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Los locos son ellos

Los locos son ellos

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Juan Carlos Aragón

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Esto es como el amor. Conformarse con el primero que aparece puede convertirse en una hemiplejía afectiva o una hipoteca perpetua. Un amor, sobre todo a edades tempranas, no debe implicar la renuncia a la búsqueda de otros amores más altos, máxime cuando decides cambiar el rumbo o el sentido de tus pasos, tu vida o tu obra.

A mí se me criticó y chisteó en exceso lo de mis cambios de grupo (como si los demás solo hubiesen tenido uno), algo que siempre me ha resbaló bastante, entre otros motivos porque, salvo en contadísimas excepciones, el responsable de los cambios solía ser el propio grupo. Entiendo que, en gran medida, debe ser así. Ellos son los que ensayan, comparten y reparten el trabajo, los objetivos, los premios, las glorias, los fracasos, el restaurante, el autobús, el escenario, la enfermedad de uno y el desamor de otro, la alegría de este y el dolor de aquel. El autor pone la obra, la intención, el sentido, la innovación, el giro o la catástrofe. Pero ellos son los que aceptan la apuesta y participan en la inversión con su entusiasmo, su garganta, su talento, sus lágrimas y su sangre si es preciso.

A mí el grupo —como el amor, el definitivo— me llegó tarde, pero me llegó. Y aunque no he podido disfrutarlo con más juventud, tampoco lo lamento, por dos motivos: la juventud no es para encontrar, sino para buscar (el encuentro debe ser un punto de llegada, nunca de partida) y, por esa razón, cuanto más he probado, más sólido ha podido ser mi juicio para pronunciar el fatídico final de “hasta que la muerte nos separe”. El grupo no soy yo, pero estoy tan orgulloso de él como de mí porque fui yo quien lo buscó. Luego el grupo se encontró conmigo y, sobre todo, consigo mismo. Por eso le va como le va.

No puedo ocultar la satisfacción por la Antología del Loco, pero quisiera corregir algo que leí publicado en algún medio que no era del todo correcto ni exacto. Yo no tengo nada que ver en todo esto. A mí me comentó Javi la necesidad de renovar una antología un tanto gastada tras temporadas interminables, que había muchos temas demandados por la afición que hacía tiempo que no se cantaban y que, si se curraba, esa segunda parte de cada actuación —la que en el argot se llama “algo de la antología”— podía convertirse en una actuación en sí, al margen de Los Mafiosos, La Gaditaníssima o lo que viniera. O sea, un disco nuevo de nuevas versiones, que no sé si tiene más curro que una versión original… “La Antología del Loco”.

—¿Lo del loco no irá por mí, no, brother? Porque ya yo no estoy loco. Eso era antes.

Evidentemente, lo del Loco iba por él… si no convencía al grupo. Pero lo convenció. Por tanto, los locos son ellos. Yo no me he “reinventado” (neologismo usado y abusado con más ligereza de la que el propio concepto contiene). Yo sigo siendo el mismo. Aquí nadie inventa ni reinventa nada. Aquí hay un grupo que optó por la locura de lo antológico y la llamó la Antología del Loco. Ellos seleccionaron los temas, incorporaron matices y dispusieron variaciones a su gusto. Y, de modo especial, se pegaron un curro del mismísimo carajo, sacrificando parte del estío y parte de la temporada oficial, todo para ofrecerle a la gente mis temas de siempre a su manera, a su antológica manera de cantar, manera que consiste en cantar como siempre se cantó aquí hasta que se empezó a cantar de otra forma que no parecía —ni parece— de aquí y que la costumbre convirtió en ley, ley que ellos están intentando derogar para cambiarla por la suya, la nuestra, la que nunca debió perderse, cantando, quizá, con el mayor gusto y sentido con el que una comparsa ha vuelto a cantar en Cádiz desde… (eso me lo reservo, tampoco importa).

Celebro que la Antología del Loco haya resucitado el entusiasmo de los cuerdos. Acepto las felicitaciones por la parte que me toca pero no la enhorabuena, pues, en esta ocasión, TODO el mérito es de ellos. Por eso, los locos, los auténticos locos, son ellos.

Juan Carlos Aragón

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  1. Excalibur —azote de 'gaditas'—

    Somos un substrato químico en un pequeño planeta que orbita una estrella mediana en los arrabales de una de las cien mil millones de galaxias que llevamos contadas hasta ahora. Dios no es necesario. La idea de un dios todopoderoso obsesionado con que unas minúsculas criaturas le adoren, es lo más absurdo que se pueda imaginar. Sois los mismos del incienso por primavera, de las palmas por sevillanas en el Falla, del amaneramiento del pasodoble carnavalero. Todos pudimos ver una comparsa con el tipo de cargadores haciendo tipo en las tablas del teatro mientras la chusma les aclamaba puesta en pie. Repulsivo. Habéis pervertido la esencia de lo gaditano, corrompido sus ideales, desconocido su singularidad cantonalista. Las subvenciones os han convertido en sopistas, provincianos de Sevilla y acólitos de su sede episcopal. Habéis sucumbido a la zanahoria de los corruptos, traicionando a aquellos buenos chirigoteros que soportaron los palos de la dictadura.

  2. John McKillo

    Thompson dijo una vez: “Hay treinta y dos maneras de contar una historia y yo las he probado todas; pero sólo hay una historia: las cosas no son lo que parecen”. No has claudicado ante el grupo —que también— sino ante la subvención, y por ende ante el poder. Pero ya viene de tiempo, sólo que ahora lo reconoces públicamente, te humillas ante las ubres del Ayto. y de la Junta, para poder vivir el hedonismo, cuya práctica cuesta bastante dinero. Para todo ello te parapetas tras el grupo, esos pobres profesionales del tinglao que precisan 'buscarse la vida'. No das la nota, porque cumples la norma, todos los que han sido, desde la Transición acá, terminaron en el redil. Así, con bastantes comas, para que lo reflexiones. Incluso hay uno que cerró el círculo, empezó ensalzando el franquismo con "Se encontraron cierto día, un inglés con un gitano...", pasó por Suarez, hizo escala en González, para luego volver a los camisas negras. Rubio, he de verte aguardando en una esquina para hacer un relevo cargando al nazareno, o peor aún, detrás, portando una velita acompañando al Kichi —otro impostor—.

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