En 1954 el francés Louison Bobet volvió a vestirse de amarillo durante un paso de la carrera por sus tierras natales de Bretaña.
Generoso, el carismático ciclista desciende del podio con la preciada prenda que decide regalar a su hermana, de visita a las carreteras del Tour de Francia.
Sin tener en cuenta que, para aquella edición, los organizadores habían decidido distribuir solo un maillot amarillo cada dos etapas. El incidente pasa inadvertido hasta la mañana siguiente, cuando los responsables del equipo se dan cuenta de que no tienen maillot para su líder.
¿Qué se puede hacer? La tensión es palpable, la carrera puede partir sin maillot amarillo. Hasta que un masajista del equipo, que vive no muy lejos del lugar de salida de la etapa, recuerda que unos años antes Bobet le había regalado una de sus prendas de líder en el pasado.
Lavado en muchas ocasiones, el maillot había encogido, por lo que Bobet no entra dentro. Los organizadores llaman a un boxeador para que, gracias a la fuerza de sus bíceps, lo estire hasta que finalmente el campeón francés puede enfundárselo. La crisis queda superada.