No se puede
Por Juanma Garrido Anes
(Estadio Deportivo)
Debe ser un paso firme y yo lo admiro, de verdad. El que alguien quiera ejercer como árbitro en cualquier deporte supone una decisión llena de valentía, y más cuando la imparcialidad hay que impartirla –valga el juego de palabras- en categorías de las llamadas ‘inferiores’, que en realidad sólo tienen de inferior lo que ganan los jugadores, técnicos y demás personal adyacente (poco o nada), porque normalmente éstas superan al deporte profesional en casi todo lo bueno, sobre todo, en limpieza. Digo como norma general, no que siempre se cumpla esto, lamentablemente.
Pero a ellos, a los que arbitran con sinceridad y lo hacen por amor al arte y a su profesión, el peor favor se lo regalan sus compañeros de arriba, y deberían rebelarse contra la cúspide mafiosa de negro sí o sí. Al igual que me entran ganas de vomitar cuando veo a un niño fingiendo y retorciéndose de dolor cual lagartija moribunda por un simple pisotón no intencionado, o cuando festeja un gol haciendo las mil y una paridas imitando a las estrellas, bailecito por aquí, avioncitos graciosillos y limpiabotas por allá… no soporto ver a un colegiado, por muy juez que sea, chulesco, altanero, mandón, pelota y miedica. Todo ello conduce irremediablemente a una cosa, a la parcialidad más absoluta, y si los colegiados que salen en Cuatro con ‘Los Manolos’ o en todos los resúmenes de televisión del mundo, esos que deberían dar el mejor ejemplo en El Madrigal, en el campo del Barcelona o en el Santiago Bernabéu, cambian los criterios de arbitrio siempre según esté la clasificación o según sean los rivales que le rodean, el arbitraje español y, por consecuencia el fútbol, será una chufla.
No, no vale eso de que no se puede hablar de los árbitros por respeto a la vida, a las nubes blancas, a los elefantes que vuelan y al ‘fair play’. Y una torrija bien grande, oiga. Primero, porque es mentira eso de que hay que aprender de tal club, que todo el mundo habla cuando le conviene (‘habemus hemerotecam’, que delata hasta al más sutil), lo que pasa es que un portugués lo hace a lo bestia y sin medirse y otro, el Mahatma Gandhi de
Yo vi con mis propios ojos –nadie me contó la leyenda- cómo al Decano le robaban un ascenso a Primera de forma cruel a principios de siglo por colarse donde no debía, al igual que vi cómo no dejaron al Sevilla ganar una Liga destrozándolo en Mallorca (Iturralde, casualmente), o cómo a un árbitro el premiaron con una final de Copa del Rey después de que un gol con una mano como una catedral casi decidiera un campeonato. No se puede creer en la limpieza, no. Y el que diga lo contrario, que lo demuestre.