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Feliz Loquesea
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Feliz Loquesea

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Juan Carlos Aragón

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La Edad Estúpida toca el techo de la tontería colectiva cuando celebra lo que no se cree, y lo celebra, además, de modo contrario a los preceptos de su celebración: el consumo desenfrenado y la abundancia indigesta, llegando incluso a hipotecar sus recursos para celebrar una Navidad como Dios manda… Valdría el argumento de “eso es una excusa para reunir a la familia”, si no fuera porque muchas familias no están unidas y obligan a sus miembros a juntarse para cenar, lo cual constituye una de las más típicas estampas navideñas. Esto explica por qué los peor educados llegan al banquete tan anestesiados que no son capaces de chupar la cabeza de una gamba.

—¿No quieres unos langostinitos, Ambrosio?
—No, suegri, gracias, es que he merendado tarde. Voy al cuarto de baño.
—Acabas de ir, Ambrosio.
—Sí, pero antes fue solo para peinarme.
Vuelve Ambrosio antojado por una “0’0.” No se lo cree ni él.
—O mejor “con”, suegri, coño, que es Nochegüena.
A partir de ahí, Ambrosio toma partido activo en todas las conversaciones, llegando a llevar la iniciativa en cuatro a la vez sin dar opción a sus interlocutores. Tampoco le hace asco al Ribera del Duero, pero la fuente de los huevos rellenos la pasa amablemente sin coger ni medio.
—Tita, no te lo he dicho, el árbol, es genial. Parece de verdad.
—Es de verdad. Lo compró Andrés en el Chino.
—No me lo puedo creer, suegri…
Se levanta Ambrosio para comprobar el realismo del abeto y, al tocarlo, caen dos bolas de cristal de Bohemia que la suegri guardaba de su primera Navidad de casada. Al carajo.
—¡Hostias, suegri, lo siento!
—No te preocupes, Ambosito (tuputamadre, entre dientes)… yo lo recojo…
—De ninguna manera, suegri, voy a por la escoba y el “escogedor”.
Aprovecha veloz Ambrosio para ir de nuevo a “visitar el Belén”.
—Llevo un rato en el cuarto de baño buscando la escoba y no la encuentro, suegri, ¿dónde está?
—Aquí, Ambrosito, aquí, la escoba nunca ha estado en el cuarto de baño.
Ana, la mujer de Ambrosio, empieza a buscarlo con la mirada, pero él, que sabe que ella se está empezando a coscar, aprovecha para hacerle monerías al sobrinito que está en la cuna, hasta que lo despierta. El llanto histérico del bebé pone la banda sonora del postre.
—¿Eres carajote o qué te pasa, no has visto que estaba dormido, con lo que nos ha costado, eh?
—Disculpa, Andrés, déjame, yo lo duermo.
—Duérmete tú, mejor.
—Mira, chufla, el que ha despertado al niño has sido tú, que llevas toda la cena cantando pamplinas del Aragón.
—¡Faltaría más! ¡Es Nochegüena!
—Eso, Nochegüena, no Carnaval, vaina.
—¿Vaina yo, capillita redomao? ¡Me cagoentotuputamad…!
Y a punto de recibir Ambrosio la primera comunión de su cuñado, de pronto se oye la voz atragantada de la conciencia familiar:
—¡La pastilla! —ruega el abuelo con la cara como la camiseta del Osasuna.
—Míralo, ¿a que le da algo por culpa vuestra?
De pronto, Ambrosio, al ver la que está liando, finge también cierto desvanecimiento sobre el sofá, consiguiendo la atención de su mujer y de su cuñada.
—Uy, el pobre, tiene hasta blanco el filo de la nariz —observa inocente la cuñada.
Ambrosio reacciona alegando alergia y regresa de nuevo al cuarto de baño para —en esta ocasión, y siempre según él— lavarse un poco y sonarse los mocos. Y a los diez minutos sale, con mucho mejor ánimo, aunque la órbita de cada ojo va por libre.
—Un poquito de Cava para brindar, ¿no?
—¿Cava? ¡Estamos en España, Ambrosio! —espeta el abuelo golpeando su patrio pecho con la palma abierta.
—Tranquilo, abuelo, un chupito de orujo y nos vamos.
—¿Otro?
—Por la digestión más que nada, que tengo que conducir y estoy muy pesado.
Ana pone el punto y final ofreciéndole a Ambrosio su abrigo Mc Cloud de Campillo, y éste se despide de todos menos de Andrés.
—Buenísimo todo, suegri.
—¿Si no has comido nada, hijo, nada más que has hecho beber y entrar y salir del cuarto de baño?
—¿Cómo que no? Si he mojado hasta barquitos en el caldo de las almejas.
—¿De qué almejas? Yo no he puesto almejas…
Se abre la puerta del ascensor, que salva a Ambrosio de la suegra. Pero no de Ana.
—El día de la comunión del niño me prometiste que no ibas a meterte más.
—Y lo he hecho, cari, lo que pasa es que, entiéndelo, hoy es Nochegüena…
—Entonces ya hasta las Campanadas. ¿Te comerás las uvas con nosotros o también en el cuarto de baño?
—Pesada te pones, Ana. Querrás que soporte una cena aguantando al tontopolla de tu hermano toda la noche hablando de carnaval. Y encima se la da de juancarlista, como si éste entendiera las letras de Juan Carlos…
—Dame las llaves del coche, Ambrosio, por favor.
—No, Ana, no, déjame que conduzca yo, que tú has bebido…
Evidentemente, no llegaron a la misa del gallo. Un control de la Guardia Civil detuvo a Ambrosio. Pero la mayoría llega. Con lo cual repite. Hasta que no llega. ¿El motivo? La celebración de la Navidad, ¿no? Po eso. Feliz Loquesea, pero feliz.
EL RUBIO (en Alaska vestido de Santa Claus: la tradición es la tradición)

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