Emiliano Sala y el Mar
Es curioso el mar.
Para el poeta Pedro Salinas era "el contemplado": su espacio de exilio republicano, el confesor de su nostalgia. Para otros, siempre ha resultado un sitio de vacaciones. Hay también quienes no conocían el mar y lo hicieron en medio de una guerra en el Atlántico Sur en 1982. Y hubo quienes fueron arrojados sin saberlo en vuelos nocturnos en la larga noche de antracita entre 1976 y 1983 en aquella Argentina.
Es curioso el mar, por lo poliédrico que puede resultar.
Emiliano Sala es un futbolista argentino de 28 años de edad que jugaba en el Nantes francés de la Ligue 1. A él sólo le restaba cruzar el mar que separa Francia del Reino Unido para alcanzar las tierra galesas del Cardiff, el club de la Premier League que había contratado sus servicios profesionales. Iba a lograrlo por la intermediación del agente escocés Willie McKay, quien trabaja en el puente marítimo de traspasos de fichas de jugadores entre la Premie inglesa y la Ligue 1 francesa.
Un día de tormenta en mar y aire, el 21 de enero, Emiliano Sala emprendió su vuelo particular desde Nantes hacia Cardiff. En una avioneta Piper PA-46 Malibú, a los mandos de David Ibbotson, un fontanero con deudas, piloto muletto en sus ratos de buscar otros ingresos. Una avioneta que desapareció sobre el mar a unos 27 kilómetros al norte de Guernsey, una dependencia británica en el Canal de la Mancha. Pero antes, Emiliano había enviado un mensaje de WhatsApp a sus amigos, resumiendo los entresijos de lo que significa una transferencia de un club a otro, de una liga a otra, de una vida a otra.
Las autoridades marítimas francesas y británicas buscaron la aeronave y sus dos tripulantes durante unos días, hasta que determinaron que ya no había más qué hacer. Y dieron por perdida a la avioneta y acaso por muertos al piloto y al jugador.
Es curioso el mar.
Como si Poseidón o Neptuno se hubieran rebelado en su deidad, surgió el impulso de las aguas de continuar con la búsqueda. Y a finales de enero, el mar comenzó a devolver respuestas objetivas: un par de asientos de la avioneta que aparecieron en las costas de una playa de la Baja Normandía francesa.
La aparición de estos restos casi coincidió con la tozudez del corazón de la familia de Emiliano Sala, de continuar con su búscqueda. Entonces hubo una recaudación de fondos para costear el rastreo submarino por medios privados y personales. Y hubo jugadores, como Emiliano Sala, que pusieron del bolsillo de sus corazones para que ese rastreo fuera posible: Kylian Mbappé, Adrien Rabiot, Lucas Ocampos, Alejandro Gómez, Fernando Forestieri, Morgan Sanson, Dimitry Payet, Alassane Plea; y hasta la Asociación de Futbolistas de Francia.
Es curioso el mar. De respuestas lentas pero certeras, como el tiempo.
A través de la publicación francesa L'Equipe, se supieron los términos de la intermediación de McKay que éste comunicó a Sala: "No hay sentimientos, sólo estamos haciendo negocios". Porque podía ser el Cardiff o el West Ham o el Everton, como el agente había filtrado a los medios ingleses: "Sin ese 'zumbido' nadie te conocería. Porque, honestamente, nadie sigue la competición francesa".
Acaso Emiliano Sala emprendió aquel vuelo desde el sentimiento o desde el negocio entendido como profesión. O desde los dos, porque aunque futbolista profesional no deja de ser persona. No hay nada malo en esto.
Acaso tampoco las palabras de McKay, si no fuera porque sólo, pura y exclusivamente, estaba haciendo negocios.
Emiliano Sala no llegó a Cardiff. Está en algún punto de ese mar curioso, implacable, que no sabe ni de sentimientos ni de negocios, que sólo sabe de la intimidad de su naturaleza arcana, irreductible. Y, a diferencia de los humanos, el mar, como el tiempo, sí que otorga respuestas. Lentas pero certeras. Acaso sea su manera de recuperar esa esencia de ser humano.
Alejandra Herranz, periodista y blogger
@aleherranz