"Magic mountaine": desde Capileira, ascension al Mulhacen {II parte}
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Y es que es verdad: cada vez que aspiramos a una una cima colosal es como si repitiéramos el acto de unión que, en verdad, todavía no ha llegado. Pero da igual, y así lo entendemos: lo que la 'mágica montaña' une que no lo separe el hombre...
..."Y entonces, Javier no es solo que no rompa nuestros lazos de fortuna, sino que los aprieta un poco más cuando nos mira a través del cristal de la cámara y nos ve como un solo ser, pues yo la estrecho la cintura con mis brazos, apoyados los dos contra la piedra en forma de lajas que se resisten a rememorar lo que fuera una cabaña, un pétreo redil, tal vez de cabras u ovejas, o refugio de cazadores, porque por estas alturas tan pronunciadas poco verde se ve que sirva de alimento para la boca de las bestias, y sí materia que dé forma a un paraíso...
¡Oh, qué bella es la montaña cuando está desnuda de árboles y hasta de rala vegetación, apenas algo de verde que un puño quiere abarcar y no aprieta, rasa es la hierba, o brezo tal vez, o vegetal similar, y en medio de este Edén, como Cain arrepentido o Abel bondadoso y herido, yo, ahora mirado por ella, pensémoslo así, que Javier descansa y nos mira, con ese cariño del que sabe que diez años atrás como nosotros era...
Buen tipo este Javier, querible ya por nosotros, besable para los labios que lo deseen y amable hasta decir basta...¡Basta!...y no es suficiente, él lo sigue siendo, y, junto a mí, amable me mira cuando me acerco a un panel explicativo de esta Sierra Nevada que, por la fuerza del sol, su blancura inmaculada perdió. Se halla el cuadro informativo adosado a la parte más baja de un muro de piedra. Piedra, piedra y más piedra...Al fondo, el cresterío liso de una cordillera...
Es tal la desnudez de estos parajes, que no puedo evitar acordarme de otra Sierra de locura, 'Cuaderno', y comparar el acceso al Mulhacen con el recorrido por la cuerda del Candelario salmantino: jamás podré quitarme de la memoria, elevada sobre lo más alto del Calvitero, su cabeza descansando sobre mis brazos y su melancólica mirada. "Cuaderno para el silencio", titulé entonces, y la magia de los dos, sobre todo en este peregrinar por el cuerpo de un sultán luego de que el 'Portu' de 'Etxeba' convirtiera el inicio del verano en un festín...
Y cuando estoy a punto de un ataque de celos por la excelente sintonía que ha unido a Maitane con Javier, ella se libera de las cadenas de la amistad y se acerca a mí y acaricia mi cintura con su brazo izquierdo. Bastones similares: un poco más alto el mío a causa de que le saco en altura media cabeza, testa que, como yo, protege con esa visera que se prolonga hasta los cuatro puntos cardinales impidiendo así que el sol castigue la frente, la nuca y el carnoso cuello.
Nos hallamos al inicio de un camino; veinte metros más adelante, una pareja y un niño. Y el camino que se dibuja, sin llegar a ser sendero, de tierra es, y la cuneta, de piedras molidas. La ladera, como de musgo y líquenes que tienen una sed tremenda. Al fondo, las montañas, de las que somos sus invitados bajo un cielo intensamente azul.
Le gusta a veces a ella fotografiar laderas vacías y caminos viudos. Yo, sin embargo, prefiero su matrimonio con la senda, dos bastones en sus manos, y a su derecha, fuera del camino pisoteado, dos montañeros, de los cuales uno parece ser Javier, aunque podría ser que no lo fuera: me extrañaría que me hubiera dejado solo, o a ella caminando a su suerte. De cualquier manera, la ruta que seguimos se va empinando poco a poco, son apreciaciones, no se cuenta más que con la vista para realizar mediciones, pero me ratifico en el empinamiento de la cumbre, ya que las montañas, cuando los seres humanos se acercan a la cima, no suelen dejarse querer: huidizas, remolonas...
El que algo quiere -algo muy bueno-, algo le cuesta, si no mucho. Y entonces llegan los relevos. El y yo, con sendas mochilas a la espalda...y ella, por detrás, haciendo la goma, nos mira en la distancia, caminar con paso firme, nada más alto del nivel de la altura de las botas, si acaso unos tremendos pedruscos, pero éstos se hallan a la derecha, inertes, nada hay que temer por su parte pues nadie pronóstico para este viaje un temblor de tierra, un ligero terremoto...
Se ha andado mucho, se ha andado poco. Ella estima, por motivo del cansancio o de la sed, que una parada a tiempo es una victoria para el cuerpo, especialmente para los pulmones y las piernas, que a veces se quejan en jadeos o agujetas. Y entonces, sentada en un alto, junto a un hito, ella, creo recordar que prestada, se saca de la manga una cantimplora roja que apoya sobre su rodilla derecha. Si ya bebió o está a punto de hacerlo tan solo ella lo sabe. Los que le llegan por la derecha, cansino caminar, cuando pasen a su lado, le preguntarán, Saciaste tu sed, y ella, generosa, les contestará con un ofrecimiento, Tomad y bebed de este agua que me fue dada para saciar la sed de todo aquel que sediento estuviera...
Caminar o detenerse. Y cuando es lo segundo, aunque semeje un descanso, es más por ese afán que tenemos de dejar constancia en imágenes de este viaje siquiera para imaginarlo luego en palabras en este Cuaderno que a trancas y barrancas va, como lo hace el montañero, que, flotando en un mar de piedras, pedruscos y lajas, sonríe, y tal vez tenga para ello motivos debido a que el dolor le dio una tregua; o acaso sea el fingimiento que aprendió del poeta Pessoa y ahora aquí se repite para recuerdo de los desmemoriados...
"El montañero es un fingidor:
finge tan completamente
que hasta finge que es felicidad
el dolor que en verdad siente"
En cuanto a las expresiones del rostro, con sus ojos, su nariz y su boca, dicen que las apariencias engañan. También la montaña, con sus hitos y sus rocas colosales tienden a hacernos creer que la cima ha sido por fin hollada. Y yo así lo habría creído a no ser que ella, la que vela mi prolongado sueño, me lo hubiera advertido como respuesta a unas de esas preguntas que yo le hago cuando me surgen las dudas en plena escritura...
"Cuando nos veas encima de la peña, apoyados nuestros cuerpos en el vértice geodésico, no es la cumbre del Mulhacen lo que estás viendo, sino una cima previa que nos avisa de que lo más hermoso se está acercando. No obstante, por si Muley-Hacen, cobrando vida, se desperezara y de un bostezo nos despeñara, nos hacemos junto al cilindro de piedra tantas fotos como combinaciones caben entre tres personas, o sea, tres, la que a ellos dos les hice, la que Maitane nos hizo a los dos y la que Javier, certero, nos clavara...
No es aún la cumbre verdadera, y, sin embargo, qué vistas tan hermosas las que ofrece la ladera norte del 'techo nazari': un cono como el de un volcán, y, en el fondo, un pequeño lago que volcánico habrá que llamar aunque glaciar parezca. Luego, más de lo mismo pero nosotros mirados por Javier, cuyos limpios ojos lo humanizan todo. Después, el "volcan" otra vez, pero un poco más de cerca, lo cual nos permite constatar que para llegar a las aguas del lago el ser humano trazó con sus pies varios caminos. Dios, ya seas cristiano o pagano, permíteme el uso de tu nombre para exclamar: ¡qué bella es la soledad de las montañas ásperas y secas que se elevan por encima de los tres mil metros! ...
Aparentemente, no hay nada. Parece el vacío. Un caos de tierra y de piedras cuya visión, momentáneamente, hay que abandonar porque todavía queda un buen tramo para alcanzar la 'cabeza del rey moro', si rey fue, porque sultán equivale a reinado, o califato, mandatario en todo caso, el del haren de las bellas moras y la fruta y manjares por doquier. Y lo que hace falta, a la vista está, mucho, poco, no olvide la lectora, tampoco el lector, que en la montaña la distancia que corta parece es larga en verdad, y fatigosa. Tomémonos, por tanto, con paciencia esta última cuesta en la que la piedra lo es todo, y aquellos dos seres tan lejanos, la promesa de que hollar la cima no es una quimera...