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El fin de los puños desnudos: Sullivan derrota a Kilrain en 75 asaltos
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El fin de los puños desnudos: Sullivan derrota a Kilrain en 75 asaltos

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Kuitxi Pérez
En 1889 Sullivan cierra el ciclo derrotando a Kilrain en 75 asaltos.
En 1889 Sullivan cierra el ciclo derrotando a Kilrain en 75 asaltos.

Como el fútbol. El boxeo. Y al igual que sucedió con el 'foot-ball', el 'boxing', de cuna irlandesa, navega hasta llegar allá donde arribaron ingleses, galeses, escoceses... y los propios irlandeses. Quién no recuerda esos retos con apuestas a favor de uno de los dos púgiles que se disponen a golpearse con los puños desnudos. Modalidad que convivirá con la ordenanza de calzarse las manos con guantes al uso. Pantalones largos. Botines. Cuánto cine a costa de tanta leyenda.

Qué manera tan feroz de asentarse en la América de Walt Withman. El poeta barbudo de las 'Hojas de hierba'. En la de Hemingway. El 'fiestero' que puso en el mapa la vieja Iruña y sus Sanfermines. Y en esa otra en la que buscó asilo el humanista cubano José Martí. ¡Qué artículo el suyo para la 'Opinión General' de Caracas! Ryan vs Sullivan. New York, febrero 4 de 1882. Puños desnudos. Nudillos limpios. Está en juego el título mundial...

"Ya en el lugar de la pelea, que fue la ciudad de Mississippi, estaban de gente los alrededores elegidos para el circo, y a horcajadas los hombres en los árboles, y repletos de curiosos los balcones, y almenados de espectadores los techos de las casas. Vacío el tren su carga.

Se alzó el circo en el suelo, y otro circo concéntrico, entre los que podían vagar los privilegiados; cantando alegres, se sentaron por la arena en batallón gozoso los cronistas, que cuando se pobló el aire de hurras, y fueron todas las manos astas de sombreros, era que venía el huraño Sullivan con su calzón corto y su camiseta de franela verde, y el hermoso Ryan, el gigante de Troya, en arreos blancos.

En el circo había damas. Y a la par que los jayanes, se dieron las manos y ponían a hervir la sangre que iba a correr abundosa a los golpes, encuclillados en el suelo, contaban los segundos los dineros que se habían apostado a los dos hombres.

¿A qué mirarlos? A poco, ruedan por tierra; llevanlos a su rincón, y bañanles los miembros con mejunjes, embistense de nuevo, sacudense sobre el cráneo golpes de maza; suenan los cráneos como yunque herido; mancha la sangre las ropas de Ryan, que cae de rodillas, en tanto que el mozo de Boston, saltando alegre y sonriendo, se vuelve a su "esquina".

Atruena el vocerío, alzase Ryan tambaleando; le embiste Sullivan riendo; asense de los cuellos y estrujanse los rostros; van tropezando a caer sobre las cuerdas; nueve veces se atacan; nueve veces se hieren; ya se arrastra el gigante, ya no le sustentan en pie sus zapatos espigados, ya cae exánime de un golpe en el cuello, y al verlo sin sentido, echa al aire la esponja, en señal de derrota, su segundo.

Cartel del Ryan versus Sullivan de 1882. Lo cubre José Martí.
Cartel del Ryan versus Sullivan de 1882. Lo cubre José Martí.

Se han cruzado $ 300.000, apostados en todas las ciudades de la nación a la pelea de estos dos mozos; se han alquilado hilos de telégrafo para dar cuenta menuda a todos los vientos de los detalles de la lidia; han recorrido las calles de las grandes ciudades, muchedumbres ansiosas que recibieron con clamores de aplausos, o ruidos de ira, la nueva del triunfo; se han celebrado con música y fiestas al bostonés victorioso; y se exhiben de nuevo en circos y cantinas, agasajados y regalados, el mozo y el gigante.

¡Aún está roja y castigada de los pies, en la ciudad del Mississippi, la arena de la mar! Es este pueblo como grande árbol: tal vez es ley que en la raíz de los árboles grandes aniden los gusanos.

La Opinión Nacional, Caracas, 4 de marzo de 1982.

En 1889, Jose Martí fue corresponsal especial enviado a cubrir otro duelo. Sullivan vs Kilrain. La que sería la última pelea sin guantes. A puños limpios, pues. No consta la crónica del humanista cubano. Impresionado quedaría. Como "implacable obrero que a un un féretro de bronce clavetea" sería su quehacer tras la terrible 'velada' ante 15.000 espectadores: ¡y era clandestina, oiga!

Una necrológica. Una esquela. La literatura que desprende el boxeo no tenía cabida en aquella escabechina. El ring, al finalizar aquellos 75 asaltos, sería un reguero de sesos chorreando todo el whyski que los púgiles habían bebido para llevar al extremo el umbral del dolor y el sufrimiento.

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