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Juan Carlos Aragón

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Harto ya un poco de lo catalán —que, como bien dice mi primo José, lo único que han conseguido con sus delirios independentistas es “poner en bandeja a los herederos del franquismo el escenario que necesitaban para volver a ser lo que fueron”— lo que me preocupa de verdad es la insuperable demagogia y la insoportable gravedad de la retórica de nuestra clase política.

Aparece Cataluña implicándonos al resto. Y yo, como ciudadano, quiero saber cuál es la postura de cada cual porque no la sé. ¿Qué carajo es ese “diálogo” del que tanto hablan sin hablarse? Yo con mis enemigos no dialogo y con mis amigos me pongo de acuerdo sin necesidad de dialogar. Un gesto de buena voluntad debe ser suficiente. Pulgar arriba o abajo, pero no de lado. Tampoco tengo que presuponer nada, que ahí está la trampa de los políticos: si se equivoca alguien que sea yo, ¿no? No. Lo que estoy pidiendo no es ninguna trivialidad. Los mayores problemas de este país ya hace tiempo que vienen por la retórica vacía de sus políticos, sean del color que hayan sido, y es la causa principal de la frustración, el desencanto, el escepticismo y la abstención. Los políticos —TODOS— de este país parecen jugadores de fútbol: cuando tienen un micro y una cámara delante no hay uno que diga nada que signifique algo. Todos dicen algo que significa nada. Es un insulto a la ya de por sí mermada inteligencia política de los ciudadanos. A mucha gente le gusta Trump… “porque al menos se le entiende”. Manda cojones, pero así es.
Los chavales no quieren saber nada de política. Normal. Si los que están en las instituciones aburren a su puta madre haciendo croché con la retórica es lógico que los chavales vean en la cosa pública un ruido verbal repetido y desordenado sin el menor interés emocional, y sustituyan la cosa pública por la privada. Estoy harto de tener que defender en clases a la política como actividad de interés público general ante adolescentes que tienen clarísimo que un carajo pa mí, que la política ya solo tiene interés privado y particular: el poder y el bolsillo del gobernante.
Lo mismo que es imposible explicar la separación de poderes como principio de la democracia —porque si la gente ve algo es que los poderes no están separados, sino unidos como nunca— también es imposible saber qué han dicho los políticos cuando se les ha preguntado. ¿Por qué mierda os cuesta tanto trabajo hablar claro, en español o en catalán, pero claro? Hablando se entiende la gente. Por tanto, es obvio que esta gente no quiere entenderse ni que se les entienda. No hablan. Aplican literalmente una fórmula que vale para todos los casos posibles. La enseñan en la cúpula del partido de forma piramidal y ya se ha convertido en un sunami de circunloquios y giros perifrásticos que saca de quicio a un muerto. Apelar al diálogo en estos términos es otro escándalo de nuestra democracia solo comparable al de su propia corrupción. La ciencia política no es una ciencia como tal, pues la ciencia necesita como condición ineludible para que lo sea que sus verdades sean absolutas y universales, y las de nuestros políticos son tan relativas y particulares que han convertido la política en un enigma de misterio y desvergüenza, críptico donde pueda serlo, indescifrable, salvo para ellos, que están jugando al jeroglífico imposible.
Parecía que no había pecado mortal superior a la mentira y a la estafa electoral. Pero sí lo hay. Un escalón más: hacerse ininteligibles al entendimiento ciudadano. No salvo a nadie. El domingo pasado reproduje una conversación popular que no tenía ninguna gracia porque no era más que la traducción al lenguaje coloquial de la retórica de nuestros lamentables oradores. Los antiguos sofistas griegos eran odiados por su maldita habilidad para defender una verdad e inmediatamente la contraria. Estos sofistas modernos son odiosos porque no defienden ni la una ni la otra, y mira que hablan… Hasta Teófila Martínez acusa a Kichi de cacique y fascistaSerá bolivariana la tía… (en vez de haberle dicho: “¡Que te llevaste el 1 por la cara!”). El significado de las palabras se ha disuelto en un discurso polivalente en el que todos los gatos son pardos.
Dos no se pelean si uno no quiere, que dice el refrán. Pero como los dos quieren pelearse —el gobierno y los independentistas— ya no saben qué hacer para renunciar al diálogo, mientras que los que hablan de diálogo no saben de qué lado ponerse para que no le caigan las bombas. Así que, venga, dejaos ya de marear la perdiz, que empiece la guerra (que, por lo visto, es lo que queréis) y que gane el mejor. ¿”Guerra” he dicho? No, hombre, no, primero hay que agotar la vía del diálogo… Triálogo, mejor.
Esperaba más del pueblo catalán. Ha caído en un trampa impropia de su autoproclamada superioridad ciudadana, ética y política. Entiendo que tenga ganas de irse de España, y más si la gobierna la mafia más grande que ha habido en este país desde el final de la dictadura. Y mira que ha habido mafias. Muchos también tenemos las mismas ganas de irnos, pero de entre los males preferimos el menor. A lo mejor es que no somos catalanes…
EL RUBIO (quién será el Rubio para hablar de “mafia”)

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