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La Música y sus enemigos
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La Música y sus enemigos

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Juan Carlos Aragón

Parece un oxímoron pero no lo es. La Música tiene tantos enemigos que en la actualidad sobrevive por la devoción a los clásicos. Los peores son los que no la entienden como arte, sino como negocio. La verdadera Música no se hace por dinero —aunque advenido, bienvenido sea— sino por amor, palabra cuyo significado no tiene traducción al universo mercantil. La Música, como todo lo que merece la pena y da sentido, es un fin y jamás un medio. La Canción, o clava un mensaje en el entendimiento humano, o apuñala el corazón hasta el escalofrío. Lo que hoy venden las multinacionales del ruido se llama “tema”, y es hasta contrario a la emoción, perturbador del espíritu, indigesto, picante. Si tu oído lo resiste, solo se recupera cuando termina, como una obra en el piso de abajo.

Estamos ante una tragedia relativa. La Música es inmortal. La que ya se hizo ahí la tenemos. Siempre nos acompañará. Nunca se pondrá vieja ni arrugada. Nos cerrará los ojos y ella seguirá sonando. Pero los mierdas que trafican con esas latas compactas que —con absoluta banalidad— llaman discos, impiden que siga naciendo. Podía haber dicho “impiden que la que nace siga creciendo”, pero he ido más allá. Su propuesta “musical”, presidida por lo económicamente rentable como criterio único, confunde a los que empiezan, quienes pueden llegar a creer que efectivamente eso sea la música. Y como el niño imita lo que ve, hace “temitas” creyendo que son canciones. La diferencia es que la Canción desafía al tiempo, y el “tema” se diluye en cuanto la perversa discográfica deja de soltar la pasta en Cadena Dial o corta la subvención al club de fans de sus fugaces estrellas. Es como creer que la verdad es lo que dice el telediario. Aviado va quien se lo traga. Que no son pocos.

No conozco a nadie que excluya a la música de entre los primeros de la lista de sus hobbies. Esta vez la he escrito con minúsculas, porque cuando le preguntas “cuál” y te responde, su “música” no lleva ni tilde. Dicen los dueños de la televisión pública que casi cinco millones de telespectadores siguieron el concierto de OT. Ahí los tienes. Con todos mis respetos para los cantantes, su público usurpa el nombre de un arte mayor —la Música— para denominar un género que podría llamarse “Tachunda” o “Gran Hermano a percusión, guitarra y voz”.

La Música no se ha inventado ahora. Pero alguno se lo ha creído. Lo que sí se está estrenando con el siglo XXI es el terrorismo artístico. La relatividad del arte no redime ni justifica la traición o la impostura. La selva occidental en la que me ahogo anima al receptor a convertirse en emisor, con lo cual el mensaje rebota contra sí mismo, el canal se dobla por la mitad, el código no se puede compartir, la comunicación, por tanto, no se hace posible, sin comunicación no hay arte que valga y —al final— es el arte el que se queda mirando, atónito, sin poderse poner de ninguna parte porque las dos se han disuelto en una sola, sorda y ciega, como una tumba de hermético blindaje.

Es difícil en una sociedad recuperar el amor a la Música si no te la ofrecen desde niño. Cuando en tu infancia no hay un Mozart, un Silvio, un Beatles, un Dylan, una Piaf o una Perla —de Cádiz, faltaría más— creces confundido en la melódica cuestión. Y de mayor ya no hay nada que hacer: los mayores se creen que siempre llevan la razón. No están vencidos, pero sí convencidos. El convencimiento del error es la antesala de la ignorancia definitiva.

¿Crisis de talento? Cago en los putos euros. Aquí la única crisis que hay es el gobierno del capital que es capaz de ahorcar a la dimensión más alta de la naturaleza humana. La dictadura de lo material solo se puede combatir —por definición— con una guerra espiritual, que dispone a la Música como cañón principal del ejército rebelde. El éxtasis de la Música va más allá de lo que valga en dólares o en libras. Cuesta un dolor de muelas oír al que presume de melómano con la estantería virtual repleta de descargas piratas. Los piratas son solo piratas y nada más. A ver si con esto nos vamos a confundir como con la Música.

La Música amansa a las fieras. Pero el ciber individuo este posmoderno —por día más tonto— está renunciando incluso a la fiera que llevamos dentro. A él lo amansa la tele. Si algún día soy tan necio que renuncio a la Música por dinero, solo pido para mí que me quede sin las dos cosas.

Dedicado a Luisa, que con tanto dolor ha llevado la muerte de Leonard.

JUAN CARLOS ARAGÓN

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