetas con una historia detrás, como la de Andreu Fontàs en el Johan Cruyff Arena​, tras un largo viaje sin dormir. O la de una camiseta llegada de Tailandia por un aficionado del Liverpool que la tenía porque en aquellos años ambos compartían la marca Umbro y el mismo diseño. Solo cambiaba el escudo y el casi eterno patrocinador del Celta, Citroën. Una elástica que vistió Atilano. Joyas que son casi un incunable. Objetos casi únicos como una de las poquísimas equipaciones que lució Boban en sus escasos meses como jugador celeste tras salir del Milán.

Entre esas casi 300 camisetas hay elásticas que sirvieron para que el celtismo conjugase sus lágrimas del trágico 1988. El accidente de tráfico que postró en una silla de ruedas a Alvelo y el asesinato de Quinocho dejaron al club al borde del colapso. Vicente, al que Miguel Caride no duda en situar dentro de su once histórico, fue el capitán encargado de levantar a un equipo derrotado para realizar una temporada mágica. Dos trágicos sucesos, el de Alvelo y Quinocho, que tuvieron dos partidos homenaje para recaudar fondos. Esas dos camisetas especiales también forman parte de su colección. Maté, Julio Prieto, Amarildo y unos jovencísimos Otero y Nacho cerraron el que era el peor año de la historia del Celta con una brutal octava posición, a solo cuatro puntos de Europa.

La historia del Celta, ya centenaria, continúa. También la colección de Miguel Caride. Por delante, como él mismo reconoce, le quedan muchos retos. Camisetas de las que apenas hay unas pocas unidades. De marcas que nadie recuerda como las Mon Halt de los años 70 o las de manga larga que ahora casi no se fabrican. Mientras tanto disfruta de una colección que ni siquiera el Celta de Vigo, en su reformado museo, iguala. 100 años de historia, casi 300 tesoros de tela celeste, que desde la ETEA en Teis, con las aguas de la Ría bañando sus playas, brillan con un resplandeciente fulgor solo comparable con las gestas de Iago Aspas, Mostovoi, Pahiño, Patxi Salinas o Vlado Gudelj.