En tanto que derivado del petróleo y, por tanto, recurso no renovable, llegará un día que la gasolina, al menos tal y como la conocemos hoy, deje de existir. Petróleo queda todavía para décadas, pero la Agencia Internacional de la Energía da por hecho que en 2030 se alcanzará el pico de producción. A partir de ahí, cada vez habrá menos.
La primera es identificar nuevos yacimientos hasta ahora desconocidos y explotarlos o, en su defecto, comenzar a extraer otras fuentes de hidrocarburos hasta ahora no intensamente explotadas como, por ejemplo, las pizarras bituminosas. En España se explotaron a mediados del pasado siglo en la cuenca minera de Puertollano.
Otra opción es seguir adelante con la electrificación de la movilidad y todo indica que ese va a ser el camino. A menor cantidad de vehículos de combustión, menor necesidad de gasolina y gasóleo. El hidrógeno y las placas solares se valoraron en su momento como alternativas, pero son caras y costosas.
Más allá de los cambios que pueda experimentar el paradigma energético mundial, hay que tener claro que seguirá siendo necesaria una producción mínima de combustibles líquidos para motores de explosión. Los biocombustibles son una opción, aunque para que sean la primera opción, hará falta destinar ingentes extensiones de tierra y grandes cantidades de agua para cultivar las plantas de cuyos frutos o semillas se extraen los aceites con los que se fabrican los biocombustibles. Otra opción es la gasolina sintética, en la que trabajan ya fabricantes como Porsche y Toyota y petroleras como Repsol, pero todo indica que será más caros. Sea como fuere, el problema es de todos.