Julián Calero y su historia en el 11M como Policía Local de Madrid: el fútbol al rescate
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El agente Calero tenía 34 años y fue uno de los primeros en entrar en la estación de Atocha tras la primera explosión sin saber lo que se avecinaba
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Hasta hace muy poco, Julián no podía ver ni una imagen del atentado cuando llegaba el aniversario y guardó silencio por respeto a los afectados
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Próximamente saldrá el libro 'Julián Calero: fútbol al rescate', biografía del actual entrenador del Levante, con un capítulo al horror de aquel 11M
Para Julián Calero hay una fecha que jamás olvidará. Ese 11M (de 2004) como para miles de personas que, de forma directa o indirecta, fueron víctimas del horror de una tragedia que ha quedado para siempre. Por aquel entonces, el nuevo entrenador del Levante tenía 34 años, era Policía Local de Madrid, y fue uno de los primeros agentes en entrar en la estación de Atocha tras la primera explosión.
Hasta hace muy poco, Julián no podía ver ni una imagen del atentado cuando llegaba el aniversario. Fue siendo entrenador del Cartagena, 20 años después, cuando empezó a deshacer ese nudo interior reconociendo, incluso, que cometió el error de no aceptar la ayuda psicológica que le brindaron. Quiso guardar silencio... y lo sigue guardando, en muchos detalles, por respeto a todos los afectados.
Para curar ese dolor y liberarse de una carga de esa magnitud que supuso ver tantas vidas que se marchaban en esa terminal, la editorial Atticus publicará próximamente el libro 'Julián Calero: fútbol al rescate', biografía del actual entrenador del Levante UD, escrita por el periodista de Diario de Burgos Rodrigo Pérez Barredo, que hace un recorrido por la vida del míster y dedica un capítulo al horror del 11M. Un relato desgarrador. Una historia alucinante.
"Explosión en Atocha. A todas las unidades. Explosión en Atocha"
Como en tantas jornadas, a lomos de su moto, Julián Calero y su compañero Julio se detuvieron a tomar café cerca de la Puerta de Alcalá. Cuando estaban a punto de entrar en el local, Julián escuchó en su radio el primer mensaje que reclamaba la presencia policial en Atocha. En un principio no le prestó demasiada atención, ya que aquel no era su distrito y era habitual escuchar avisos de la emisora para cualquier zona de la ciudad. La radio repetía el mensaje, que pronto subió de contundencia: “Explosión en Atocha. A todas las unidades. Explosión en Atocha”. Su intuición hizo que se detuviera en seco y le dijera a su compañero: “En marcha”.
Apenas tardaron un par de minutos en llegar a su destino, sin saber lo que se avecinaba. De camino a la estación iban viendo que la columna de humo ascendía cargada de los peores augurios y envolvía el cielo nublado de Madrid de aquel 11 de marzo. Rápidamente comprendieron que su cometido era asegurar el perímetro para garantizar los accesos de sanitarios, bomberos y fuerzas de seguridad. Todo era una incógnita, mientras desde dentro salía humo y más humo… y un silencio cargado de angustia.
Julián Calero y las miradas perdidas que parecían zombies
También estaba allí su jefe, Paco. No hubo dudas ni miedo. De camino a los andenes empezó a cruzarse con rostros ennegrecidos, ensangrentados, con la ropa destrozada, en harapos, con la mirada perdida que parecían zombies, y sin poder responder a las preguntas de la Policía, que iba avanzando hacia la terminal con todos los sentidos activados y el corazón encogido por la escena.
En la cabeza del agente Calero ya latía la idea de un acto terrorista, y tenía muy presente la enseñanza de un coronel de la Guardia Civil que, durante un curso de formación en sus tiempos en la Academia, advirtió que en un escenario así, en un atentado con explosivos, puede haber una segunda bomba: la que mata a los policías. Sentía, también, que adentrarse allí había sido un acto impulsivo e irracional.
Una película de terror con Julián Calero como héroe
Cada vez más cerca del origen de lo que a todas luces parecía un estallido homicida, otra percepción vino a golpear sus sentidos: el olor a carne humana quemada. Fue el escenario más dantesco que nunca habría podido imaginar. Los gritos desgarradores pronto taladraron sus oídos y lo que vieron sus ojos era espeluznante. Sencillamente indescriptible. Una tragedia. Humo y sangre. Demasiadas personas sin vida, muchas mutiladas. Estaba viviendo una película de terror, mientras empezaban a llegar los primeros sanitarios, los bomberos, más policías.
Perdió la noción del tiempo y todo su afán se centró en ayudar a los médicos y enfermeros en su atención a los heridos y en despejar de la escena todo aquello que pudiera entorpecer. Fueron minutos que duraron una eternidad. Presenció escenas que hubiese querido desterrar de su memoria para siempre. Entre tantos actos de rescate y supervivencia, de uno de los vagones ayudó a salir a una mujer embarazada que presentaba heridas muy graves.
Su mente estaba centrada en salvar vidas
Pese a tanto horror concatenado mantuvo en todo momento la mente fría, asumiendo que cualquier cosa podría suceder. En lo que no pensó durante aquellas horas trágicas fue en lo que estaba sucediendo fuera, al otro lado del horror. Solamente tiene su mente centrada en nada más que en salvar vidas. "No hagas más, acompáñale a morir", le tocó escuchar y digerir. Cuando ya poco más se podía hacer en Atocha, salió al exterior a otro de los puntos de la barbarie, la calle Téllez, donde en una piscina cubierta se había improvisado un hospital de campaña. Allí hizo incluso de camillero.
Hasta que no llegó a la Unidad no se dio cuenta de todo, de las huellas de la trágica jornada y lo hizo porque el resto de sus compañeros exhibían el mismo aspecto. Fue otro momento imborrable, grabado para siempre en el corazón de todos los policías, que no necesitaron decirse nada porque con los abrazos y las lágrimas sobraban las palabras. Abatidos y exhaustos, pero con el orgullo por la labor realizada, por su solidaridad en el peor día de sus vidas como agentes. Sabía que la vida tenía que continuar y que debía acostumbrarse a convivir para siempre con aquel tormento, con la memoria poblada de fantasmas.
Y dos días después, el fútbol fue su refugio
El fútbol, como siempre, fue el mejor bálsamo. Dos días después tenía partido con su equipo, el Juvenil B del Parla. Jugaba en Getafe, en el campo de El Bercial. Los chicos ya sabían que su entrenador había estado en el epicentro de la catástrofe que había dejado en shock a todo un país. Aunque su corazón y su mente aún seguían en la estación de Atocha, Julián Calero dirigió a sus pupilos como siempre. Cuando su equipo marcó, y antes de que se diera cuenta, cuando todavía estaba festejando el gol, Calero se vio rodeado de sus once chavales, que habían corrido a abrazarlo como si con ese gesto pudieran protegerlo del dolor que había vivido aquel 11 de marzo de 2004.