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Aplaudir desde dentro a Mikel Urrutikoetxea

Aplaudir desde dentro a Mikel Urrutikoetxea

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ElDesmarque

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Ya tenemos la Final del 4 ½. Nos lo hemos pasado muy bien este fin de semana. Jokin ganó a Aimar, y Oinatz hizo lo propio con Mikel Urrutikoetxea en un partido soberbio, de esos que hacen que a los corredores les bañe la piel un reconocible sudor frío: el vértigo de los 22-21; un no va más para los aficionados y, sin embargo, un demasiado para los profesionales de las apuestas.

Todo estuvo bien, a la altura de las circunstancias que se merecían semejante espectáculo. Pero si a mí me piden que me quede con un detalle no tendría la más mínima duda en escoger la entereza con que Mikel Urrutikoetxea encajó su dolorosa derrota el sábado en un abarrotado Labrit. Mikel era el campeón. Defendía el título. Y perdió por un tanto. Por un error de esos que las estadísticas frías, y a veces tan ignorantes, llaman “no forzado”. Por una maldita pelota que se le enganchó en la mano y que después de tocar pared se marchó fuera.  Pero, sin embargo, ¡qué manera de estar!, de aguantar el amargo trago, cuando  los críos corren alborozados a quitarte las muñequeras y tienes que soportar las ganas de desaparecer como por arte de magia del frontón y del mundo casi, y aguantar en su lugar el tipo, porque eres el campeón, y debes quitarte la muñequera y dársela al niño ese para el que será como el tesoro más precisado, que la colocará a su lado sobre la mesilla de noche y que le servirá, seguramente, para conciliar el sueño más agitado y hermoso que ha tenido en los últimos meses.  No me duelen prendar en reconocerlo. Al revés. Estoy encantado de haberme equivocado. Si en mismas páginas de El desmarque hablaba hace unos días acerca de los dudosos modales de Mikel sobre la cancha, en un artículo que levantó más ampollas de las que hubiera deseado (lo juro), estos momentos son la hora de meter la marcha atrás y bienvenida sea la equivocación porque el sábado en Pamplona Mikel demostró el señorío de los verdaderos campeones.
Destronado, sí, pero por ello más incontestable y emocionante. ¿Y dolido?, también, no tengo dudas pero orgulloso por haber peleado hasta el final y haber caído sin que quepa hacerle el más mínimo y pequeñísimo reproche.  Se dice que a los verdaderos campeones se les reconoce antes que en las victorias en las derrotas. ¿Dónde tengo que firmar? Porque el sábado Mikel nos dejó un ejemplo de en qué consiste semejante frase. Por si alguien no lo tenía aún muy claro.
Hasta la característica frialdad de su gesto se vio acompañada esa tarde, mientras asumía en una décima de segundo que este 2016 no tocaba, que este 2016 no repetiría la txapela de la jaula, de una sonrisa triste (¡cómo no!) y de un aplomo y un saber encajar el golpe que a mí, y no me importa reconocerlo, me hizo levantarme de la butaca y romper a aplaudir ante la perplejidad del televisor y de los muebles que decoran el salón de mi casa. Y aplaudía con las manos, desde fuera. Y con el corazón, desde dentro.
Más incluso, Mikel, mucho más que si esa maldita pelota no se te hubiera enganchado puñetera en los tacos.
Por Toni Garzón Abad, director de cine, ensayista y creativo de publicidad   lavueltaylatuerca.blogspot.com

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