Quini no tenía enemigos
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Para darse cuenta de la magnitud de la figura de Quini no hay mejor muestra que comprobar que no tenía enemigos. Allá donde iba lo hacía siempre con una sonrisa, dispuesto a bromear y a atender el favor que le pidieran.
Parece mentira. Yo hablaba de Quini, del mejor Sporting que lideraba, mientras él luchaba por evitarnos la tristeza. Estábamos en Vegadeo, en un encuentro para presumir de Mareo, con sus amigos Redondo, Cundi o Ablanedo, entre otros. Todos ellos, como el resto de los presentes, con la cara de felicidad al recordar o imaginar las historias y hazañas de aquel equipo rojiblanco de los 70. Precisamente, comparando con humor cómo han cambiado los vestuarios de los equipos, sus ambientes. En eso Quini también era el mejor, como miembro de un grupo. Y se podría escribir un libro, tan desternillante como cautivador, acerca de sus anécdotas y hazañas. Tanto las deportivas como las humanas, ambas a la par por su grandeza. Seguro que Quini no querría una despedida dramática, ni mucho menos un estado de depresión. Se recordaría a sí mismo con una eterna sonrisa de complicidad, de pícaro juvenil y convencido de haber tenido una vida afortunada. Así también nos acordaremos de él, constantemente agradecidos por todo lo que fue y seguirá siendo. Su figura es imborrable.