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Infantino, año I

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ElDesmarque/EFE

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El 26 de febrero de 2016, la FIFA cerró la crisis más grave de su centenaria historia con la elección de Gianni Infantino como presidente, tras una tensa votación que se decantó del lado del ítalo-suizo en segunda ronda. Fueron 24 horas que cambiaron el rumbo del fútbol.

Respiró Infantino y gran parte del fútbol europeo que, hasta el último momento, temieron por un cambio en el eje de influencia, que se hubiese desplazado a Asia si el elegido hubiese sido el jeque Salman Ebrahim Al Khalifa.
De hecho, Infantino se desayunó esa misma mañana con la imagen del jeque bareiní en portada de algunos de los medios más influyentes de la prensa mundial, que le daban como favorito, después de que la víspera la reunión de las Confederaciones hubiese alimentado las dudas sobre el resultado final.
A la elección concurrían por primera vez cinco candidatos, pero solo estos dos parecían contar con opciones.
El príncipe jordano Alí bin Al Hussein había perdido la elección frente a Joseph Blatter nueve meses antes, el francés Jerome Champagne se consideraba a sí mismo "un outsider" y al sudafricano Tokyo Sexwale no le apoyaba ni la Confederación Africana.
Y Al Khalifa e Infantino llegaron a la jornada previa, aquel 25 de febrero de 2016, sin las cuentas claras. El jeque se suponía que tenía atada Asia y África. Infantino era el candidato de la UEFA y estaba respaldado por la CONMEBOL.
Pero nadie se fiaba de nadie. Ni de las consignas de las Confederaciones, que habían pedido en su mayoría el voto en bloque, ni de las declaraciones de apoyo expresas.
Atrás había quedado una operación judicial, encabezada por Estados Unidos con el apoyo policial de Suiza, que había descabezado el fútbol, empezando por Joseph Blatter -forzado a dimitir cuatro días después de ser reelegido- y destapado un submundo de sobornos y corruptelas.
Durante los nueve meses que pasaron desde la caída de Blatter al congreso extraordinario, la FIFA se convirtió en sinónimo de corrupción. Y comenzaron a huir los patrocinadores.
Por eso, se anunció un congreso de "refundación", que debía concluir con la elección del presidente de la nueva era.
Y en las horas previas nadie sabía en qué desembocaría todo ello; si el proceso de cambio lo lideraría el candidato de la UEFA, que no se postuló hasta la caída en desgracia de Platini, o un jeque que ofrecía un mayor respaldo financiero a unas confederaciones asustadas.
Era tal la tensión previa que hasta el último momento no se supo ni cómo se votaría, porque el príncipe Alí había pedido cabinas transparentes "para garantizar el voto secreto" y el francés Jerome Champagne había acudido al TAS en busca de "medidas cautelares" que incluyesen "observadores independientes".
Ambas peticiones fueron rechazadas, pero la propia FIFA prohibió entrar en las cabinas electorales con los móviles, para evitar que se fotografiase la papeleta elegida como "prueba de lealtad".
Tampoco se terminaba de concretar, como todo el mundo esperaba, la renuncia del sudafricano Tokio Sexwale, que apuró hasta el último instante para tener su espacio de gloria.
En las horas previas a la elección, la CONMEBOL se convirtió en el campo de batalla, después de que Al Khalifa viese una grieta -las dudas de la Confederación Brasileña- que podía romper el apoyo monolítico del fútbol sudamericano a Infantino.
Con su cúpula renovada -el presidente Alejandro Domínguez había sido elegido un mes antes- nadie podía asegurar que Brasil arrastrase a otras federaciones, por lo que aquella tarde del 25 de febrero el jeque pidió hablar en su congreso para prometer más cuota de poder.
La respuesta de Infantino fue inmediata. Distante el salón de la UEFA tan solo medio centenar de pasos del que acogía la reunión de los sudamericanos, el dirigente suizo también pidió un turno de palabra en el congreso de la CONMEBOL para, en perfecto castellano, enfatizar: "Me siento sudamericano".
Con Uruguay como principal aliado, Infantino recondujo la situación en América y fue aclamado por la UEFA, poco después, pero el apoyo de las dos confederaciones más poderosas no le daban más que el 30 por ciento de los votos. Al Khalifa, respaldado por Asia y con el respaldo institucional de África, podría alcanzar el centenar.
La primera votación no hizo sino aumentar las dudas. Infantino recabó 88 votos, por 85 de Al Khalifa, 27 del Príncipe Alí y tan solo siete de Champagne. Ni el príncipe jordano, ni el diplomático francés abandonaron la carrera, pese a no contar con opciones y, en el juego de alianzas que siguió al receso decretado tras los comicios iniciales, salió vencedor el suizo.
Al Khalifa, que creyó poder romper la disciplina sudamericana, observó en el último momento cómo era Asia la que tenía la fuga de agua, de la mano del Príncipe Alí.
En el instante en el que se anunció que el jeque no había sumado más que otros tres apoyos (88), Infantino se supo ganador (115). "Comienza una nueva era", proclamó entonces, para anticipar un corto mandato (hasta 2019) que ya ha agotado su primer año con algunas propuestas revolucionarias -videoarbitraje o Mundial de 48 equipos-.

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