Bienvenido el descanso y feliz digestión
El que no se consuela es porque no quiere. Todos queremos ganar, pero todos no podemos, no cabemos, no sabemos. Ganó el que —de entre los otros— personalmente más me gustó con diferencia, por su buen gusto, originalidad, musicalidad y simpatía. Felicité a Jesús al principio, y lo he hecho también al final. Y de corazón. Jamás felicito de otra forma. No sé. No me sale.
He acabado más cansado que nunca, pero también con la cabeza más alta que nunca, sabiendo que nuestro amor propio —el mío y el de mi grupo— se ha estirado casi hasta romperse… pero no se ha roto. Decir que nosotros éramos los mejores es de niño chico. Eso, después del fallo del jurado, queda muy antiguo. Eso es una pataleta. El mejor es el que gana. Y el que gana es el que dice el jurado. Y aquí el único que entiende de carnaval es el jurado. Y ya lo había dicho. Los rumores y las filtraciones eran ciertas. Las filias y las fobias también. O sea. La final fue un trámite. Cuando te presentas a un concurso de esta naturaleza, sabiendo de antemano que el que te juzga no está en condiciones de hacerlo —por la sencilla razón de que no iguala ni supera la materia que tiene que juzgar— puedes ganar o quedarte en la calle. Así también, la manifestación expresa del público ha sido ignorada por los magistrados en todas las modalidades. Pero te presentas con todas las consecuencias. Después no tiene sentido el lamento. Yo —como cualquier concursante— quiero ganar pero… ya sabéis, tampoco a toda costa ni a cualquier precio. Nunca voy al Concurso “con la exclusiva intención de ganar”. Por eso no tengo la menor sensación de derrota, entre otras cosas, porque las victorias morales que los Peregrinos han conseguido a lo largo del Concurso ya las quisieran para sí muchos de los que ganan. Y esas ya no nos las quita nadie.
Además, quiero el primer premio si y solo si es unánime y, por ejemplo, esa sensación de casi unanimidad que nos acompañó a lo largo de muchas fases del Concurso, en la final pareció desvanecerse. Por eso, mejor como ha sido. Quizá la única sensación amarga es la de haber ido certificando lo de siempre. Demasiados elementos que escapan a tu control, a tu mayor esfuerzo y tu hacer más exquisito, tanto mío como del grupo. La sentencia no depende tanto de los hechos como del juez. Por eso distingo entre el regusto amargo y el orgullo . Y como yo presumo de mirar siempre arriba y de rentabilizar mejor el fracaso que la victoria, pues desde ya miro adelante con los ojos puestos en todos aquell@s damnificados de este Concurso en lo personal: la mujer a la que amo —mi musa interminable— y el peregrino de menor estatura, el que siempre cerraba el pasacalles de la comparsa a mi derecha. ¿Mis padres? No están de acuerdo, pero no cuentan: son mis padres; faltaría más. Además, a ellos les flipa mi comparsa, pero insisten en que la novela está mejor. Pues ahí la tienen. Lo mismo sucedo a Dylan. Lo mismo hago la próxima comparsa en inglés, que ganar me ablanda, y perder me endurece.. Y cuando llegue la retirada procuraré no convertirla en una exhibición de decadencia que empañe un palmarés tan brillante (si nadie lo dice, lo digo yo, como siempre).
Los que han ganado, lógicamente, disfrutarán y saborearán la victoria. Tienen motivos y desde aquí los felicito. Pero estaremos de acuerdo en que no ha sido una gran final. Habiendo mimbres históricos para que lo fuera, la organización lo impidió, y todos sabemos cómo y por qué. Desde el primer minuto hasta el último, ese en el que el secretario pronunció la sentencia. Pero ese no es mi asunto. Jamás seré juez y parte de nada en lo que yo intervenga. Nunca llueve a gusto de todos, pero esta es una de esas veces que da la sensación que no ha llovido. Habrá sido la calima.
El peregrino menor del reino acaba de levantarse y ha puesto una cara de asco que me ha hecho reír. Es un muchacho demasiado joven como para entenderlo, porque también ha visto desoladamente defenestradas a sus otras favoritas. No acepta explicaciones de mayores. A los niños no hay manera de hacerles ver lo verde violeta. Me lo llevaré a jugar al fútbol y le dejaré que me gane. Y entre gol y gol procuraré quitarle las ganas de que en un futuro se meta sin querer en este tipo de callejones sin salida… que ya lo advertí el domingo pasado: el carnaval es un estigma, y con eso ya tenemos bastante.
Ahora toca disfrutar, que la vida son dos días y uno nos lo pasamos en Tuiter. Pues ese otro que nos queda nos lo vamos a pasar cantando, que con la comparsa que hemos hecho este año tenemos para una eternidad. Y a los que vengan a darnos ánimo, sin la menor acritud, los invitaremos a que se los den mejor al jurado, que seguro le va a hacer más falta que a nosotros. Los Peregrinos pueden presumir del Concurso y de la comparsa que han hecho. El jurado no. Eso sí, se habrán sentido importantes, que para ellos debe ser necesario a estas alturas. Hay quienes aceptan la máxima de que “hablen, bien o mal, pero que hablen”. Ya les vale. Como el convidado de piedra que anoche recreó innecesariamente la versión gaditana de El último tango en París. Y no me malinterpreten. Acepto el fallo. Que remedio, porque lo que está claro es que aquí el único que entiende de carnaval es el jurado.
Y ya, como cuando era pequeño, rezaré antes de dormir:
“Creo en ti, Oh, Todopoderoso Carnaval de Cádiz Creador del Cielo inmenso de los pobres y Creador de la Tierra como calle Creo en el Tío de la Tiza, su hijo primero Y en todos sus hijos, los otros, los chirigoteros Que los concibieron por la obra y la gracia del divino Espíritu que el pueblo necesita, El pueblo que aquí nació de la Virgen Tacita. Creo en ti, Oh, Todopoderoso Carnaval gaditano que padeció el poder bajo tantos tiranos hasta ser crucificado, Muerto y sepultado. Que desde lo profundo de los infiernos Resucitó al tercer siglo de entre los muertos. Y ascendió a la Cruz Verde, y allí está sentado a la izquierda del Falla, adonde brilla su reino, pa que la gente viva feliz Aunque no tenga gobierno Creo en el Espíritu Libre y Santo, en la Iglesia de Los Compases Celestiales, en la comunión de la gente cantando en el perdón de los pecados inmorales, En la resurrección de las caras pintadas de blanco Y creo en la vida eterna de los carnavales”.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Sin desear imponer mi criterio en cuanto a gustos y cultura carnavalesca, de la cual carezco, o al menos no coincide con la de un jurado "excelso" como el de este año... Hubiese aceptado de buen agrado la victoria de un niño implicado y comprometido con la causa de hacer prevalecer unos valores, al parecer ya olvidados, casi extintos... el poder de decisión del pueblo soberano... Pero no puedo reconocer la victoria de una agrupación, que aún siendo evidente, que proviene de la pluma de un poeta capaz de deslizar su estilográfica y hacer emerger historias con sentido y hermosas del papel en el que fueron escritas, en esta ocasión fue superada solo por la idea de un canalla rebelde y un niño eterno. Capaces ambos de esgrimir dos historias sólo superadas la una por la otra... Quién supera a quién en esta batalla de letras, hacia dónde se inclina está equilibrada balanza, es algo que solo la opinión individualista de cada componente mundial del jurado popular puede hacer inclinar hacia un lado u otro. Y aunque yo tengo a mi ganadora... no puedo dejar de ojear y disfrutar con lo que veo en el otro plato de la balanza. Risas, eso es lo que me produce, risas... no las provocadas por la ganadora moral, o al menos según sentenció el pueblo, en la modalidad más descarada del concurso (Manuel está más vivo en la calle que entre los ladrillos coloraos... Ni la invasión de unos extraterrestres que en otros momentos atacó con mejores letras al planeta falla, puede enterrarlo) Pues risas me produce la nueva era iniciada en ese septiembre vándalo, en el que, cual partido político promete y promete que el poder estará en la mano del pueblo... Aunque nadie se percató de la letra pequeña: "El poder será del pueblo, mientras su deseo no esté en contra de quien tiene el verdadero poder".