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Alaphilippe, el inconformista soñador

Luis Miguel Pascual

Épernay (Francia), 8 jul .- "Los sueños se persiguen y se festejan con champán", asegura el francés Julien Alaphilippe en las calles de Épernay, la capital del vino espumoso que representa como pocos la celebración.

Con su tercer triunfo en la ronda francesa, el inquieto corredor del equipo Quick Step ha conseguido uno de los objetivos de su carrera, vestir el maillot amarillo del Tour y, de paso, escuchar su nombre gritado por los aficionados franceses.

Alaphilippe lo consiguió el día que el Tour entró en Francia, pese a que a su equipo, belga, le hubiera gustado que lo hiciera en Bruselas.

Lo hizo en una etapa que tenía marcada en rojo en su calendario porque acababa en un repecho que se adapta a sus condiciones. Pero como todo el mundo le esperaba, optó por un ataque lejano, a 16 kilómetros para la meta, una emboscada que desmontó a sus rivales y que supo convertir en victoria de etapa. Con el añadido de que se tradujo también en el liderazgo de la general.

"Todo el mundo me esperaba después de haber ganado el año pasado dos etapas, tenía que hacer algo diferente", indicó el corredor, que ya ha cumplido otro de sus sueños, vestirse de amarillo, un año después de haber llevado hasta París el maillot de rey de la montaña.

"Estaba en mi mente", reconoció al término de la etapa un ciclista que suma 11 triunfos en esta temporada y que con el desparpajo que le caracteriza aseguró que viene cumpliendo todos los objetivos que se va fijando.

Los que le conocen saben que Alaphilippe es un trabajador infatigable, que ha sabido centrar sobre la bicicleta la hiperactividad que de niño no supo domesticar la música, como le hubiera gustado a su padre, director de orquesta, que vio algo frustrado como su vástago, nacido el 11 de junio de 1992 en Saint-Amand-Montrond, optaba por la batería.

Aunque pronto fue la bicicleta lo que atrajo su atención y donde puso toda la energía que rebosaba.

Con 18 años su nueva pasión estuvo a punto de frustrarse a causa de una lesión de rodilla que nadie supo diagnosticar de forma concluyente. Optimista sin remedio, Alaphilippe decidió entonces dirigir sus pasos al ejército y en su equipo de ciclocrós finalmente logró recuperarse físicamente.

Pero el mundo de la bicicleta va demasiado rápido y en 2013, con dos títulos de campeón nacional de ciclocrós, el animoso francés no encontró más que puertas cerradas a su paso. Ningún equipo francés quiso de sus servicios y solo encontró refugio entre los jóvenes del Quick Steep.

Allí fue comiéndose etapas hasta convertirse en el ciclista de clase y talento que es en la actualidad.

Él mismo rechaza que pueda luchar por una gran vuelta, pero en el equipo belga ha encontrado un terreno abonado para sus ambiciones, que pasan por victorias en las clásicas, de las que se siente sin duda más orgulloso.

Trabajador enfermizo, sus compañeros aseguran que es difícil seguir su ritmo de entrenamiento, mientras sus preparadores aseguran que, de joven, tenían que frenarle para no perjudicar a su físico.

"Me gusta sufrir", confiesa el francés, una declaración que contrasta con su talante, siempre sonriente, siempre el bromista del grupo.

Directo y dicharachero, se ha ganado algunos roces en el seno de un pelotón donde no siempre se acepta su carácter particular.

Pero nada de eso detiene su ambición. Alaphilippe, a quien unos comparan con Alejandro Valverde y otros con Philippe Gilbert; a quien unos bautizan como "Jalaphilippe" en recuerdo de Laurent Jalabert y otros ponen en el espejo de Thomas Voeckler por su capacidad de encender a los aficionados franceses.

El sigue su camino. Ha rechazado jugosos contratos en otros equipos por mantenerse en el Quick Steep, donde dejan vía libre a su forma de correr.

El resultado es patente: La Flecha-Valona de 2018 y 2019, la pasada Milán-San Remo, las tres victorias en el Tour y una más en la Vuelta demuestran que se puede confiar en el francés. Él, sigue festejando sueños.

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