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Un ensayo maradoniano (IV): Un sosías en Los Cebollitas (La Vida de Goyo – El Otro Maradona)
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Un ensayo maradoniano (IV): Un sosías en Los Cebollitas (La Vida de Goyo – El Otro Maradona)

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Alejandra Herranz

Los Cebollitas fue el equipo de los infantiles de Argentinos Juniors donde se reunieron jugadores nacidos en 1960. Diego Armando Maradona llegó al equipo referido por Gregorio “Goyo” Carrizo, su amigo de Villa Fiorito con el que jugaba en potrero de tierra y lodo, según la meteorología. Carrizo no quería que lo confundieran con Maradona. “Goyo” se sabía buen jugador, talentoso, inteligente, pero quiso recomendar a aquel pibe retacón, de rizos interminables que la rompía, que descosía los gajos de aquella pelota de cuero con la que hacían pases, rabonas, paredes, relevos y pateaban tiros libres, córners, penales y, por supuesto, marcaban goles.

“Goyo” era muy bueno, aunque Maradona lo superó. Casi sin quererlo, ni buscarlo, Maradona terminó siendo casi sosías de su amigo Goyo. Entonces, rescato otra capa de Los Cebollitas: la vida de Goyo. La misma que se retrató en el documental “El otro Maradona” (Ezequiel Luka y Gabriel Amiel, 2014) y sobre la que escribí el 11 de julio de ese mismo año.

Miro por la ventanilla y me parece ver mi vida. ¿Te acordás, Diego? Entonces te llamábamos el “Pelusa” y corríamos en aquella cancha de tierra y barro en Villa Fiorito. ¿Te acordás? Mi viejo había puesto el primer arco para que pudiéramos jugar los pibes, cerca de aquella laguna. Que entonces éramos pibes de la villa.

Maradona y Kempes 
Maradona y Kempes 

Yo jugaba de delantero centro y vos, de “10”. Pero fue a mí al que vieron. Fue a mí alq eu llevaron a jugar con los “Cebollitas”, aquel equipo de chivos de Argentinos Juniors. A mí me llevó Don Francis allá. Don Francisco Cornejo, tu mentor. Teníamos 9 años. Y yo le dije: “Don Francis, en mi barrio hay un pibe que la rompe…”. Y él me dijo: “Bueno, tráelo y lo probamos”.

Te llevé yo, Diego. Fuimos en el Rastrojero de Don Yayo, ¿Te acordás? Y te quedaste. Dice el refrán que de aquellos polvos vienen estos lodos. Vos te quedaste con todos los polvos. Y yo, con todos los lodos. No es que quiera comparar, pero mirá. Fuimos como separados al nacer. Que éramos como hermanos. Cuando jugábamos, con sólo mirarnos ya sabíamos qué hacer. La dupla perfecta. En la cancha y en la vida. Porque nos hicimos amigos cuanto todo faltaba y de nada carecíamos, porque la base estaba. Que éramos como hermanos.

Y te quedase en Argentinos y jugaste en primer y te fuiste a Boca Juniors. Pero yo te perdí la pista cuando te fuiste de Fiorito de un día para otro. Y ya no te vi más. Yo creo que fue el entorno. ¿Cómo te ibas a olvidar de tu hermano Goyo?

Maradona con Mágico González.
Maradona con Mágico González.

Vos te habías ido a un departamento chico que te ponía el club. También a mí me lo habían ofrecido. Pero yo no quise: si no podía llevar a mi familia y estar todos juntos, yo no me iba a ir de Fiorito. Y no me fui. Jugué en la tercera de Argentinos Juniors, que era como la antesala de la primera. En Dock Sud, en All Boys, en Barracas Central, en la regional de Azul. Y también en Independiente de Mendoza: fue la única vez que viví en otro lugar que no fuera mi Fiorito.

Vos tuviste libros, canciones, casamiento en el Luna Park, viajaste por el mundo, jugaste en la selección, marcaste uno de los mejores goles de la historia (¿Te acordás, “barrilete cósmico”?) y hoy comentás el mundial por televisión. Nosotros te vemos siempre en la tele en casa, en familia, en la casa de material que nunca se termina, donde tenemos sillas de plástico y cabemos todos. De decoración “minimalista” que se dice ahora.

Dios me dio una buena familia, unos buenos hijos. Y hoy mi felicidad es ésta. En 1999, vos estuviste muerto durante 10 segundos, Diego. ¿Te acordás? Estabas jugando en Punta del Este. Y nació mi hijo. Le puse Diego Armando por vos. Acordate, Diego. “¿Por qué Goyo no fue Maradona, sino ése: Goyo, que era mejor que Maradona?”, me preguntan. Yo no comparo. Cuando me preguntan eso, me río. Pero también me da bronca y vergüenza. Porque yo me lesioné, me rompí los ligamentos cruzados. Porque, aunque hice un poco de rehabilitación, la dejé. ¿Para qué me iba a matar con eso si no iba a jugar nunca más? Me di cuenta de que era el final, el mío.

Y lo pasé mal. Me deprimí. No quería salir, me daba vergüenza. Un día salí. Las armas, los tiros. Los padres que robaban para sus hijos y me venían a buscar. Y yo iba, no sé cómo, pero iba. Pero un día me pregunté: ¿Qué estoy haciendo así? Y no fui más. Volví al fútbol, a buscarme un futuro para salir de pobre, que con el kiosko sólo vendo cohetes cuando hay alegrías en el país, en el barrio o en el fútbol.

Messi y Maradona, tras un partido con Argentina.
Messi y Maradona, tras un partido con Argentina.

Hoy soy caza-talentos y tengo una canción, como vos. Laburo en yunta con el Willy, William Peloche, que hace prótesis dentales. Me hizo una y todo, que me faltan los dientes de arriba. Podré perder la dentadura, pero no pierdo la sonrisa. Con el Willy tenemos tarjeta de visita y todo. Y oficinas por todo el país: cualquier pizzería nos viene bien para reunirnos.

Como vos, nosotros también viajamos. Por el país, en micro. Vamos a torneos infantiles. Fuimos a Pinto, en Santiago del Estero. A Mendoza. Donde sea. Primero voy y hablo con los pibes; también con los padres, si están. Les cuento lo que sé y lo que viví. Que el fútbol para mí es un arte, que a mí me gustaba dibujar con la pierna. Que al jugador de fútbol hay que prepararlo para el fracaso. Porque cuando se termina algo, uno no está preparado.

Busco pibes, como nosotros. Para jugar en Primera, en Buenos Aires. Para cobrar en dólares. O me busco en ellos, en su ilusión de jugar en Primera y triunfar. En salir de pobres. En salvarse con el fútbol. En encontrar el otro Maradona. Y así redimirme.

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