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El ganador de la medalla de oro en los 100 metros lisos de los Juegos de Seúl 1988 fue desposeído del título por dopaje
Nadie sabe qué pensaba Ben Johnson cuando cruzó la línea de meta en Seúl 1988 y se giró, con mirada desafiante, buscando a Carl Lewis, medalla de plata y su gran rival en los últimos años. Nadie sabía qué se le pasaba por la cabeza, porque para ganar aquel oro se había dopado y para conseguir destronar a Lewis, campeón en Los Angeles 1984, durante los últimos años, también.
En un mundo donde el dopaje existía, pero no estaba a la orden del día, la noticia del positivo de Johnson cayó como un jarro de agua fría. Llegó 48 horas después de un carrera brutal en la capital de Corea del Sur, con las espadas en todo lo alto y con un Johnson que batió por varios metros a Lewis, al hijo del viento.
Lo aplastó y confirmó el cambio de reinado, después de que cuatro años antes Lewis se hiciera con el oro y Johnson se tuviera que conformar con el bronce. Era una historia de superación que duró poco tiempo.
Un récord del mundo (9,79) al que se le cayeron las alas en apenas unas horas. 48 horas después se confirmó el positivo de Johnson en estanozolol y aunque hubo conspiraciones que le intentaban librar de culpa, lo cierto es que el canadiense admitió su culpa.
Se había dopado en Seúl y lo llevaba haciendo desde hacía varios años. Era su única forma de competir contra un Lewis que acabó con la medalla de oro colgada al cuello, pero sin la gloria de vencer en una de las carreras más emocionantes y esperadas de la historia del atletismo.
Se lo privó un Johnson que volvería a la competición dos años después, pero ya lejos de los éxitos de su época manchada en el deporte.