Arriba, arriba, arriba, arriba Rojo ese balón que Uriarte lo prepara llega Arieta y mete gol
En realidad ya se había ido Txetxu Rojo para no tener que marcharse nunca. Sucedió hace meses, pero no todos se dieron cuenta. Guardaba yo duelo luego de haberme liberado del luto. Era de noche entonces, como oscura fue la noche del viernes en la que el Athletic Club anunció su 'retirada' de este 'terreno de juego' que todos habitamos.
En estos meses de silencio, su precioso y delicado físico le indicaba que debía aferrarse a un clavo ardiente, de temperatura mitigada para no dejar huellas de quemadura en su mano de comandante. Los clavos de sus botas, que yo imagino 'adidas', clavados en la hierba, en la tierra, en el barro de San Mamés. Porque de hierba y barro en blanco y negro son los partidos que, en casa de mis abuelos, yo veía en la tele cuando el Athletic jugaba a domicilio en las tardes de domingo.
Se fue. Se había ido, poliki poliki. Como si pretendiera que a las puertas de la Noche Buena fuera uno más de los invitados en la infinita mesa que su Athletic habría de instalar en esa casa sagrada que le dicen 'Catedral'.
Desterrado el luto, por completo. Cumplido el duelo, casi. Sin lágrimas derramadas. Y sin embargo, me duelen los ojos. Sufro por dentro. Y, paradójicamente, el que sufre no soy yo. Es ese otro, heterónimo mío. Persona a la que recurro, a la que pago con flores rojas y blancas. Plañidera profesional que 'clava' su personaje. Es una fingidora.
Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente. Ella y yo. Delego con el fin de que en el momento supremo derrame las lágrimas que no me quedan y se derrumbe a los pies del futbolista que me abrió los ojos para que comprendiera que no era en verdad el fútbol lo que me gustaba, sino el Athletic lo que amaba.
Y dentro del equipo, Rojo, Txetxu Rojo, el cromo de la colección que, junto al 'Txopo', con más deseo buscaba al abrir aquellos sobres que compraba en la tienda de Marina y Bautista.
Pasó el luto. No haya duelo. Y de haberlo, que sea, una y otra vez en la retina de mis ojos secos, el que mantenía, mantiene y mantendrá siempre con Gorriti, férreo marcador que desencadenó aquella 'batalla de Atotxa' en la que Anton Arieta y él cayeron sin poder levantarse a tiempo para ganar aquella Liga que terminó perdiendo el Athletic por no poder contar con su mejor pareja en el baile final de la liga. Ligas no ganadas.
Dos copas levantadas al cielo madrileño del Santiago Bernabéu y el Vicente Calderón. Y, por encima de toda pena, aquella Copa de la UEFA que la Juve le quitó por la maldita e injusta ley de valer menos los dos goles marcados en San Mames que aquel solitario que Tardelli le encajara a Iribar de cabezazo tan heterodoxo que hasta el cuello y el hombro ayudaron para batir a uno de los mejores porteros del mundo.
La vuelta de San Mames me pilló viajando en autobús. Desde Madrid hasta Toledo, donde, en el 'Salto del Caballo, el Portu se jugaba el pase de ronda del Campeonato de aficionados. Acababa de subir Carlos el segundo gol al marcador. Nos faltaba el tercero; y había tiempo.
Noche cerrada en la carretera. Cosas del avión, que se había elevado al cielo con tardanza. Nos esperaban. José María García empujando al Athletic con el ánimo inconfundible de su voz. No pudo ser. Ya en el vestuario, vistiéndonos a horas intempestivas para el lance supremo del partido de vuelta, en San Mamés, sin que yo pudiera atrapar la imagen [tal vez para que no me estremeciera y rompiera en llanto], mientras en el centro del campo todo era 'mercadeo', tumultuoso intercambio de camisetas, alejado del rito profano, Txetxu Rojo.
En estado puro. Sentado. Cabeza gacha. Brazos sosteniendo las rodillas. De espaldas al que con respeto le miraba al otro lado del objetivo de su cámara. En su camiseta, un 11 que lucía pero no brillaba. Lo portaba pero nunca lo sintió como suyo.
Imagino su cara triste, su rostro desencajado. Dolor, luto, duelo. Brazalete negro en su brazo como anticipo del momento supremo. Los días de gloria se fueron volando y, así como Pablo Milanés, no, yo sí me di cuenta. Los tenía guardados en el cofre de mis tesoros más amados. El fútbol tremendo de Txetxu Rojo: así el tranquilo como el agitado.
"Txetxu Rojo, el mejor jugador en la historia del Athletic", dice Javier Clemente"...
No seré yo, no, no seré yo el que desmienta al rubio sabio. Ya te había llorado lo suficiente. Y es ahora, como si estuvieras [que lo estás porque a mi lado te siento], cuando, de pie en la 'General', eufórico canto: "¡Arriba, arriba, arriba... arriba Rojo ese balón, que Uriarte lo prepara, que Uriarte lo prepara... viene Arieta y mete gol". No haya luto. No haya duelo. Amó al Athletic hasta el extremo mientras nos regalaba su fútbol majestuoso.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista
Oso ona, jauna.