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Cuatro años dan para mucho. Incluso para fallar un penalti y que te ovacionen. Miguel Linares se lo ha ganado a pulso, y no por sus treinta goles en Segunda B hace tres temporadas que ayudaron notablemente a retornar al fútbol profesional doce años más tarde, que también, sino por haberse ganado el cariño de la hinchada del Real Oviedo gracias a su entrega.
Con muñequera negra en el brazo izquierdo, Miguel Linares salía al campo consciente de que el partido contra el Huesca pudiera ser su ultimo concurso con la casaca azul. Lo sabía él, y lo sabía la afición que no dudó, una vez más, en animarle durante todo el partido, especialmente tras errar un penalti que hubiera supuesto el 2-0 y por consiguiente haber cerrado el partido y ya solo esperar por la carambola del resto de campos. No quería marchar así, y el delantero se repuso. Justo cuando Toché estaba listo para saltar al campo y remplazarlo, Linares de cabeza hacía el que pudiera ser su último gol en el Tartiere.
Y es que el capitán del Real Oviedo, tan pendiente de la pelota como de los chivatazos que le pudieran llegar desde el banquillo, se vacía a gusto en cada partido. Este sábado no podía ser una excepción. Y la grada, una vez más, se lo ha hecho saber al aragonés mientras lo despedía con lágrimas en los ojos. Tras el partido, encabezó la expedición que se dirigió al fondo norte para despedir la temporada. Linares, con el brazalete por bandera y preso de una emoción incontenida, reflejaba con su rostro su adiós, aún por confirmarse.
Este próximo lunes, a las 11.00 horas, el delantero aragonés comparecerá en rueda de prensa, con motivo de la recaudación del dinero en la venta del brazalete. Seguramente, Linares aprovechará la ocasión para desvelar cuál será su futuro. Sea cual sea, hay algo evidente: Linares se ha ganado un hueco en la historia del Oviedo y en el corazón de la afición carbayona.